Opinión
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Apuntes postsoviéticos

Rebelión en Armenia

L

a crisis política en Armenia, país ex soviético del Cáucaso, que provocó una rebelión pacífica contra los clanes que pretendían perpetuarse en el poder con Serge Sarksian –quien tras 10 años como presidente se vio obligado a dimitir como primer ministro tras modificar la Constitución para imponer un sistema parlamentario–, debe concluir el martes siguiente, de cumplir su palabra la mayoritaria bancada oficialista.

El hartazgo de la población –junto con la negativa de la policía y el ejército de reprimir las protestas en la calle– hizo posible lo hasta hace poco impensable: la coalición gobernante, con 89 diputados de un total de 105, está dispuesta a nombrar como jefe del Ejecutivo, con amplias facultades, al líder de la rebelión, el opositor Nikol Pashinian, cuya candidatura rechazó el martes anterior y que, de acuerdo con los procedimientos establecidos, no podría ser postulado para una segunda votación.

Sin embargo, la población –que respaldó masivamente el llamado de Pashinian a la huelga general indefinida, bloqueó las calles de Yereván y las principales ciudades del país, impidió la entrada a los edificios gubernamentales, aeropuerto, estación ferroviaria y salió a protestar en un mitin permanente junto a la sede del Parlamento–, obligó al oficialismo a anunciar que votaría en favor del candidato de la oposición, si lo postulaba un tercio de los diputados.

Tras intensas negociaciones, suspendidas la huelga y los bloqueos, los oficialistas aceptaron también no presentar candidato, a pesar de tener el Partido Republicano de Sarksian mayoría de 55 diputados (perdió tres legisladores en la votación anterior) cuando para ser primer ministro se requieren 53 sufragios, y no pusieron objeción a una segunda postulación de Pashinian, quien el 8 de mayo volverá a concurrir como aspirante único al cargo de premier.

Todo apunta a que el nombramiento de Pashinian es ya cuestión de simple trámite. Se llegó a este punto después de las protestas que forzaron la renuncia de Sarksian, la ruptura de la coalición gobernante, la primera postulación del opositor y su determinación de hacerse con el poder, con o sin los votos del Parlamento.

El Kremlin observa sin demasiada preocupación lo que pasa en Armenia y –a diferencia de otras protestas en el espacio postsoviético, que descalifica como revoluciones de colores, financiadas desde el exterior y, cuando hay cambio de gobierno, golpes de Estado que atentan contra la soberanía de los países– considera la rebelión armenia como un legítimo derecho del pueblo y un asunto interno de su principal aliado en la región.

Pashinian mandó a Moscú un mensaje tranquilizador al comprometerse a no realizar drásticos virajes geopolíticos, lo cual incluye mantener la base militar de Rusia, con cuarteles en Guimri y Yereván, que Armenia –incrustada entre Turquía y Azerbaiyán– necesita como factor de disuasión a sus vecinos, mientras la disputa territorial por Nagorno-Karabaj sigue sin arreglo.