Opinión
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Aprender a Morir

¿Para qué seguimos?

N

unca imaginó la sensibilidad de Juan Rulfo que su frase más repetida por el paisanaje sería la vida no es muy seria en sus cosas, y no porque no lo intuyéramos o ignoráramos terremotos diversos, sino porque cada día la vida mexicana parece aumentar su informalidad en todos los sentidos.

A partir de una educación deficiente su consecuencia (baja autoestima y una sociedad desunida), y desde que sucesivos gurús sexenales consideraron que el desarrollo vendría con el neoliberalismo y la globalización asimétrica, aquí seguimos, confundiendo solemnidad con seriedad, promesas con compromisos, dependencia con soberanía, acciones fuera de tiempo con justicia, negocios familiares con democracia, y así hasta el infinito.

Desde luego, los atributos que se le asignan a la vida son constructos para no enloquecer o para devorarnos con menos precipitación o para medio atenuar la tara congénita de la obsesión por el poder, mundial, nacional, familiar o de pareja. Los por qué no sirven; los para qué pueden ayudar a que cada persona abra más los ojos e intente darse cuenta de dónde está parada, por órdenes de quién y con qué propósitos.

Tras estos sismos, identificar cada uno, tristezas acumuladas, mal humor, desánimo, insomnio, neurosis, nacionalismos emergentes, mexicanía por televisión, falta de criterio, ira, impotencia, apatía, ofrecerle todo a Dios o mentarle la madre –Él no se toma nada personal–, llanto y alegría, sin caer en engaños mediáticos ni en autoengaños que nos convenzan de que alcohol o drogas resuelven algo.

Preguntarnos cada día ¿para qué seguimos con vida? sirve para procurar honrarla con la cabeza y el corazón, revisando un comportamiento aborregado y crédulo; para enfrentar la enorme tensión, identificar síntomas de estrés postraumático y elaborar un profun-do duelo colectivo, no por resistido menos nocivo para la estabilidad emocional. Evitar conversaciones apocalípticas, complacencia en las incontables tragedias y, dentro de lo posible, a siquiatras que sólo prescriben pastillas contra la ansiedad.

Convencernos de que la puntual, conocida como la muerte, al igual que su complemento, la vida, no es lógica ni justa ni oportuna. Recordar que nadie sale vivo de este mundo, por lo que las circunstancias de cada fallecimiento no modifican la naturaleza finita del ser humano. Mejor que esta inevitable condición de mortales nos haga ocuparnos, sólo por hoy, de lo que realmente importa.