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2018: Trumpadas
C

ada vez que Corresponsalleo o escucho que Trump está loco –la mejor frase, recién electo, fue la de John Carlin un loco a cargo del manicomio–, me recuerda la frase lapidaria con que Soto y Gama en los años 20 del siglo pasado respondió a un funcionario a quien acusaba de ser un corrupto, cuando éste le dijo que lo probara. Lo acuso, respondió el diputado Soto y Ganma, de corrupto no de pendejo.

Y asi con Trump. Puede estar loco, pero es, sobre todo, racista, misógino, homófobo, vulgar e ignorante. Y lo que no es el patán de la Casa Blanca es un pendejo.

Trump es un truhán pero tiene propósitos claros.

En lo interno, erosionar la democracia estadunidense atacando los tres contrapesos centrales: los partidos políticos, el poder judicial y los medios de comunicación.

En el ámbito mundial, su propósito es desmantelar los arreglos de gobernabilidad que después de la caída del muro de Berlín supusieron para Estados Unidos un papel de articulador de equilibrios y guardián del orden en un mundo crecientemente multipolar en lo político y en lo económico.

En esa estrategia somos el chivo expiatorio. México ejemplifica en la ideología del supremacismo fascista a un enemigo identificable en la propia sociedad estadunidense. Atacar a México representa para Trump el menor costo incluso comparado con los musulmanes, el otro objetivo de la campaña del odio.

Los rusos son realmente los trumpianos. La guerra contra Mexico de Trump tiene tres movimientos: primero, debilitar a un gobierno que no goza del apoyo popular, filtrando medias verdades y sobre todo conduciéndolo a dilemas insalvables donde lo que está en juego, ante la población mexicana, es el interés nacional. En segundo lugar, profundizar la división entre unas élites ya divididas. Sobre todo con una guerra de propaganda que ahonde la desconfianza entre mexicanos y con mexico-estadunidenses y congele la acción colectiva ante sus amenazas.

El provincianismo. Lo increíble es que en estos primeros escarceos de las campañas presidenciales, los principales candidatos parecen estarse mirando al ombligo. Como si nada pasara en el mundo, sin medir los efectos Trump.

México. México es ante todo un país inserto en una de las encrucijadas geopolíticas más delicadas del mundo. En primer lugar, y sobre todo, por la frontera con Estados Unidos –y donde hemos desarrollado hasta recientemente tenues vínculos con Canada que debería ser nuestro socio estratégico de América del Norte. En segundo lugar, por nuestra frontera con el resto de Mesoamérica y particularmente Guatemala, Honduras –por cierto hay un gobierno que emergió de elecciones fraudulentas–, y El Salvador. En tercer lugar por nuestra frontera con el Caribe, donde la relación con Cuba es crucial.

Finalmente nuestra frontera latinoamericana, la cual, mas allá de los golpes de pecho, ha sido francamente abandonada. Aquí es decisiva con los países de la Costa Pacífico –particularmente Colombia y Chile– y sobre todo con Brasil.

Golpeando el tablero. Al cambiar de manera radical la relación de mas de 50 años con Estados Unidos –llena de tensiones y golpes bajos– que partía de un principio central: nos guste o no somos vecinos, todo el tablero se descompone. Es de esto que los candidatos presidenciales en México deben hacerse cargo.

El muro –se construya parcialmente o no–, es el símbolo de la ruptura de las relaciones tradicionales con Estados Unidos. La expulsión de migrantes que hoy están por miles en las prisiones estadunidenses marcará otro hito.

El trágico intercambio en el combate a las drogas: ellos ponen las armas y nosotros ponemos los cadáveres. Finalmente el TLC cucho –sin su dimensión central de promoción de la inversión extranjera–; señalan el fin de esa relación tradicional.

Todo propósito de cambio real y de reconstrucción del Estado mexicano empieza con una nueva concepción de nuestra relación con Estados Unidos.

gustavogordillo.blogspot.com/

Twitter: gusto47