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El estante de lo insólito

Sergio Pitol. El pensador andante

Soy hijo de todo lo visto y lo soñado, de lo que amo y aborrezco, pero aún más ampliamente de la lectura, desde la más prestigiosa a la casi deleznable. Por intuición y disciplina he buscado y a veces encontrado la Forma que el lenguaje requería. En pocas palabras eso es mi literatura.
Sergio Pitol. Una biografía soterrada.

E

l tañido de una flauta se publicó en 1971. Era una novela distinta. La historia de un director de cine mexicano que pretendía disfrutar del Festival de Venecia presentando su película, de una parquedad lamentable, pero que se encuentra con la exhibición de la cinta El tañido de una flauta, una maravilla del director japonés Hayashi, que en primer lugar le recuerda su sitio como creador artístico, y en segundo le sorprende que describe con exactitud la vida de un amigo. Reflexión sobre los reflejos con que el arte nos golpea entre cocteles veleidosos y calamidades de alfombra roja, el cineasta piensa en la nulidad y la permanencia de búsquedas y lejanías de la identidad, como la reiteración del mismo eterno relato. La obsesión por entender cada cuadro, personaje y el manejo de la luz cinematográfica, lo perturban por siempre, soñando una Venecia derruida. Esta novela es su debut en el género y por tanto una ventana para el azoro ante el descubrimiento de un escritor de talante único, con herramientas estilísticas que lo convertirían en uno de los mejores escritores de habla hispana: Sergio Pitol.

El viajero

Pitol nació en Puebla (1933), veracruzano por decreto propio (vive en Xalapa hace más de dos décadas, donde construyó una casa con gusto y afán de echar raíz), que es justamente como lo ha hecho todo, tomando control y decisión de actos como extensión ejecutora de su conciencia; como renunció a no ser un niño nulificado por el desamparo de una infancia triste, con sus padres muertos y una salud atravesada por enfermedades que lo obligaron a recluirse en casa (hecho que lo convirtió en lector compulsivo, como una trama del destino); queriendo ser vigoroso como el paisaje exuberante que rodeaba su vida en las inmediaciones de Córdoba (de donde decidió inscribirse como nativo); con la misma entereza que llegó para hacer la carrera de derecho en la Capital de país, antes de partir a Europa como pocos viajeros, no como el nómada cruzando sin tregua, sino con el gusto de quien aprende todo, se mimetiza con los trazados ignotos de las nuevas culturas, la arquitectura, la gastronomía, la geografía, la señalética de lo desconocido, muy pronto asimilado para ser propio, legítimo ciudadano del mundo que después legaría al castellano traducciones esenciales para conocer a las grandes voces de Rusia, Francia, Inglaterra o Polonia, algo en lo que ayudó su labor en el servicio exterior mexicano, lo que lo hizo un propio de Europa.

Borís Pilniak, Henry James, Joseph Conrad, Witold Gorbrowicz, Jane Austen o Anton Chéjov destacan entre las portentosas traducciones del escritor, políglota de altura, que dotó a la Universidad Veracruzana de una fabulosa colección: Sergio Pitol. TRADUCTOR, una reunión de los títulos más importantes que el escritor tradujo y cuya labor, afirma, le permitió a conocer a profundidad formas y estilos, lo que le ayudó a construir sus propias novelas.

Todas las formas literarias

Tres cuentos abrieron su narrativa en los años 60: Victorio Ferri cuenta un cuento, Amelia Otero y En familia. La prosa de Pitol no tiene, ni siquiera en el nacimiento de su obra, una estructura de requerimientos lineales para cumplir formalmente un relato. No hay nada que facilite deconstruir personajes, escenarios y acciones en un tiempo formal y simple. Además, no hay un final definitivo, todo puede reinterpretarse o terminarse por el lector. Es una complejidad que puede confundirse. Sus personajes escapan de cualquier llaneza, se debaten desde el fuego interno, dice Juan Villoro: los círculos del infierno se estrechan a cada línea y los personajes se ven sometidos a un enfrentamiento inexorable con un mundo donde la salvación no es más que la mejor de las causas perdidas.

Desprovisto de estructura indomable, la literatura de Sergio Pitol rehace las formas (“una técnica de desvanecimiento en la estructura”, en palabras del poeta y ensayista José Homero), mezcla, disecciona, extrae ecos de las voces que declaran o se inventan, hace un surgimiento desde pequeñas piezas hasta un relato monumental, para que la narrativa encuentre algo distinto en las inquietudes de la infancia en forma de fiera amenazante (el gran cuento La Pantera), o retire la pátina de su mezquindad concentrada en La vida conyugal (la solidaridad más profunda que consolida a dos criaturas unidas por el sagrado vínculo matrimonial: el odio a decir de Antonio Tabuchi). Es muchos todos con ángulos nuevos, sea en el cuento, el ensayo o la novela.

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Ilustración Manjarrez

Dedicación científica

Obra creativa, pero no construida de instintos, resortes y puro conocimiento, sino con la profunda erudición de un apasionado ( Pasión por la trama no es título casual para una de sus obras base), que buscaba las muchas variaciones para reubicar el tono original de su historia, como escribió Juan García Ponce: Los reflejos y repeticiones nos van entregando poco a poco su sentido: regresar siempre a esas obsesiones y temas secretos: volver a encontrarse a uno mismo (en Sergio Pitol. La escritura oblicua). El viajero que se quiere solo, para recordarse claro, dicho por Carlos Monsiváis: desde la soledad Pitol recrea un paisaje europeo del destierro y reelabora la nostalgia, o si se quiere el aclimatamiento de la memoria.

En Pitol inspiración significó siempre dedicación científica. En sus palabras: En un cuento lo más importante es la apertura y la clausura de la historia, lo demás es relleno, pero literariamente tiene que estar al nivel de los extremos. Aun en los cuentos que tienen un inicio y un final imprecisos, esas carencias le confieren una fisonomía específica a la escritura. Esas aparentes ausencias dominan el relato con mano de hierro.

Construyéndose el goce en senderos que conducían a escenarios dignos para la creación artística, se rencontró con la paleta polifacética de sus componentes internos, en la continua reiteración de las variadas vidas que cursamos en una sola, la que parece auténtica, pero con intereses diversos, los que pueden regresar en una de las formas que la memoria trae de vuelta desde lo impensable.

A veces, una imagen reitera una presencia y exige ser rescatada del olvido. Y si quien la libera resulta ser un escritor, éste quedará colmado de felicidad, sentirá estar a punto de concebir un nuevo relato, quizá el mejor de todos los suyos, porque los detalles que acaba de recordar de su infancia podrían ser lo que faltaba para delinear esa trama perfecta tanto tiempo esperada y que incomprensiblemente lo esquiva siempre que está a punto de capturarla, explicó en su ensayo Formas de Gao Xinjian.

El arte de la fuga

Es imposible explicar la clase de éxito que El arte de la fuga representó en la carrera de Sergio Pitol. Publicado en 1997 (editorial era), es un libro que reúne (probablemente resume) los intereses poliédricos de una mente ávida de equilibrar su maquinaria intelectual. Ahí, como en el hallazgo de un cofre de corsarios que cruzaron el mundo, hay diarios, crónicas, ensayos, recuerdos y, por supuesto, relatos. Pitol cerraba el libro afirmando que si bien vivíamos tiempos crueles, también era tiempo de prodigios. Es una frase que también puede resumir su carrera profesional desde los puestos públicos, la traducción, la labor editorial, la cátedra y las letras: ver hacia lo trascendente. Insistir en la cultura, en la literatura, en el arte que nos fuga a los territorios por los que vale la pena navegar entre aguas de tormenta.

Afectado por la afasia, mal neurológico irreversible y progresivo, el gran escritor mexicano se alejó de la vida pública hace algunos años. Pero su presente está en las páginas que siguen impactando a nuevos lectores que descubren una voz de permanencia desde las primeras líneas. Más allá de los grandes galardones (entre ellos el Premio Cervantes de Literatura), la obra de Sergio Pitol es premiada en cada vuelta de hoja en un café, donde muchos replican la imagen del escritor que andaba los recovecos literarios en busca del asombro, en Viena o París, en Moscú o en Praga, en Varsovia o en Xalapa, porque, sentenció en El arte de la fuga: “Quizá mi disidencia de los usos del mundo es ahora más radical, pero se manifiesta en hosquedad y no en alegría; en convicciones (…). Comienzo a recordar la juventud, la mía y la de los demás, con respeto y emoción, por lo que contiene de inocencia, de ceguera, de intransigencia y de fatalidad. Eso mismo me hace concebir el futuro como una zona infinita, desconocida y promisoria”.

nas@yam

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