Opinión
Ver día anteriorViernes 23 de marzo de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
La peligrosa ingobernabilidad que padecemos
L

a gobernabilidad es una condición de los pueblos para existir y progresar. Sus universos son muy claros: las leyes, las instituciones y la civilidad de la comunidad. Siendo un conjunto complejo, la gobernabilidad será siempre relativa, pero es imprescindible abordarla dentro del estado de derecho.

Es un mecanismo de equilibrios mediante los cuales el gobierno sostiene la ley, los grupos ciudadanos ejercen sus derechos y entrambos concilian sus diferencias. Pretender gobernar con base en la fuerza es su negación. Tiene su expresión negativa: la ingobernabilidad. Ésta es una situación límite, que significa la virtual disolución del vínculo deseado entre un gobierno y la comunidad. Entonces ¿es razonable no buscar una solución de esa dimensión?

En México es evidente que se ha perdido la gobernabilidad. Es evidente que la autoridad ha destruido su capacidad moral y material de conducir al país y se refugia en aplicar la fuerza ilegal y con retórica falaz, como es el caso contra AMLO y Anaya. Ante la violencia oficial, la sociedad en legítima razón está generando reacciones de opinión y quizá de energía creciente. El acoso oficial hace ver un gobierno arrinconado y, en su desesperanza, dispuesto a todo, hasta a labrar su ruina y herir más al país, como lamentablemente es previsible. México está confrontando con angustia una situación trágica que es hundirse en la ingobernabilidad, lo que debe verse como previsible y creciente en los meses por venir.

El gobierno ha perdido la capacidad de presidir democráticamente a la nación y, estando arrinconado, pervierte a las instituciones para proteger sus intereses tribales. Como consecuencia, la comunidad, rompiendo su cohesión con él, es renuente a aceptar la rectoría oficial. La comunidad nacional está ya en una sublevación anímica, habría que estudiar la rebelión delahuertista de 1923, reacción a la imposición obregonista.

En el México de hoy seguimos doliéndonos de manifestaciones de ingobernabilidad y reaccionando de manera casi individualizada, sin concebir y responder globalmente al fenómeno, que es un punto de disconformidad general engendrada por:

1. Un gobierno de mando rígido, excluyente, en consecuencia, un aparato de Estado disperso e inerte. 2. Un gobierno desprestigiado y arrinconado. 3. Corrupto y encubridor de faltas hasta la impunidad. 4. Instituciones envejecidas y corroídas, manipuladas por el poder central. 5. Una política interior que nunca fue entendida y menos atendida en su magnitud. 6. Medios de control social al límite. 7. Gobernadores envalentonados. 8. Una población con un índice de desarrollo humano inaceptable. 9. Un entorno internacional desfavorable. Este breve análisis proyecta una realidad, cada indicador es verídico y dinámico. La situación tira a peor.

La gravedad de la situación llama a la preocupación que concluye señalando que, en materia de gobernabilidad, este régimen está liquidado. Sus daños son irreversibles en sus meses por venir. El mayor riesgo nacional es que siga la escalada de autodestrucción del gobierno y su violencia contra las mismas instituciones y que eso, sin alcanzar nada que fuera deseable, propicie una mayor descomposición general y que la conflictividad creada por el mismo desgobierno le lleve a actos extremos sólo para salvarse.

A dos meses de dejar Peña Nieto el gobierno y pasados tres de las elecciones, se conmemorará el 50 aniversario del 2 de octubre de 1968 cuyas efemérides se iniciarán recordando el 22 de julio con la gresca entre estudiantes del IPN y la Prepa Ochoterena.

A sólo días de pasada una elección que se advierte conflictiva, ¿en qué clima social se desarrollará? ¿se agitará la UNAM que hoy tiene presencia cultural en Tlatelolco y su rector está obligado a liderar a su estudiantado? ¿renacerá el EZLN, Ayotzinapa, habrá sorpresa en los estados, qué más? Todo es posible.

Consecuente con el naufragio del régimen, las mil tareas que le serán exigidas al nuevo deben llevarlo a repararlo todo, a concebir una nueva visión de gobierno, una visión no vertical sino participativa, una visión que abandone el encumbramiento del poder y haga de él un recurso sumatorio para la sobrevivencia y progreso del México deseado. Una conducta oficial y personal digna y un instrumental político y administrativo redefinido, moderno, austero, eficaz.

Ante la situación que se vive, de cómo se les desgobernó el país, no sólo la seguridad, se antoja acudir a la sabiduría popular grandes males, grandes remedios. Hay que restaurar la República y su espíritu, la gobernabilidad y con ello, el proyecto de futuro con determinación, talento, miras amplias y profundas, transformadoras y permanentes. Si el próximo presidente no entiende su mandato como una exigencia de Estado, el porvenir es claro, aunque de calificación impronunciable por simple consternación.