Opinión
Ver día anteriorLunes 29 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Luz para las sombras
H

ace algunos meses, después de caminar sin prisas en los claroscuros de la selva sagrada que es la catedral mezquita de Córdoba, entendí que ella está levantada de la sustancia del tiempo y de la materia de los sueños. Antonio Muñoz Molina nos cuenta que “sus primeros arquitectos, al trazar los arcos que se abren hacia el techo, quisieron sugerir una forma como bosque de palmeras, y que el patio… con sus fuentes de agua limpia para las abluciones y sus rumorosos árboles, es una metáfora del Paraíso”. Sueños. Alma de tiempos. Como aquellos de sor Juana Inés de la Cruz: Nacida sombra, al cielo encaminada,/ escalar pretendiendo las estrellas.

Siguiendo esa estela, después de caminar por la alameda, mis pasos me llevaron al patio de butacas del Gran Teatro de la ciudad para dejarme incendiar por Nacida sombra, el último de los espectáculos de Rafaela Carrasco, bailaora y coreógrafa flamenca. Todo en él traía a la memoria lo dicho por María Zambrano cuando nos recuerda que la mujer parece haber sido designada para ser la protagonista de la historia del alma en el mundo. O aquella más reciente idea de Gabriel García Márquez cuando propone con convicción que lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar a la humanidad en el siglo XXI es que las mujeres asuman el manejo del mundo.

Ese es el arco de la razón y el sentimiento que tensa con su arte Rafaela Carrasco. Con Nacida sombra crea los instantes que propician el encuentro entre el baile flamenco con las grandes creadoras del orbe hispano de los siglos XVI y XVII. Así baila la agonía mística de Santa Teresa de Jesús, las intrigas palaciegas en la corte de la novelista María de Zayas, las luces y las sombras de la actriz María Calderón sobre las tablas de un corral de comedias y los ensueños de Sor Juana Inés de la Cruz en el exuberante jardín de su poesía. Cuatro mujeres grandes. Cuatro mundos para bailar, para pensar, para sentir, para vivir.

Con su obra Rafaela Carrasco nos regala, en la ofrenda de su ser flamenco, los hilos invisibles que tejen los caminos de luz con los que esas cuatro mujeres, grandes cúspides de nuestra cultura común, se unen a nosotros. Se cruzan los lenguajes de sus palabras con los bailes, los cuerpos y los ritmos de la música. El flamenco de siglos se une a la folía o la chacona, al romance o al villancico. El barroco de tiempos idos o lo popular de hoy pasa por nuestros ojos y nuestro oído en soleás y seguiriyas y se aloja en el corazón en un torrente de sentimientos.

Con sus maneras a un tiempo fuertes y exquisitas Rafaela Carrasco nos cuenta que bailar a Teresa de Jesús en clave flamenca supone todo un desafío, un encuentro con la quintaesencia de la pureza. Dialogar con sus palabras requiere contención, justeza y equilibrio entre la fuerza de la imaginación delirante y la templanza de la mirada interior. Es la Luna nueva. María de Zayas es la Luna creciente que se mueve “por las tensiones de la conciencia y un erotismo… que nos conecta con las inquietantes pulsiones telúricas y transgresoras del cuerpo y de la tribu”. María Calderón es la Luna menguante, seductora con visos de Luna arábiga, el velo que insinúa su misterio sin mostrarlo del todo, es leyenda, sensualidad, juego de mareas. La Luna llena, pletórica y deslumbrante es nuestra Sor Juana Inés de la Cruz. “Es la Luna plena en la noche estrellada del barroco flamígero… es cauce que nos lleva a su jardín de flores, a su obra luminosa y certera, a su finura, a su inteligencia”. Así, Nacida sombra es esencia, homenaje de una bailaora flamenca a la palabra viva de las grandes artistas, hoy clásicas, de la cultura hispana.

Rafaela Carrasco es deslumbrante en su arte, nunca mejor llamado jondo. Es como si Federico García Lorca la hubiera visto bailar cuando dijo en 1922: qué acierto tan grande el que tuvo nuestro pueblo al llamarlo así. Hondo, más que todos los pozos y todos los mares que rodean el mundo, mucho más hondo que el corazón actual que lo crea y la voz que lo canta porque es casi infinito. Viene de razas lejanas, atravesando el cementerio de los años y las frondas de los vientos marchitos. Viene del primer llanto y del primer beso. Viene del sonido del amor. Es la voz del alma en el espacio y en el tiempo.

Al salir y caminar de regreso por la alameda, casi flotando, envuelto en el suave calor de la noche, entendí que ser mujer hoy es asumir esa herencia. Aquélla que nos legó Sor Juana cuando asevera: Decirte que nací hermosa/ presumo que es excusado,/ pues lo atestiguan tus ojos/ y lo prueban mis trabajos. Sí, en el siglo XVI, en el XVII o en el siglo XXI, ser mujer es ser, en todo lugar y de una vez y para siempre, luz de lunas, luz para iluminar las sombras.