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El boom de los estudios poscoloniales
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ace ya más de dos décadas una nueva corriente de pensamiento se impone en el debate teórico latinoamericano: la colonialidad del poder y el saber. Una propuesta toma cuerpo a partir de los estudios sudasiáticos de carácter interdisciplinario sobre el sujeto subalterno. Intelectuales residentes en Estados Unidos redactaron en 1995 un manifiesto inaugural para América Latina. Su punto de partida: los cambios provenientes de la globalización, la crisis de la izquierda y los efectos de la trasnacionalización del Estado-nación en las formas de dominación del capitalismo de los países dependientes. Un llamado a rescatar la historia del pensamiento subalterno, donde los pueblos originarios y sus formas de organización fueran el punto de partida para redefinir una propuesta emancipadora.

En medio de un reflujo de pensamiento crítico tuvo una acogida inmediata. Era maná caído del cielo, desde el cual reiniciar debates sobre la praxis del pensamiento emancipador tras la debacle de los años 80. Años de sequía, en los que se habló de crisis de la teoría, falta de referentes y diáspora del pensamiento liberador. Los estudios decoloniales no crecieron en tierra yerma. Los antecedentes se ubican en los estudios procedentes a cuestionar la razón cultural de Occidente y su racionalidad como fuente de conocimiento. Premonitoriamente, Sergio Bagú había enunciado el problema en su obra Tiempo, realidad social y conocimiento. Posteriormente, autores cuya obra no puede encasillarse o ser asimilada en los estudios poscoloniales, pero que ha sido subsumida por dicha escuela, desarrollaron una fuerte crítica a la modernidad y la racionalidad del saber hegemónico. Me refiero a Enrique Dussel y Aníbal Quijano.

En este boom intelectual de nuevo cuño conviven académicos cuyas posturas y posiciones se agrupan bajo el ideario de representar las visiones más avanzadas del pensamiento crítico latinoamericano. Prima su repulsa al eurocentrismo. En su interior subsisten visiones milenaristas, el rechazo al occidentalismo o la reivindicación de una cultura plebeya y subalterna, variantes sobre las cuales se fundamenta una narrativa rupturista al discurso occidental, a las dinámicas del poder, la dominación cultural y un marxismo identificado como clásico.

En las ciencias sociales las modas se imponen. Emergen como fórmula innovadora para explicar la cultura, la economía, la ciencia, la filosofía, el arte o la literatura. Asimismo, se presentan como un nuevo comienzo de la historia. La realidad se pone patas arriba. Lo decolonial se trasforma en una categoría omnicomprensiva. Todo puede ser visto bajo su óptica y sus lentes. Con un lenguaje atractivo, lleno de imprecisiones, barroco, en ocasiones alambicado, pero eficiente, se yergue en comodín, cuya función consiste en encajar las piezas del pensamiento subalterno, justificando la emergencia de un nuevo saber emancipador, postcolonial.

No es la primera vez que ocurre en las ciencias sociales latinoamericanas. En los años 60 se cruzaron debates en los que una categoría, la dependencia, acabó por copar todo el espacio. Los estudios acerca de las formas dependientes del capitalismo latinoamericano colapsaron la producción intelectual. Hubo aportes, sin duda, pero también incongruencias. Se dejaron de estudiar y analizar otras propuestas emergentes cuya dinámica no calzaba con los estudios dependentistas. Me refiero, por ejemplo, a los estudios sobre el colonialismo interno o la sociología de la explotación.

Bajo el encabezado Teoría de la dependencia hubo para dar y tomar. Dependencia socioeconómica, estructural, política, colonial, financiera, industrial. Dependencia e imperialismo, dependencia y marginalidad, dialéctica de la dependencia, colonias de tipo A, B, C o D. Nada se sustrajo a su influjo. Los dependentistas enarbolaron la bandera del pensamiento del marxismo, considerándose sus únicos representantes. La teoría de la dependencia suponía un antes y un después. Su postulado era irrefutable: las sociedades latinoamericanas se hayan determinadas por la integración dependiente al sistema capitalista mundial. Verdad particularmente evidente. Somos dependientes porque nuestras burguesías, estructuras de poder y nuestra cultura son dependientes. Fernando Henrique Cardoso sentenció: No hay razón para negar la existencia de un campo teórico propio, aunque limitado y subordinado a la teoría marxista del capitalismo, en el cual se inscriben los análisis sobre la dependencia. Y en este caso no hay por qué colocar entre comillas la expresión teoría. Existe, pues, la posibilidad de pensar en la teoría de la dependencia, siempre y cuando ella se inscriba en el campo teórico más amplio de la teoría del capitalismo o de la teoría del socialismo.

Hoy se repite el error, el descubrimiento de redes de subalternidad. Se convierte en punto de partida para recrear un sujeto social inmerso en la vorágine decolonial. Sin embargo, en este afán de ser moda se tira a la papelera el conjunto de estudios que dieron explicación del fenómeno llamando las cosas por su nombre: colonialismo interno y explotación de clases y etnias. Si bien es cierto que la globalización neoliberal supone nuevas formas de ejercicio del poder, el boom de los estudios decoloniales consiste en abandonar el colonialismo interno para explicar las formas de constitución del capitalismo latinoamericano. Esperemos que la moda pase pronto.