21 de octubre de 2017     Número 121

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Un espacio primigenio de vida,
autonomía y resistencia


El maíz no está solo; su diversificación continua es la milpa. FOTO: Conabio

Catherine Marielle Grupo de Estudios Ambientales (GEA AC)

Insistimos, porque nunca será suficiente: desde el origen se abren los horizontes. México es centro de origen y diversidad del maíz. Esta planta sagrada es muestra ejemplar e insustituible de la diversidad biológica albergada en los territorios bajo el cuidado esmerado de más de 60 pueblos originarios y millones de familias indígenas y campesinas, que contribuyen a mantener nuestro país entre los primeros megadiversos del planeta.

En estas tierras se gestó la agricultura hace más de nueve milenios. De la mano y del alma nació el maíz -calificado como la mayor invención humana después del fuego- en un largo proceso de domesticación de sus parientes silvestres, los teocintles, con mazorquitas de 5 o 6 granos, que conviven en las milpas. Ciclo tras ciclo, los cultivadores del maíz siguen recreándolo en una infinidad de nichos agroecológicos que van desde el nivel del mar hasta 3000 metros de altitud. Tan sólo en México se cuentan unas 60 razas y miles de variedades adaptadas a muy diversos suelos, climas y gustos culinarios.

Bien común por excelencia entre todas las semillas campesinas, el maíz no está solo; su diversificación continua es en la milpa, junto con los frijoles, chiles, calabazas, tomates, quelites, yucas y decenas de plantas útiles –comestibles, aromáticas, medicinales u ornamentales-, y animalitos (chapulines, jumiles…) que complementan las dietas tradicionales, según las tierras y costumbres de cada lugar. La milpa es una verdadera hazaña agronómica y alimentaria: el frijol le da al suelo el nitrógeno que el maíz requiere en gran cantidad para crecer, y cuando es de guía se enreda en el tallo del maíz que le da sostén; a su vez, las anchas hojas de la calabaza favorecen la conservación de la humedad en el suelo y limitan la competencia de hierbas menos provechosas. Por si eso fuera poco, combinados en la misma comida, maíz y frijol aportan todos los aminoácidos esenciales que necesitamos, es decir las proteínas; sólo falta complementar con otras plantas de la milpa, el solar campesino y la recolección, eventualmente algún ganado, ave, o productos de la caza y la pesca. La milpa es un complejo agroecosistema, espejo de la diversidad natural en cada paraje; asociación y rotación de cultivos, a veces intercalados con especies leñosas, frutales, magueyes, café, etc. Ahí se reflejan las sabidurías ancestrales, el conocimiento y buen manejo de suelos, aguas, semillas, plantas, árboles y territorios; los ciclos agrícolas que marcan el ritmo de la vida comunitaria.


ILUSTRACIÓN: Proyecto AliMente

El maíz en milpa forma parte de los bienes comunes resguardados por los pueblos indígenas y campesinos, para sí mismos y para todo el pueblo de México y la humanidad. Es un cúmulo de saberes tradicionales y constantes búsquedas e innovaciones, una ciencia campesina recreada año con año por centenares de generaciones de mujeres y hombres del campo, que en comunidad cultivan sus sueños, experimentan y resisten, junto con sus semillas, a las presiones de los mercados, empresas y poderes en todas sus escalas, y a los cambios en los climas. Estos pueblos guardianes del maíz son los primeros que se han enfrentado por siglos a un sistema dominante que explota, despoja y expulsa a la gente. Por ellos, la milpa es historia, tradición, creatividad, paisaje, horizonte de vida; es capacidad de resiliencia ante los efectos del cambio climático (sequías prolongadas, lluvias intensas), pues las semillas sobrevivientes van guardando, ciclo tras ciclo, el recuerdo de su resistencia ante fenómenos extremos. Y con las prácticas agroecológicas la milpa se refuerza, se recobra la fertilidad de los suelos, se lucha contra la erosión, las plagas y enfermedades, las semillas invasoras… Se enlazan las memorias y los futuros posibles.

Enraizada en las culturas del México Profundo, la milpa hoy en día nos sigue señalando un camino posible para recuperar y fortalecer la autonomía alimentaria con base en la diversidad biocultural: diversidad de semillas nativas o criollas, libres de agroquímicos, de transgénicos y de patentes; diversidad de comida sana producto de una tierra sana; diversidad de modos campesinos de producir. Y con los esfuerzos más contundentes de todas y todos para desconectarnos de los mercados capitalistas, la milpa será también diversidad de opciones para acceder a alimentos campesinos, sanos y variados, que son la base de la gastronomía mexicana, reconocida como “patrimonio” cultural de la humanidad. La milpa nos brinda la mejor metáfora para el cambio civilizatorio que requerimos aquí y en el mundo: respeto a la diversidad de la Naturaleza; ayuda mutua entre plantas y animales, y entre los humanos que se dan la “mano vuelta” en el trabajo e intercambian libremente sus conocimientos y semillas; libertad de decidir qué sembrar, qué comer, cómo ahuyentar el “mayantle” que es la escasez, el hambre y la tristeza, cómo celebrar la vida, el agua, la cosecha. Es el espacio concreto y simbólico de la resistencia comunitaria, la sustentabilidad y el buen vivir.

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