Opinión
Ver día anteriorMiércoles 31 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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En el Museo de Rigo Tovar
E

l martes pasado fui por unos días a Matamoros, Tamaulipas. No conocía.

Como muchas de las ciudades norteñas, Matamoros es de edificaciones bajas, construidas sobre una gran extensión de tierra, sin mayor normativa. No diría que el efecto sea bello, aunque tampoco me pareció feo: la expresión que me viene a la cabeza es agusto. Una ciudad ramplona, cerca del Golfo. Cerca del cochino Golfo como le dijo una colega a un amigo ecologista, mientras gozábamos de unos deliciosos camarones y una cerveza bien helada. Hay vida en Matamoros.

Pululan por ahí las trocas sin placas, no necesariamente porque sean de narcos, sino porque cuando entró el Ejército a patrullar la ciudad, desmantelaron a la policía municipal, por sus nexos con el cártel del Golfo, que es oriundo de Matamoros, y resulta que a los fronterizos libres (como les decía don Catarino Garza) no les gusta andar con placas. En la frontera hay vida y libertad.

El mercado turístico que en su momento estuvo repleto de mexican curios hoy tiene muchos puestos cerrados. Va como un año desde que se calmaron los balazos, pero siguen siendo pocos los turistas que se animan a cruzar la frontera desde Brownsville. Bueno, hay algunos que sí se animan a pasar a comer en Matamoros, con eso de la devaluación del peso, pero el del curios parece ser un negocio del pasado.

Mi colega Óscar Misael Hernández, tamaulipeco de pura cepa, me dio una vuelta por la ciudad. Fuimos a ver alguno de los cuatro puentes que hay para cruzar al otro lado, y ahí pasamos a conversar con un agente del Instituto Nacional de Migración (INM). Muy amable, por cierto. En ese tramo de la frontera, a los deportados los sacan una semana por Matamoros y la otra por Reynosa. A Matamoros le va tocando como 70 cada tarde en que pasan. Hace dos años, los del cártel del Golfo entraban a la estación de autobuses de Matamoros y reclutaban a los deportados a punta de fusil. Además, el cártel tiene sus halcones, y si ven a algún deportado deambulando por las calles, todavía hay probabilidades de que lo levanten, sobre todo si es joven. La leva –esa institución tan odiada del siglo XIX– vive y goza de buena salud en el norte de México. Se usa para reclutar ejércitos, soldados y soldaderas. El INM le tuvo que pedir a la Marina que vigilara la estación de autobuses foráneos, para prevenir que los deportados fuesen levantados.

Así, en Matamoros hay libertad, pero también esclavitud. Hay estar agusto y hay también temor. Hay bastante empleo y hay, en las maquiladoras, jornadas de 12 horas.

El rumor es un fenómeno palpable. Lo sientes igual en la calle que en un restorán o comercio, porque es un instrumento de comunicación necesario, fundamental. Cada hecho de sangre tiene sus posibles explicaciones más íntimas, y en Matamoros, ciudad de medio millón de habitantes, todos se conocen, o dicen conocerse, y son los conocidos los que hacen que no se viva con miedo siempre. El rumor ayuda a canalizar el miedo, a entender por dónde va el peligro. Así, cualquier malo puede terminar siendo buena gente, si uno sabe acercársele.

Así, unos pescadores de la playa Bagdad, en las afueras de la ciudad, un día decidieron hacerla de tripas corazón y acercarse a Tony Tormenta (Antonio Cárdenas Guillén), capo del cártel del Golfo, para pedirle que si no podrían por favor bajarle a las cuotas del derecho de piso que el cártel estaba cobrando, a lo que respondió don Tony que cuáles cuotas, que no les tenían que cobrar, que quién les estaba cobrando, etcétera. Total, se terminó el problema. Y es que don Tony era de ahí, y a veces podía uno acercarse por su lado bueno.

Desde su formación, luego de la guerra con Estados Unidos, Tamaulipas ha estado marcado por tráfico fronterizo. El cacique Santiago Vidaurri se aseguró que Tamaulipas acaparara la mayor parte de los pasos fronterizos que hay sobre el río Bravo, quitándole frontera a su rival, Nuevo León. Aparte de Matamoros, ahí están Reynosa, Camargo, Mier, y Nuevo Laredo... puros pasos fronterizos. Puro contrabando, desde siempre. Hoy los contrabandistas cobran derecho de piso igual a rancheros que a comerciantes o pescadores; hoy se contrabandea también gente, y no sólo las cosas, y los balazos son con rifles automáticos, aun con granadas.

Hay en la ciudad proyectos para restituir el tejido social y recuperarse de tanta violencia que ha habido en los años recientes. Para proteger a los jóvenes y a las mujeres y a los más vulnerables. (En la frontera hoy se habla no sólo de feminicidio, sino también de juvenicidio.) Así, en la vieja estación de ferrocarril han abierto un museo, y tienen planeado hacer un espacio de encuentro social en las vías, abrir vías de bicicleta, hacer actividades. Hay también un Museo de Arte, que tiene una librería de Educal, cosa que se agradece enormemente en una ciudad que no tiene una universidad, sino algún instituto tecnológico. ¡Hay tanto que hacer ahí en el terreno cultural! Las ciencias sociales pareciera casi que hayan estado proscritas en todo el estado, como si no les hicieran falta, como si todos entendieran qué les pasó, qué les pasa.

Mi museo favorito fue el de Rigo Tovar. Se me había escapado que Rigo era de Matamoros (¡pese a la pista que me había dejado con su canción Mi Matamoros querido!). Había en Rigo Tovar algo de la originalidad que se respira en esta sección de la frontera, aquella mezcla de lo inmutable con lo franco, de lo elemental con lo original. Esa música proletaria y moderna, rudimentaria y libre, que consiguió penetrar igual a Texas que a todo México. Esa versión desfasada y trastocada de la liberación sesentera, como compuesta por un Beatle que se durmió una noche en Liverpool y despertó al día siguiente irreconocible, metamorfoseado, en Matamoros.