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La ambigüedad y la simpatía ideológica han marcado la mirada acerca del tema

Desde la militancia, valentía y comedia, el cine recoge puntos de vista sobre ETA

Para aproximarse al conflicto y abordarlo libremente, hubo que esperar la muerte de Francisco Franco, ocurrida en 1975, y los comienzos de la transición a la democracia

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Fotogramas de las cintas Operación Ogro, de Gillo Pontecorvo, y de Un tiro en la cabeza, de Jaime Rosales
 
Periódico La Jornada
Jueves 3 de mayo de 2018, p. 8

Madrid.

Desde sus orígenes, el cine ha dirigido su mirada hacia los conflictos sociales del momento, y el caso vasco no es excepción. Unas veces desde la militancia política y otras desde la valentía y la honestidad, incluso desde la comedia, cerca de medio centenar de películas recogen distintos puntos de vista sobre ETA (Euskadi Ta Askatasuna), de la que se espera una inminente disolución a más de seis años de que declararó un alto al fuego definitivo.

ETA nació en plena dictadura, en 1959, pero hubo que esperar la muerte de Francisco Franco (1975) y los comienzos de la transición a la democracia para que el cine se aproximara al conflicto y pudiera abordarlo libremente.

Sin embargo, el primer largometraje centrado en la organización, Comando Txikia (La muerte de un presidente), no fue precisamente aplaudido.

Asesinato de un presidente del gobierno español

Dirigida por José Luis Madrid en 1977, recrea el atentado más espectacular de ETA: el asesinato del entonces presidente del Gobierno español, Carrero Blanco. Pero su retrato de lo sucedido fue tildado de sensacionalista, oportunista y franquista. Como filme político carece de todo rigor y del más mínimo análisis del hecho que presenta, como filme de acción, resulta zafio y aburrido, criticó tras su estreno el también cineasta Fernando Trueba.

Algo de mejor fortuna tuvo la nueva versión sobre el atentado que firmó dos años más tarde el italiano Gillo Pontecorvo, Operación Ogro. Sin embargo, aunque recibió el aval del festival de Venecia con el premio a su director, fue acusada esta vez de mitificar a ETA.

En 1979 llegaría también el primer documental del cineasta que más veces abordó el conflicto: El proceso de Burgos, de Imanol Uribe.

Este director debutó en el largometraje con este filme que recoge los testimonios de los 16 militantes de ETA protagonistas del famoso juicio en 1970.

Aunque es considerada por muchos como una película esencial y honesta, tampoco estuvo exenta de polémica, sobre todo debido a una introducción contada por uno de los miembros más significativos de la coalición HB, luego refundada en Batasuna y brazo político de ETA. El cineasta volvió a la cuestión vasca con La fuga de Segovia, sobre la huida real de unos 40 presos de esa organización en 1976, y La muerte de Mikel, con la que cerró su trilogía.

No obstante, su éxito más rotundo llegó una década después con Días contados (1994), retrato de un etarra atrapado en una organización en la que ya no cree y la mujer de la que se enamora. La película ganó la Concha de Oro en el festival de San Sebastián –que también premió a Javier Bardem– y ocho Goyas.

Al certamen regresó en 2015, ya fuera de concurso, con Lejos del mar, la historia de dos destinos marcados por la violencia de ETA que protagonizaron Elena Anaya y Eduard Fernández.

Otra historia de amor con trasfondo político fue La rusa (1987), de Mario Camus, protagonizada esta vez por un asesor del gobierno que debe encargarse de negociar con ETA en París.

Fantasmas del pasado etarra

Camus continuó analizando los fantasmas del pasado etarra en su aclamada Sombras en una batalla (1993), en la que introduce el papel de los GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación), y en La playa de los galgos (2002), sobre cómo la violencia puede cambiar la vida de la gente normal.

Es que con el paso de los años, el cine ha ido abordando diferentes aristas del conflicto: desde la relación entre ETA y el narcotráfico en Ander y Yul (Ana Díez, 1988), la actuación de los servicios secretos (El Lobo, de Miquel Courtois, y la más reciente Lasa y Zabala) o la difícil reinserción, como en Goma 2 (José Antonio de la Loma), Golfo de Vizcaya (Javier Rebollo) y Yoyes (Helena Taberna), basada en la vida y el asesinato de la primera mujer con un puesto de responsabilidad en la organización.

Ya entrado el siglo XXI, llegaría otro documental clave: La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003), de Julio Médem. La película, que desató ríos de tinta y fue una de las más polémicas y vistas sobre el tema, aborda la situación en el País Vasco desde numerosas perspectivas y con el propósito, en palabras del cineasta, de condenar la violencia e invitar al diálogo político.

Controvertida fue también, tanto por su contenido como por su arriesgada propuesta estilística, Un tiro en la cabeza, de Jaime Rosales (2008). Sin apenas diálogos y a base de largas secuencias, la película narra el día a día de un hombre que en una ocasión mata a dos policías. Ese mismo año, Manuel Gutiérrez Aragón estrenó Todos estamos invitados, en la que ahonda en el miedo y los silencios que genera el conflicto en la sociedad.

La complejidad y lo espinoso del tema, la ambigüedad en el punto de vista o las simpatías ideológicas han marcado a lo largo de estos años la mirada del cine sobre ETA, pero también lo han hecho la valentía y voluntad de arrimar el hombro de algunas propuestas. Eso sí, hubo que esperar hasta 2014, tres años después del fin definitivo de la violencia, para abordar el conflicto desde el humor. Lo hizo el aplaudido guionista de Ocho apellidos vascos Borja Cobeaga en Negociador, centrada en la fallida negociación de 2005 entre el Gobierno español y ETA.

Cobeaga repitió el arriesgado ejercicio en Fe de etarras, comedia española de Netflix que narra el día a día de un comando de ETA y que se estrenó el año pasado en el festival de San Sebastián precedida por la polémica.

“Hasta Ocho apellidos..., los miedos a hacer chistes sobre la kale borroka (lucha callejera) eran muy fuertes, y creo que el público ha dado una lección de madurez brutal”, contó Cobeaga en una entrevista sobre Negociador. No obstante, el miedo y la prudencia siguen imperando, afirmaba entonces. Y no es que me considere un imprudente, pero creo que lo peor que puede haber en este sentido es la autocensura.