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Retomando nuestro camino
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ería absurdo atribuir lo ocurrido en la sede del Sindicato Mexicano de Electricistas el pasado miércoles al Concejo Indígena de Gobierno (CIG) y a su vocera. Pero sería un error no tomar en cuenta el efecto Marichuy.

Decenas de sindicatos y cooperativas independientes se reunieron para explorar nuevas formas de aliarse para romper las fronteras artificiales creadas entre los trabajadores del campo y de las ciudades y para construir un proyecto de organización que defienda al ser humano y a la democracia En una de las mesas de trabajo, un delegado del CIG se preguntó: ¿Cómo romper lo que nos sigue atando al capitalismo, tan contrario a la vida humana y a la naturaleza? De las mesas de reflexión que acompañan el recorrido de Marichuy llegó también otra propuesta: Hay que sustituir el concepto de desarrollo por el de vida digna. (La Jornada, 23/01/18, p.10).

De eso se trata, en efecto. De llegar al fondo y hacerlo de nueva manera.

El 20 de enero de 1949 el presidente Truman acuñó políticamente la palabra subdesarrollo. Ese día 2 mil millones de personas caímos en él. No éramos subdesarrollados. Buscábamos, al fin, emprender nuestro propio camino, más allá de toda colonización. Para Gandhi, la civilización occidental era una enfermedad curable; no quería nacionalizar la dominación británica sino arraigar Hind Swaraj, que es la forma hindú de gobernarse. En México, Cárdenas decía que ante los efectos de la última crisis capitalista soñábamos un México de ejidos y pequeñas comunidades industriales, electrificado y con sanidad, en que las máquinas redujeran el agobio humano en vez de estar al servicio de la sobreproducción. Contra ese gran aliento anticolonial se levantó el desarrollo, el lema que buscó estabilizar y profundizar la incontestable hegemonía estadunidense al término de la Segunda Guerra Mundial.

Aceptar que uno es subdesarrollado resulta muy humillante. No se puede confiar en las propias narices; hay que confiar en las de los expertos, que lo guiarán a uno al desarrollo. No cabe soñar los propios sueños; hay que soñar en ser como los desarrollados y hasta soñar sus sueños. Pero desarrollo parece también fascinante. Era el tiempo del cine como nuevo entretenimiento y Hollywood presentaba el american way of life como lo más cercano al paraíso. Truman prometió ayudarnos a vivir en él. Y la promesa deslumbró a casi todos, hasta a los antiyanquis. El experimento socialista nació en la búsqueda de justicia; a partir de entonces, empero, se concentró en el desarrollo. Stalin estudiaba a Hirschman y su estrategia para lograrlo.

Truman prometió nivelación. En 1960, los países ricos eran 20 veces más ricos que los países pobres; en 1980, gracias al desarrollo, eran 46 veces más ricos. Es claro: el desarrollo es muy buen negocio para los ricos y pésimo para los pobres. La zanahoria, ser como ellos, se aleja cada vez más. Aunque lo adornen con adjetivos atractivos, social, integral, humano, sustentable, el desarrollo sigue destruyendo por igual naturaleza y tejido social, solidaridad lo mismo que camino propio.

Tres Sachs ilustran las posiciones dominantes sobre desarrollo. Para Goldman Sachs, desde Wall Street, equivale a capitalismo salvaje; sus departamentos corresponden a las políticas desarrollistas. Es el enfoque predominante en gobiernos, partidos e instituciones internacionales. Jeffrey Sachs desmontaba aparatos estatales en Bolivia y Polonia como asesor neoliberal. Como la miseria creada por el desarrollo y su cauda de hambre, malaria y sida causan inestabilidad propuso atacarlos directamente; quiere un pollo en cada cacerola, un mosquitero en cada cama y un condón en cada pene, un capitalismo responsable como el del Banco Mundial. El diccionario del desarrollo, editado por Wolfgang Sachs, reflejó el aliento de resistencia que inauguró la era del posdesarrollo en los años 80 de siglo pasado. Millones, que no lo han leído, adoptan hoy el enfoque de ese libro en luchas que van más allá del desarrollo. Vivir bien (suma qamaña) o buen vivir (sumak kawsay), de inspiración india, aparecieron en esos años en Sudamérica como alternativa a la definición universal de la buena vida que imponía el desarrollo. En México empezó a recuperarse paso a paso la noción que se mencionó el miércoles: la vida digna, un enfoque que se opone radicalmente al indigno sometimiento a los dictados consumistas y esclavizantes del imperio estadunidense, empacados como desarrollo y progreso.

Marichuy estuvo en la reunión. Escuchó atentamente cuando Pablo González Casanova habló de la crisis política, económica, social y moral del capitalismo y subrayó la importancia del CIG para sustituir el sistema actual pacíficamente. No queremos el poder, subrayó; queremos que la gente se gobierne. Esto va mucho allá de 2018, porque nuestro tiempo ha llegado.

Marichuy no es la causa de lo que está ocurriendo. No provoca ese impulso que viene de las entrañas más profundas de la sociedad. Pero su recorrido exige, cada día, dirigir la mirada hacia donde hace falta. Abajo, no arriba. A la izquierda, no al centro ni a la derecha. Adonde está el cambio, no a la corrupción y la parálisis. Exige tejer en pequeño la vida digna.