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Con mucho dolor por Rosario Green
M

ás de una reprimenda ha merecido que no haya publicado ya algo en memoria de María del Rosario Green Macías, quien nos dejó el 25 de noviembre pasado, hace ya prácticamente un bimestre.

Estoy seguro de que decidió irse en sábado para que nadie tomara su deceso como excusa para no ir a trabajar… Así era mi queridísima Rosario en lo que se refería al cumplimiento de las obligaciones. Recuerdo haber aludido juntos, varias veces, a que ni problemas con los hijos fueron causa para que ella descuidara su trabajo.

La embajadora Green, quien fue una feminista recalcitrante en el mejor sentido de la palabra, aseguraba que le caían mal las mujeres que explotaban su género para no atender debidamente sus obligaciones. Así lo dice, con diferentes palabras y de varias maneras en el libro de su autoría que, por haber extraviado mi ejemplar no pude sumarme oportunamente a la abundante literatura postmortem sobre mi gran amiga: La Canciller. Memorias y algo más (Planeta. 2003).

Es un texto que, como la propia Rosario recuerda en los consabidos agradecimientos, estuve muy cerca de su redacción y me referí a él siempre como la historia mundial de Rosario Green.

Fue una malhadada mudanza la que hizo que mi ejemplar se escondiera dentro del mismo acervo que poseo, y me sentí incapaz de escribir sobre ella sin tenerlo a la mano. No tanto porque quisiera documentarme con su contenido, que creo conocer muy bien, sino para acariciarlo e incluso soltar algunas lágrimas apretándolo en mis brazos y recordando cuánto quise a su autora.

En efecto, en la propia dedicatoria que plasmó de su puño y letra de docente en dicho ejemplar y en mi conciencia, define nuestra situación de la manera siguiente: gracias por tu gran afecto y gracias por dejarme corresponderlo. (Agosto de 2013).

Ya a cierta distancia del tiempo en que dicho libro se hizo y se publicó, estoy más convencido que nunca de que mi apreciación era la correcta: nuestra Rosario Green es una mujer muy mexicana que se ha proyectado con enorme intensidad más allá y más acá de nuestras fronteras, pero –lo cual es muy importante– sin perder de vista la cruz de su parroquia ni dejar de estar imbuida en ningún momento de un compromiso muy recio con nuestro país y con nuestra gente.

Cabe dejar bien establecido que su relación con instituciones académicas extranjeras fue más bien la de ir enseñar que no de aprender.

¡Con cuánta categoría representó a México también como diplomática! Y, ¡qué secuela tan larga de admiradores fue dejando por doquier! Pero además, ¡qué brillante carrera en el servicio público mexicano!

Desde su ascenso en la Secretaría de Relaciones Exteriores: directora general del Instituto Matías Romero de Estudios Diplomáticos, donde me hizo trabajar gratis y con gran entusiasmo, hasta Subsecretaria para América Latina, y finalmente de 1998 a 2000, canciller de la República y el último y excelente baluarte de la gran tradición diplomática mexicana, que tanto lustre dio a nuestro país.

También sería senadora de la República, secretaria general del PRI –partido al que nunca dejó de pertenecer con mucho orgullo– y presidente de la Fundación Colosio, que es la filial que debería ser académica, analítica y reflexiva del mismo instituto político, y lo fue con gran categoría en el tiempo de Rosario Green.

Su muerte, esperada con temor desde meses atrás, no dejará nunca de doler… mucho.