Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Júbilo por la retroalimentación de la multitud

El recuerdo que me deja María Angélica Luna Parra

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María Angélia Luna Parra, directora del Instituto Nacional de Desarrollo Social, quien falleció el miércoles pasado, en imagen de abril de 2006Foto Yazmín Ortega Cortés
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onfieso que las columnetas que más satisfacciones me proporcionan son las que mueven a la multitud a la participación. Eso que los comunicólogos llaman retroalimentación.

En mi casa lo dirían de otra manera: este muchacho es muy lebrón. Lebrón, palabra en desuso desde tiempos muy lejanos, tiene las más diversas acepciones. Según los diccionarios, éstas van desde calificativos muy aceptables, como astuto, arrogante, experimentado. Otras le hacen menos favor y la interpretan como taimado, tímido, fanfarrón. Ya las de tono subido entienden por lebrón, al fanfarrón, taimado y aun cobarde. En casa no eran tan radicales, el adjetivo hacía referencia a la persona a la que nada dejaba satisfecha, a la que le ponía peros a todo y, por supuesto, la que jamás renunciaba al sacrosanto derecho de decir la última palabra en una discusión, así el interlocutor hubiera dejado plenamente demostrado lo incontrovertible de sus argumentos. Para clausurar un alegato, no era precisa una palabra contundente o definitoria. Bastaba una onomatopeya, un ruido oscuro, rabioso, gutural (death growl), para dejar clara la respuesta de un lebrón. O séase de un bocón, un rezongón. Aplícase frecuentemente a los adolescentes o jóvenes malcriados (es decir, mal criados) y muy especialmente a las nueras retobonas, que no han terminado de entender lo que es el estatus al que ¡afortunadas! Han arribado: el sagrado matrimonio: yo siempre enamorado / tú siempre satisfecha / (nótese la diferencia de categoría) y en medio de nosotros, mi madre (no la santísima, ni menos la tuya. La mía), como un dios. Todos estos sí que son ejemplos de una retroalimentación automática e inmediata. Si tuviera tiempo procuraría una serie de ejemplos, en la vida diaria, de una retroalimentación involuntaria. Permanecer silente o asumir un total mutismo (el tonto diccionario especifica: obligado o voluntario. ¿Podría ser de otra manera, a menos que estés muerto?

Yo sostengo: no hay mensaje sin respuesta: permanecer silente o estático es una forma de contestación tan contundente como una sonora negativa o un mandoble letal.

Si Woody Allen le preguntara al maestro McLuhan (como en la película Annie Hall lo hizo para aplacar a un impertinente sabelotodo), sobre mis interpretaciones de los conceptos de información, comunicación, medios, mensajes fríos, calientes y retroalimentación, pienso que el doctor de la universidad de Manitoba y Cambridge podría, si no coincidir exactamente con el bachiller del Ateneo Fuente que esto escribe, sí coincidir en algunas premisas fundamentales (¡entras cañón!).

Pues todo lo anterior nada más para justificar por qué me da tanto júbilo que amplios sectores de la multitud se incorporen de inmediato a la redacción de la columneta: apoyen, se opongan o todo lo contrario y me envíen datos al asunto tratado o al que se le parezca, que no puedo dejar de mencionar los correos de dos Oyervides (Julián y Federico), que ni parientes son, ni se conocen siquiera y que me envían una misma foto para apoyar los temores expresados en torno a la salud mental del ex mandatario. Proceso muestra a don Vicente Fox en un expresivo medium shot mostrando a don Don(ald), su dedo medio, el larguito que está entre el índice y el anular (expresión universal de una ofensa machista y sicológicamente incontrovertible). También se me preguntó cómo hacer para que las autoridades tomen en serio a un demente que lanza amenazas de muerte a diestra y siniestra. Por supuesto que nadie, en sus cabales, quiere un acto violento contra el más reprobable de los candidatos pero, ¿qué hacer preventivamente contra un alieni iures que asume, en su insania, el rol del arcángel vengador?

¿Qué tal que un bisnieto del cristero Anacleto González Flores considera que su mandato divino es seguir la voz de ese iluminado profeta de Guanajuato, el que no habla en parábolas, sino en parabolas y se asume como un Mario Aburto Martínez y lo intenta? Aunque demente, el señor Sahagún, será, un tantito, responsable. El tema por supuesto no se agota. Su límite es la insania que rebase los círculos estrictamente familiares. Éstos, por supuesto, no incluyen la asociación ­delictuosa.

Vi por primera vez a Arturo Elizundia Charles durante la sesión inaugural del Consejo Universitario, al que tuve el altísimo honor de pertenecer. La representación estudiantil de la Facultad de Derecho que me permitió esa distinción, y mi constancia firmada por Jorge Carpizo, Miguel Ángel Granados, María del Carmen Ruiz Castañeda y Julio del Río, a la sazón director de Ciencias Políticas, de que, tras presentar mi examen de oposición en dicha facultad, se me consideraba apto para la docencia, representan mis máximos galardones, como puma del pleistoceno superior.

Elizundia me llamó la atención por su porte y su vestimenta. Frente a los atuendos de la mayoría de los maestros y directores, que vestían todos con gran propiedad, pero cuyo estilo y diseño no eran precisamente lo que podría llamarse prêt à porter o gringamente, ready to wear. Elizundia era un Beau Brummell. Nunca vestía de traje sino de coordinados (combinación de saco y pantalón diferentes, pero cromáticamente acordes). Nadie en lo absoluto se portaba desatento, pero era notorio que no estaba en su ambiente. Guardaba su lugar de director de una escuela, pero aspiraba a serlo de una ­facultad.

Medio recuerdo que ya les platiqué a ustedes este incidente. De chiripa cayó en mis manos la tesis profesional de un paisano a quien no conocí y, para mi mala fortuna, sigo sin lograrlo. Tenía un título incitante: ¿Es más importante el derecho de los mercaderes que el de los campesinos? En ese entonces, la población urbana seguía siendo menor a la que habitaba en cualquier forma de propiedad el campo. Aunque la tesis, así la recuerdo, era un verdadero panfleto, o quizás por eso, me incendió, decidí a ser yo quien desfaciera ese entuerto. El doctor Roberto Mantilla Molina, director de la Facultad de Derecho cuando esta escuela cambió su sede a la Ciudad Universitaria, consideró que una forma práctica de evitar que los estudiantes de los últimos años de la carrera, tuvieran que ir dos veces al día hasta la lejanía cósmica de San Ángel, a donde ni transporte en esos tiempos había, era simplemente quitando una materia del plan de estudios. Su error, por su formación, no fue compactar dos años de derecho romano en uno, sino desaparecer el derecho agrario. En ese momento de transición (palabra de moda, pero entonces aplicada al cambio de San Ildefonso a Ciudad Universitaria), no hubo mayor reparo, pero pronto el estudiantado reaccionó: la primera fue esta tesis, detonante que nos encendió.

Emprendí una encendida cam­paña mediática, que en esos tiempos se concretaba a modestísimos boletines de prensa que, con raras excepciones, siempre salían en nuestra contra. Escribí una síntesis de la tesis ya mencionada y la repartí (este verbo es textual) en todas las escuelas afines. Finalmente, en un texto obviamente supervisado y hecho papilla por Monsi, lo circulé entre los miembros del consejo.

La primera impresión no fue negativa, pero sí incómoda: el director de la Facultad de Derecho, que había promovido ese cambio curricular era, en ese momento, el secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de México.

No pretendo telenovelar la historia reciente de la universidad que viví, escribiendo en entregas las cosas que me sé pero, además, se me ha atravesado, dolorosamente, un acontecimiento al que no puedo permanecer ajeno y que me obliga a un paréntesis nada grato: murió María Angélica Luna Parra, para el mundo, Manqué. Siento la necesidad de escribir tres renglones en los que intentaré resumir el recuerdo que me dejas: mujer de lealtades sin rasguño, sin sospecha. Leal a tu familia: a las hijas, tan acurrucadas como libertarias y a ese compañero que aceptaste como una legítima y amorosa adicción. ¡Qué horror! Fuiste la priísta más acrítica que conocí, pero jamás, lo sé, por otra razón que no fuera tu mente ilusamente alucinada. Nunca olvidaremos mi hija 1° (Ana) y yo, tu cariñosa travesía por los Pays de la Loire. Se te recordará.

Twitter: @ortiztejeda