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Integrantes del proyecto Ponto Firme presentaron su primera colección en la Semana de la Moda

El gancho de croché y el hilo son mis nuevas armas, señala preso en cárcel de Sao Paulo
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El diseñador brasileño Gustavo Silvestre (al centro de bigote y barba) durante las clases que imparte a los internos como parte del proyecto Ponto Firme en la cárcel Adriano Marrey, en GuarulhosFoto Afp
 
Periódico La Jornada
Jueves 3 de mayo de 2018, p. 9

Sao Paulo.

Honorato Bezerra está preso desde hace cuatro años en una penitenciaria de Sao Paulo. Un compañero de celda le enseñó a tejer y ahora cursa las clases semanales de croché impartidas por el diseñador de moda brasileño Gustavo Silvestre. El gancho y el hilo son mis nuevas armas, afirma.

Silvestre da dos clases por semana en la penitenciaría Adriano Marrey, en Guarulhos, en el área metropolitana de Sao Paulo, como parte del proyecto Ponto Firme, que esta semana presentó por primera vez una colección confeccionada mayoritariamente por presos en la Semana de la Moda en Sao Paulo.

Bezerra es uno de los 19 alumnos que durante nueve meses pusieron el alma para presentar 45 piezas en la pasarela más importante de Sudamérica.

El desfile incluyó un mensaje contra la desigualdad social: su banda sonora contenía piezas marcadas por el estruendo de los barrotes, poniendo sicológicamente a los espectadores con un pie en la cárcel.

La colorida colección incluyó chaquetas, gorros, bolsos, vestidos, indumentaria de playa, abrigos e incluso zapatos. Mezclando estilos y tendencias, Ponto Firme, que abrió su desfile con un modelo en camiseta blanca y pantalón beige –copia en croché del uniforme de la cárcel–, ofreció una variada gama de opciones femeninas y masculinas.

Nos angustiamos por no tener noticias de la familia y el croché nos ayuda a disminuir la ansiedad, a ocupar nuestro tiempo, afirma Bezerra, quien cumple su segunda condena.

Mientras retoca un vestido verde que espera regalar a su esposa, cuenta cómo la prisión le hizo perder el contacto con ella y sus cuatro hijos. Cuando la familia no está presente, uno termina olvidado por la sociedad.

Ponto Firme y su éxito en la semana de la moda sacaron de ese olvido a él y a sus colegas para ponerlos frente a los reflectores.

En los dos años y medio que lleva el proyecto, unos 120 reclusos han tomado sus clases, e incluso uno, ahora en libertad, colabora en el atelier de Silvestre en Sao Paulo.

Gustavo Silvestre dio sus primeros puntos en 2008 y se obsesionó tanto con el croché que hoy la técnica es eje central de su trabajo.

En sus visitas a la penitenciaria de máxima seguridad Adriano Marrey lleva revistas, hilos –donados por socios del programa– y ganchos o agujas de croché. En una de las salas del pequeño centro cultural del recinto, se sienta y muestra en su laptop un tutorial para tejer una flor.

Reproduce el modelo junto a sus alumnos que no tardan en seguirlo. Aquí no hay nada errado, todo se aprovecha, contó.

La amplia sala, con paredes tan blancas que parecen recién pintadas y buena iluminación, está pincelada por los colores de pedazos de alfombras y piezas de vestir exhibidos en dos mesas rectangulares.

Silencioso ballet de manos

Los ganchos se mueven rápido, como en un silencioso ballet de manos. Todos trabajan, ya sea tejiendo, leyendo patrones o copiando instrucciones.

En una esquina, al fondo del salón, Thiago Araújo y Fabiano Bras, presos desde 2014, avanzan en dos alfombras. Son los alumnos más antiguos del curso.

Thiago piensa antes de hablar. Sonríe poco. Ayer tejía un gorro, ahora debe terminar la alfombra y para mañana tiene previsto un vestido. No hay día sin croché.

Para los ex presidiarios es difícil conseguir oportunidades allá afuera, y esa es mi motivación, voy a perfeccionar más mis técnicas al salir de aquí, voy a hacer de esto una nueva profesión, señala sin soltar el gancho.

Fabiano, quien se dedica íntegramente a confeccionar animales y personajes de dibujos animados, sueña con volverse el rey del nicho. Antes de las clases con Silvestre, tejía con un improvisado gancho hecho de un cepillo de dientes y con hilos extraídos de piezas de lana.

Nos gustaría tener clases todos los días, el proyecto necesita más recursos, señala.

La cárcel Adriano Marrey, con capacidad para mil 200 presos, alberga ahora 2 mil 100, la mayoría por tráfico de drogas. Doce reclusos en promedio duermen en celdas previstas para seis. Es limpia y parece funcionar de forma armónica.

Las noticias sobre cinematográficos intentos de fuga, tiroteos y rebeliones fueron sustituidas por historias como la participación en la Semana de la Moda de Sao Paulo y otras actividades culturales, como la presentación que realizaron para el tenor Andrea Bocelli en 2016.

Creemos en el arte como transformador de vidas, aseguró Igor Rocha, oficial de seguridad y educador de la penitenciaría, quien desde 2010 promueve una serie de programas culturales, entre ellos el de Ponto Firme.

Antes creía que el croché era cosa de abuelas, pero luego, cuando me cansé de la vida del crimen, fui al ala de la iglesia y me interesé. De pronto estaba aquí, en la clase, cuenta Bruno Ribeiro, mientras observa un patrón de alfombra.

Cambié de vida gracias a esto, y me hace feliz ser parte de un legado para quienes vengan después de nosotros, agregó.

Para Bezerra, el croché es incluso más que eso. Aquí no tengo que pensar en mi libertad, aquí soy libre.