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¡Ahí vienen las rusas! ¡Los gringos ya están aquí!
N

ada le piden a los ángeles de Victoria’s Secret. Nos convocan con sus anatomías radiantes y sus rostros evadidos de la mínima imperfección de una cirugía plástica. Se nos dice que ellas son rusas y que vendrán a seducir a los mexicanos para que voten por Andrés Manuel López Obrador.

¿No pudo Donald Trump reclamarle a Vladimir Putin la afrenta? Vaya, por qué no es macho y envía a un equipo de rusos, y no de rusas, para ponerse a las órdenes de AMLO y así sorprender a los tontos mexicanos haciéndoles creer que hay una respuesta de género en la disputa geopolítica para que no voten por él.

Surgen las preguntas. ¿No pudieran haber seducido esas bellezas al personal de la Secretaría de la Defensa, o bien a su jefe máximo, para que le fuera adquirido a Rusia equipo militar que, de repente, se viene abajo causando múltiples víctimas?

Con una estrategia distinta, ¿es posible que las rusas sedujeran al mismo Trump para que ordenara al presidente mexicano que franqueara a sus muchachos cualquier espacio en territorio nacional a fin de cumplir con sus rutinas de seguridad? Así se evidenciaría la entrega de la soberanía nacional por parte del gobierno mexicano al de Estados Unidos. Ya hubo un antecedente: el primer presidente rastrero de México en el siglo XXI fue aquel al que George W. Bush le ordenó que sacara de inmediato al comandante Fidel Castro del país después de una comida diplomática con sede en Monterrey.

En el vuelo de Aeroméxico AM 0935 de Monterrey a Ciudad de México, los pasajeros escucharon la advertencia proveniente de la cabina de mandos, en el sentido de que podrían ser motivo de una revisión realizada al azar por agentes de seguridad de Estados Unidos. Entre los pasajeros me encontraba yo y pensé que había tomado el vuelo equivocado y estaba aterrizando en una ciudad estadunidense. Un vecino de asiento me comentó que él viaja con frecuencia en la misma ruta y ya le había tocado escuchar el aviso. Con pena concluí: mi país está siendo objeto de una invasión estadunidense con la complacencia de los neopolkos en el poder.

Lo de las rusas seductoras fue un meme y lo de los rusos una invención, pero lo de la presencia de los agentes estadunidenses en el aeropuerto mexicano era, o es, una realidad compartida por muchos de mis conciudadanos.

Yo me dirigía a la Conferencia Internacional Democracia y Autoritarismo en México y el Mundo, de cara a las elecciones de 2018 organizada por la Coordinación de Investigaciones Interdisciplinarias en Humanidades de la UNAM y dirigida con una gran capacidad por John Ackerman. En ese formidable foro participamos casi 50 académicos de diversas instituciones de Estados Unidos, Europa y México. Para abrir boca, John denunció la imputación que se le ha hecho, cuán ridícula, de estar vinculado malévolamente a los rusos.

Quien tenga cercanía con la cultura estadunidense sabrá, como yo lo sé (tengo un hijo gringo), que si bien prevalecen en ella ciertos rasgos culturales comunes, las diferencias entre sus habitantes pueden ser a veces radicales. Por ejemplo, de boca del profesor Neil Harvey, de la Universidad Estatal de Nuevo México, escuchamos que Trump, en su estilo aspaventoso, no es sino la continuación de la política exterior de Washington hacia México. Para mí los actos del gobierno estadunidense son actos desprendidos de una potencia imperial, no de una democracia. El nuestro tampoco tiene roce con ésta. Una sociedad a la que surcan los monopolios no puede ser sino una cordillera de la desigualdad y la antidemocracia. La idea salió de la cabeza de Jefferson, la consigna de la revolución francesa y su teoría de la pluma de Alexis de Tocqueville. El desarrollo capitalista distorsionó todo eso.

Leamos a José Luis Ceceña recapitulando al porfiriato como si hablara del día de hoy: “En el marco internacional, la época de finales del siglo (XIX) y principios del presente, corresponde a una fuerte expansión del capital monopolista de Estados Unidos y de algunos países europeos…”

En fin, el tema de las elecciones, el de este artículo, lo concentran Andrés Manuel López Obrador y Morena. Ahora por la candidatura del dirigente sindical Napoleón Gómez Urrutia. El aparato la descalificó y se colude con el Grupo México de los Larrea para agredir a los mineros representados por él en Zacatecas. El Consejo Coordinador Empresarial y algunos empresarios de Monterrey le hacen segunda.

El problema con Gómez Urrutia es que tiene ideas, las hace públicas, vierte críticas al sistema, es un mal ejemplo para los sindicatos controlados por nosotros, pues defiende y logra mejorar las cláusulas del contrato colectivo de los trabajadores mineros a cuyos cuadros, para colmo, busca capacitar académicamente desde el punto de vista sindical. Escribe libros como esos intelectuales de café y logra que otros líderes obreros, nacionales y extranjeros, le manifiesten su apoyo. Si AMLO consigue que ambos se salgan con la suya habrá que desprestigiarlos más de lo que los hemos desprestigiado con nuestros periodistas, nuestros intelectuales, nuestros bots, nuestros empleados, nuestro presidente de la República y nuestros partidos oficiales. La cuestión es que no se hable de Rosario Robles y si es posible tampoco de Ricardo Anaya (ya veremos cómo crecemos la polla para que Meade llegue a Los Pinos, sería desastroso que quedara en tercer lugar). La consigna es que AMLO y Gómez Urrutia son un doble peligro para México. Si fallamos, habrá que esperar que los gringos, o hasta los rusos, nos los puedan quitar de encima.