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El reality show para jodidos y los cleptobarones depredadores
E

n lo que resultó probabilísticamente algo casi increíble, 32 años después otro cataclismo azotó México un 19 de septiembre. Doce días antes, un sismo de 8.2 grados había devastado Chiapas y el Istmo de Tehuantepec. Sendos desastres telúricos provocaron caos, miedo, conmoción y desorientación. También indignación ante el oportunismo demagógico de un presidente Peña Nieto forjado en la cultura de los celebrities, y quien como todo hombre de acción, exudando su machismo de ocasión se multiplicó en la emergencia ávido de reflectores y publicidad. Convertido por sus promotores de imagen en un personaje itinerante con el don de la ubicuidad –como un dios cuasi omnipresente proyectando poder, y como si tuviera todos los hilos del destino de la nación en sus manos para tranquilizar a sus ovejas−, con el correr de las horas y los días Peña Nieto realizó visitas relámpago a distintas zonas destruidas por los sismos, instrumentalizadas como sets de filmación reales.

Cada localidad devastada y cada actuación presidencial fueron cuidadosamente estudiadas y planeadas para obtener el mayor impacto del celebrity promocionado y como un espectáculo montado para su escenificación mediática. Se vio al mismo Peña Nieto de siempre, sirviéndose y aprovechándose de sectores populares afectados, para la consecución de sus fines privados y potenciar su imagen de celebrity; su marca-nombre registrada con sus ratings y sus rankings.

En esa dramática coyuntura afloró también el instinto de preservación de poder y aumento de utilidades de las televisoras oligopólicas al servicio de la plutocracia, con Televisa a la cabeza. Predecibles, con rigurosa congruencia de clase y conforme a su fría lógica mercantilista, los medios hegemónicos volvieron a concentrar la noticia como maniobra para la manipulación y el control de la (des)información suministrada a la población; para mantener a la chusma a raya (N. Chomsky).

Asimismo, a través de la pedagogía de la idiotización de los jodidos (Emilio El Tigre Azcárraga dixit, 1993); de la manipulación sistemática de una audiencia masiva aturdida e inerme −atrapada entre la angustia y el estrés agudo producidos por el terremoto y los rumores de réplicas−, buscaron desplazar, ocultar u opacar el papel de una multitud de jóvenes, que en una eclosión biofílica (tras un decenio signado por una sanguinolenta carnicería, crímenes de lesa humanidad, desaparecidos, terror de Estado y atrocidades indescriptibles), desbordaron su solidaridad en las calles de la Ciudad de México. Una vez más, los medios oligopólicos privados sustituyeron la veracidad de la noticia fáctica por el espectáculo (G. Debord); recurrieron a la espectacularización de la información, que remite a la sociocultura del infoentretenimiento −con su dramatización, su discurso de corte narrativo-emocional y su cuota de ficcionalización− como maquinaria de desimaginación (H. Giroux). Otros dos objetivos, para nada secundarios, fueron obtener rating y maximizar sus utilidades al tope.

Desde la media mañana del 20 de septiembre, millones de telespectadores desconcertados y abúlicos asistieron a otro hecho singular: la eventual complicidad de la televisora de Emilio Azcárraga Jean −principal brazo propagandístico de la plutocracia imbricada con el sistema político mexicano−, en una maquinación o patraña monumental (Carmen Aristegui dixit), ajena a todo código de ética y/o protocolos en materia informativa (según el defensor de las audiencias Gabriel Sosa Plata y Artículo 19), señalada por diversos analistas como el montaje de un reality show: el caso de la niña Frida Sofía. Una fake new (noticia falsa) coestelarizada por el tapado más cercano a los afectos del Presidente, el secretario de Educación Pública, Aurelio Nuño, y el almirante José Luis Vergara, oficial mayor de la Secretaría de Marina (cuarto hombre con mando en el organigrama de la institución), brazo de las fuerzas armadas privilegiado por el Pentágono.

Peña, Nuño, Televisa, la militarización de la protección civil por la Marina… y la voracidad de los cleptobarones (robber barons)1 del capital trasnacional ante el nuevo y lucrativo negocio de la reconstrucción. La poscatástrofe natural, como nueva oportunidad para que empresas depredadoras aprovechen el estado de choque y conmoción, y mientras los damnificados y la población se recuperan del trauma colectivo, se pueda aplicar una nueva versión del capitalismo del desastre y su terapia de choque económico (Naomi Klein), por los perversos fundamentalistas schumpeterianos de la destrucción creativa y el mercado total, que explotarán el tóxico coctel del miedo-desorientación producidos por los sismos en Chiapas y Oaxaca, vía las zonas económicas especiales (ZEE).

Para ello, a una semana del 19/9/17, mientras se profundizaba el mal humor social, Peña Nieto, los banqueros y los empresarios “marca Forbes” se pusieron de acuerdo en el uso de los recursos para la reconstrucción, incluidos los millonarios donativos de países y magnates y la ayuda humanitaria de la sociedad civil. La clase capitalista trasnacional vernácula creó el fideicomiso Fuerza México, que para mayor transparencia, se dijo, será administrado y vigilado por el sector privado; por ellos mismos, pues.

En un país controlado por la cleptocracia y signado por una añeja cadena de corrupción-impunidad-simulación, la retórica de la transparencia figura como un engañabobos para encubrir los cochupos y las transas del poder real, el gobierno y su capitalismo de cuates y compadres, en una nueva fase de despojo.

1 El término clásico robber baron fue acuñado por The New York Times en 1859 para referirse a Cornelius Vanderbilt y John D. Rockefeller. El Oxford Dictionary define robber baron como un plutócrata despiadado e inescrupuloso. En este texto lo adaptamos como cleptobarones (de)predadores.