Opinión
Ver día anteriorMartes 20 de febrero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El norte progresa porque su gente trabaja
“E

n Monterrey somos trabajadores y no gente huevona que sólo espera que el gobierno le regale todo. En el norte crecimos en un desierto, no como en el sur, que basta con estirar la mano. Acá nos enseñan a chingarle, a jalar para ser alguien”. Como estudioso de la historia, geografía, economía y sociedad del norte del país, frecuentemente me topo con este tipo de expresiones (hoy cito tres tuits de un debate reciente). Son muestra de que la historia que nos enseñan siempre pasa por alto la realidad económica y geográfica sobre la que se construyen las sociedades humanas. Así que probemos a aclararnos.

Tras el colapso de la economía de la plata y el desplazamiento global del capitalismo mercantilista por el industrial (provocado por la Revolución Industrial, 1790-1810), se abrió un periodo durante el cual aquellas naciones que se adaptaron al modelo industrial se repartirían el mundo en esferas de influencia económica. Y al menos durante siglo y medio, ninguna nación que no se hubiera industrializado tempranamente competiría con ellas. Esas naciones tenían características comunes: acceso a vastas extensiones de tierra llana y fértil para el cultivo de cereal (preferentemente trigo) que les permitiera alimentar a las grandes ciudades; una amplia red de vías naturales de comunicación, y abundantes yacimientos de hierro y carbón. Nada de eso tenía México.

Ahora bien: en vísperas de que se iniciara el reparto del mundo en esferas de interés que caracterizó la era del imperio (1875-1914), en Monterrey se dieron una serie de circunstancias que le permitirían aprovechar de manera destacada la nueva situación de México en el mercado mundial. Las claves del desarrollo de Monterrey son como las claves del desarrollo de los imperios: de orden geográfico y acceso a los recursos clave del capitalismo industrial.

Tras los Tratados de Guadalupe-Hidalgo, Monterrey se convirtió en la ciudad mexicana más próxima a la frontera con Estados Unidos, situación que sus élites aprovecharon entre 1861 y 1865, cuando los puertos de la Confederación del Sur fueron bloqueados por la marina yanqui y se creó un rentable circuito comercial entre los puertos fronterizos del río Bravo con Matamoros y Tampico. Monterrey era el eje de ese circuito. Eso permitió la acumulación de capitales y el inicio de un crecimiento demográfico y económico sostenido.

Para 1870 Monterrey tenía 25 mil habitantes y una incipiente industria. En 1880 había 324 talleres y pequeñas fábricas que sólo aguardan la llegada del ferrocarril para dar paso a la gran industria. En 1900 se fundó la fundidora y en 1903 la cervecería, las dos gigantes emblemáticas de la ciudad. Poco después se construyeron las cementeras y la fundidora de plomo, zinc y plata (también la plata, nuestro principal producto de exportación, se concentraba en el norte). Monterrey, con 81 mil habitantes, era en 1910 una metrópoli industrial.

Varias claves explican este acelerado desarrollo, que sólo puede compararse en esa época con el de la Comarca Lagunera de Coahuila/Durango: en Monterrey se cruzan varias de las principales vías de comunicación de México con el mercado mundial (Tampico, Nuevo Laredo, Reynosa y Matamoros), y los tres recursos básicos de la primera era industrial: el carbón de la adyacente cuenca de Coahuila; el hierro de las minas de Durango y Chihuahua (recursos que no se podían explotar antes del ferrocarril, por falta de vías naturales de comunicación), y el algodón de la Comarca Lagunera. Sumemos a ello que la ciudad tenía agua suficiente, una fértil llanura para alimentarla y cuando se inició el cambio tecnológico de carbón a petróleo, la cercanía con los pozos y la primera refinería del país; y las ventajas de Monterrey están explicadas.

Por si fuera poco, la naciente burguesía regiomontana contaría con la protección y el estímulo de los gobiernos sucesivos, desde Porfirio Díaz en adelante. La burguesía regiomontana desde 1940 adquirió el privilegio de revisar y palomear la política económica del régimen, y la obsecuencia priísta con sus capitanes llegó a tal nivel que cuando empezó la crisis terminal del capitalismo industrial con el fin de los acuerdos de la posguerra fría (cuyo banderazo simbólico fue el abandono de los acuerdos Bretton-Woods en 1971), el gobierno permitió que los capitanes de industria regiomontanos vetaran los intentos de reforma financiera y fiscal que pudieron iniciar una apertura económica.

Y sin embargo, abstrayendo estas realidades y esta historia (así como la imposibilidad de una temprana industrialización del sur), se ha construido el nocivo estereotipo con el que iniciamos este artículo. Del sur y del estereotipo hablaremos en siguiente entrega.

Entre tanto, y para terminar, me gustaría compartir unas láminas enormemente explícitas sobre la base de la bipolaridad del mundo que lo fue (1945-1989), con base en cuatro cosas: hierro, carbón, petróleo, trigo: https://twitter.com/HistoriaPedro/ status/965599223520677888

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