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Elecciones 2018

Trabajadores de CDMX, muchos de los asistentes al acto

Anaya arremete contra ya saben quien al formalizar candidatura
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Ricardo Anaya rindió protesta como candidato de la coalición Por México al Frente, integrada por PAN, PRD y Movimiento Ciudadano. En la imagen es felicitado por Josefina Vázquez Mota y Graco RamírezFoto María Luisa Severiano
 
Periódico La Jornada
Lunes 19 de febrero de 2018, p. 6

Después de hora y media de espera, sonriente a más no poder y con una rápida carrerita desde las bambalinas hacia el centro, Ricardo Anaya al fin sale a escena en el gran espacio del Auditorio Nacional, para iniciar el largo monólogo que precede la formalización de su candidatura a la Presidencia por la coalición Por México al Frente.

La formación opositora ha echado toda la carne al asador. Llena el recinto que tiene, dicen, cupo para 10 mil personas. El grueso de los lugares en los amplios graderíos de los pisos superiores los llenan empleados de distintas dependencias del Gobierno de Ciudad de México, que pasan lista y reciben una banderola azul, amarilla o naranja, no importa, junto con su boleto.

Desde ahí contemplan a Anaya, sin atril ni teleprompter, tal vez sólo con un chícharo (audífono) en el oído, desgranar a lo largo de una hora lo que considera son sus puntos fuertes para enfrentar, ya no al Partido Revolucionario Institucional (PRI), al que ve en un lejano tercer lugar, sino a un contendiente que ni se atreve a nombrar por su nombre: el ya saben quien, el mesías con ínfulas de perdonavidas, el que quiere seguir a la antigüita. Porque él, Anaya, luce muy moderno, dice que es una hélice, no un ancla y se revela como todo un conocedor de nuevas tecnologías que muy pronto van generar cambios exponenciales y disrupciones en el mercado. En su visión de futuro, según expone, todos seremos consumidores de las marcas trasnacionales de tecnología de punta. Y el candidato ya sabes quien, remacha, no entiende absolutamente nada de lo que estamos hablando.

Como el acto de Ricardo Anaya empieza con retraso, el tiempo de espera se alarga mientras el respetable fue machacado con la pegajosa cancioncilla del Movimiento Naranja. En la parte frontal, los personajes VIP se dedican intensivamente a lo suyo, la política. Bajo la superficie cordial hay un clima crispado.

Doce gobernadores de los partidos Acción Nacional (PAN) y de la Revolución Democrática (PRD), tres ex gobernadores, la esposa y los tres pequeños hijos de Anaya ocupan los primeros asientos. Algunos mandatarios estatales se placean con sus delfines: al morelense Graco Ramírez lo acompaña su su hijo Rodrigo Gayosso Cepeda, candidato del PRD al puesto de su padre adoptivo; el veracruzano Miguel Ángel Yunes aparece con su hijo Yunes Márquez, también abanderado por el PAN. Y la presencia de la poblana Marta Erika Alonso, candidata a gobernadora, llega junto con su esposo, el ahora ex gobernador, con lo que demuestra que todo puede quedarse en familia.

En la segunda hilera se despliegan los del chaleco amarillo. Son hasta cinco tribus del PRD que menciona el maestro de ceremonias. Conversan y se saludan con abrazos y doble palmada, mientras que esa misma madrugada sus huestes escenificaron no una sino varias batallas campales durante la sesión de su Consejo Nacional, por la rebatinga de los primeros lugares en las candidaturas de todo tipo. A su candidata de mayor relieve, Alejandra Barrales, aspirante a gobernar la capital, no le fue nada bien en el aplausómetro.

Los panistas no se quedan atrás en materia de jaloneo. A muchos blanquiazules de prosapia no les ha caído bien que la nominación en el puesto número dos de los candidatos plurinominales recaiga en el jefe de gobierno de Ciudad de México Miguel Ángel Mancera, sentado a la vera de Alejandra Barrales. A la izquierda de Mancera, un taciturno Emilio Álvarez Icaza, quien escaló desde el activismo social a las cumbres de la política partidista, detenta su nuevo status de candidato pluri al Senado por el PRD.

Al gobernador de Chihuahua Javier Corral lo siguen las cámaras, en espera de la gran foto de la reconciliación con Anaya. Apenas 24 horas antes había acusado a los anayistas de soberbia infinita y de abusar para favorecer solamente a sus más cercanos en las nominaciones. Ahora aparecía conciliador, buscando la oportunidad de tomarse la foto de la paz con Anaya. En Twitter el nuevo candidato desestimó el pleito: Quienes se frotaban las manos por vernos a Javier y a mí divididos se van a quedar con las ganas, dijo en su discurso. Pero el lenguaje corporal a la hora de la foto con el apretón de manos lo traiciona. No fue un saludo cálido.

Al final, Anaya tiene para él solo el escenario y despliega su oratoria. Pero sólo levanta oleadas de entusiasmo cuando decide pegarle al PRI donde el gobierno de Peña Nieto y su canciller Luis Videgaray se encuentran maniatados, en la relación con Donald Trump: Voy a recuperar el lugar de México en el mundo. Voy a ir a hablar con Trump y se lo voy a decir en su cara y en su idioma, para que no diga que no entendió: México no va a pagar ni un centavo del muro. La ovación crece cuando Anaya remató: Nunca más México se va a poner de tapete de nadie.

Cuando finaliza su pieza oratoria se consuma la formalización de su candidatura por coalición, con la venia de los líderes en funciones del PAN, Damián Zepeda; del PRD, Manuel Granados, y del Movimiento Ciudadano, Dante Delgado. Testigos de honor, los gobernadores, el jefe de Gobierno Mancera, mi amigo, que recibió tres menciones del ungido y su familia. Y al fin, la lluvia de papelitos, la música, las selfies. El fin de fiesta.