Opinión
Ver día anteriorMiércoles 24 de enero de 2018Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tecnocracia expuesta
L

as llamadas precandidaturas llevan varias semanas al aire libre de calentamiento. Las suficientes como para situar las futuras posibilidades de los contendientes. Son tres personajes y otras tres coaliciones las que se disputan los respectivos lugares de las preferencias ciudadanas. No menos cruciales para competencia por el poder también se perfilan, ya con bastante precisión, los postulantes para las gubernaturas estatales. El mapa de los restantes puestos de elección popular es demasiado extenso para abarcarlo en un artículo. Lo cierto es que el panorama que se viene dibujando es y ha sido inesperado, novedoso. Un partido de reciente creación, salido de la voluntad de un puñado de entusiastas, conectado con miles más, se ha colocado al frente de la propensión del voto popular. Ha sido el trabajo de un compacto, activo y resistente número de activistas que, durante varios años, dieron forma y vida a la agrupación que hoy llama la atención de buena parte de los mexicanos. Morena encabeza, como partido, candidato presidencial y aspirantes a los gobiernos de los estados, la competencia electoral. Se espera que tal delantera irradie a las demás posiciones en juego.

Este movimiento colectivo, emergente y ya consolidado, ocupa un lugar en horizonte político por propio derecho. Los que le disputan la primacía no han penetrado, como es indispensable hacerlo, en el imaginario de los votantes. Tanto los partidos Acción Nacional como el Revolucionario Institucional (PRI), cabezas de sendas coaliciones, se apretujan en angostos carriles tratando de atraer miradas, intereses y sentires. Sólo han logrado situarse, en el tiempo transcurrido, como insuficientes alternativas partidistas. No son, por ahora al menos, efectivos contendientes. Han quedado en achicado nivel no exento de tensiones y rupturas. Concitan a conjuntos de fieles que se apilan tras las distintas siglas y cultura partidaria. No han ensanchado su atractivo hacia estratos poblacionales más vastos. Esos que pudieran llevarlos a triunfar en la contienda. La misma unión de siglas partidarias, cada una con sus apoyadores tradicionales, no multiplican, no se expanden hacia simpatías adicionales. Por el contrario, las disminuyen. Tanto los partidos de la Revolución Democrática como el Verde Ecologista o Movimiento Ciudadano y demás agrupaciones encogen sus capacidades para concitar electores.

El caso del PRI es por demás notable pero, en mucho, predecible. Siendo el partido más longevo, fue incapaz de escoger a uno de los suyos entre un puñado de aspirantes a la Presidencia. Tuvo que invitar a José Antonio Meade como su candidato. Hacerlo propio ha sido una tarea dura, pastosa y poco prometedora. Un personaje salido de las filas tecnocráticas ha chocado, casi de frente, con las vicisitudes, las demandas, requerimientos de una campaña electoral. Sobre todo una que exige, a cada paso, la superación de añejas trabas, de apilados corajes, de corroídos ejemplos de trampas e ilegalidades. Personajes de la actividad pública, corruptos hasta la médula, se exhiben desde hace años con rampante insolencia. Por más destacado que Meade haya sido en su trayectoria de funcionario capaz y preparado, acarrea, inmerso en su costal adoptivo, males, rechazos y quejas insuperables para un simple mortal.

En días pasados aparecieron, gustosos y orondos, un manojo de ex secretarios de Hacienda en publicitada fotografía. Circuló por toda la prensa cotidiana. Orgullosos de sus pergaminos de expertos financieros exudan seguridad en sí mismos. Cumplían ritual establecido: una invitación del actual secretario de esa poderosa oficina. Al parecer sólo faltó uno, notable ausente que salió cargado de reconocimientos de esa grey. El pelotón ha oficiado sus saberes desde el sanctum sanctorum de las finanzas nacionales. Han sido los conductores de eso que se ha llamado política económica del país con magros resultados y menos aún justicia distributiva. Llevan décadas al frente de tal oficio donde se dirimen controversias, refuerzan capacidades con abundantes recursos, se difunden alegatos fundados en procedimientos impolutos, disuaden oposiciones y dictan sentencias sin apelación. Son la destilada cima de la tecnocracia hacendaria. Esa que recibe títulos, pergaminos y salmerios por doquier. Los llamados responsables por sus significadas decisiones de sesgado corte neoliberal. Impolutos funcionarios siempre apegados a un derecho injusto. Obedientes servidores de estrictas normas inequitativas. Los mismos que hoy han sido expuestos al aire público por una controversia que descubre sus mañas, limitaciones y trampas. No han podido disfrazar ese sustrato oculto de la actividad hacendaria retacado de recovecos para manipular, a sus anchas, los haberes públicos. Son, todos ellos y cada quien a su modo, las correas de trasmisión con una casi sagrada misión: imponer los masivos intereses cupulares. Es el costo que deberán pagar por salir a la luz pública después de tantos años de oficiar los secretos de Estado.