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Algunos mitos rurales
C

ampo sin campesinos. La crisis del modelo de sustitución de importaciones y sobre todo los múltiples procesos articulados alrededor del concepto de globalización generó la visión de que lo que se necesitaba en el campo es que dejara de ser campo y se convirtiera en una rama industrial enfocada a la producción de commmodities orientados a los mercados de países desarrollados. Un campo sólo para los agricultores más eficientes según los cánones del mercado, los demás migrarían eventualmente a actividades industriales y de servicios en las ciudades. Para alimentar a la crecientemente población mexicana, la dupla comercio internacional más una agricultura mexicana altamente tecnificada resolvería el problema. La discusión crucial es ¿por qué no fue así? Algunos datos para enmarcar esa discusión.

¿Dónde viven los campesinos mexicanos? Con el criterio tradicional, son rurales las poblaciones de menos de 2 mil 500 habitantes, en consecuencia, en el campo vive 23 por ciento de la población total mexicana. Varios académicos y analistas consideran que tomar 15 mil habitantes como línea divisoria entre lo urbano y lo rural resulta más apropiado. Con este criterio vivía en el campo 38 por ciento de la población total, es decir, 45 millones de habitantes rurales en 2015.

La amplitud territorial de lo rural. La población propiamente urbana está concentrada en pocas ciudades, pero con más de 40 por ciento de la población total. Más acá de las grandes ciudades y megalópolis hay mil 935 municipios de los 2 mil 400 municipios del país con población rural.

Metrópolis, ciudades intermedias, ciudades campesinas. Querer dividir a la población sólo entre urbana y rural pierde de vista la enorme diversidad de poblaciones y sobre todo de vínculos. Son redes urbano-rurales menos separadas y más imbricadas por el intercambio económico, social y cultural.

A partir de 2010 las ciudades de 500 mil a un millón de habitantes superan en términos de habitantes a las ciudades millonarias. Además se nota una convergencia hacia ciudades de menor tamaño entre 10 mil y 100 mil habitantes. Las localidades que más han crecido son precisamente éstas. Pero también es cierto que entre 1970 y 2010, el número de localidades de menos de 100 habitantes mostró un incremento exponencial.

Los ingresos de los hogares rurales. Algunos hogares rurales derivan la mayor parte de sus ingresos de una participación activa en los mercados agrícolas. Otros son productores de autosubsistencia. Otros obtienen la mayor parte de sus ingresos del trabajo asalariado en la agricultura o en la economía rural no agrícola o en el empleo no agrícola por cuenta propia Otros dependen de las remesas. Otros están supeditados de manera pronunciada –sobre todo en los primeros deciles– a las transferencias públicas.

En todos los casos se trata de hogares con ingresos diversificados.

Siempre la pobreza. La pobreza es un distintivo de lo rural. Siete de cada 10 municipios donde toda su población habita en localidades menores a 2 mil 500 habitantes y cinco de cada 10 hasta de 15 mil habitantes, son considerados de alta y muy alta marginación.

Dos características adicionales de la población rural: su juventud, dado que 49 por ciento tiene una edad entre 5 y 29 años, y la paridad entre hombres y mujeres, estas últimas son 51 por ciento de la población. Lo que contrasta con la edad de los ejidatarios y comuneros que en promedio tienen 56 años.

En mi tercera entrega comentaré sobre la consecuencia que éstos y otros datos tienen para el diseño de las políticas al campo. Mucho de la visión sobre el campo se los debo a trabajos recientes de mis colegas Héctor Robles, Antonio Yúnez, John Scott, Isidro Soloaga y Julio Berdegue con quienes he coincidido en proyectos impulsados por el Centro Latinoamericano de Desarrollo Rural (Rimisp).

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