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19/S: El dolor y la esperanza

Cónyuges, hijos o hermanos de más de 20 personas aún atrapadas esperan el rescate

Demandan familiares banco de ADN para identificar a víctimas de Álvaro Obregón

Fisioterapéutas ofrecen en plena calle tratamiento, masaje y terapia a brigadistas acalambrados

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Familiares de víctimas observan los trabajos de rescate en el edificio de Álvaro Obregón 286, en la capital del país, donde autoridades federales de Protección Civil les informaron que no hay indicios de vidaFoto Cristina Rodríguez
 
Periódico La Jornada
Jueves 28 de septiembre de 2017, p. 19

Octavo día. Ahí donde arranca la avenida Álvaro Obregón, con su camellón y sus fuentes, se realiza bajo una carpa blanca una reunión de la recién creada coordinadora de la sociedad civil y las familias de más de 20 personas que siguen atrapadas en la montaña de escombros de lo que fue el edificio de oficinas marcado con el número 286.

Acuerdan cómo deben demandar a las autoridades la creación de un banco de datos con los perfiles genéticos de cada uno para agilizar la identificación de las víctimas que, se espera, serán rescatadas en las próximas horas... o días.

Sabemos que no todos serán fácilmente reconocibles. Urge el registro de ADN de los familiares directos, recomiendan. Pese a vivir esta prolongada pesadilla, estos esposos o esposas, hermanos o hijos de los atrapados se mantienen serenos, estoicos, lúcidos.

A pocos pasos, dentro del área de operaciones restringida, la protesista Cristina Picazo, directora de la Clínica de Rehabilitación Humana (Crhum), que se ubica frente al derrumbe, coordina el trabajo de los fisioterapeutas que ahí mismo, en la calle, dan tratamientos y terapia. Es una tarea sin fin. En una mesa aplican corriente eléctrica y hielo a un rescatista acalambrado por sobrecarga muscular. En otra masajean y ejercitan las piernas de alguien. Más allá rehidratan por vía intravenosa a otro.

El martes 19, cuando el sismo hizo que los empleados de la clínica desalojaran a los pacientes, muchos de ellos sin las prótesis y los aparatos ortopédicos puestos, la especialista recuerda haber visto una nube enorme. Cuando se despejó la cortina de polvo, el edificio de enfrente, de siete pisos, ya no estaba ahí. De los escombros vio salir a decenas de personas, blancas como figuras de yeso. Y observó cuando depositaban al lado de la fuente del camellón a un hombre. Había sufrido machacamiento de pierna debajo de la rodilla. Le habían hecho un nudo con el pantalón de mezclilla. Y minutos más tarde sacaban a otra mujer en camilla, también con la pierna arrancada.

A mí, que me dedico a atender a amputados, a rehabilitarlos, me toca vivir eso. Debe ser por algo. Quisiera localizarlos para donarles sus prótesis.

La Crhum, reconocida por su calidad y alta tecnología, sacó de inmediato la casta. Técnicos, terapeutas, secretarias... todos, sin muchas palabras, sólo con las miradas, decidimos lo que íbamos a hacer. Y no hemos parado desde ese momento. Así, la clínica ha dado servicio de sanitarios a más de 4 mil personas. En los días que la colonia Roma estuvo sin agua utilizaron la de la alberca de hidroterapia para mantener la higiene. Además, han clasificado y organizado grandes cantidades de acopio médico.

Vaciaron sus bodegas de material para hacer espacio a los medicamentos e insumos de curación. En sus salas de consulta hay lugar para descanso y pernocta hasta para 14 personas. Incluso, diseñaron y fabricaron al instante un arnés para el perro rescatista de un binomio procedente de Querétaro.

Un antro para héroes

Vecino de la clínica, hay un antro famoso entre los noctámbulos: el Imperial. En la penumbra, apenas iluminada por un candelabro cabaretero, atiende una voluntaria detrás de la barra, con botellas multicolores a sus espaldas. Se acerca otro voluntario y pide: una o dos hieleras con electrolitos, por favor. Y ella las proporciona de inmediato.

Ahí donde estaban las mesas, ahora hay catres y un letrero, al lado de una imagen guadalupana: Silencio, héroes descansando. Dos hombres sombríos, con los arneses y chalecos propios de los rescatistas y sus cascos sobre las piernas, toman un resuello reclinados sobre la barra.

“¡Hola, topo!”

Así saludan a su paso a Miguel Álvarez, estudiante de ingeniería civil del Poli y miembro de la agrupación Topos Adrenalina, la primera que se presentó en el sitio de la catástrofe en Álvaro Obregón 286, poco después del sismo. Trae dos mochilas: la de rescatista y la de estudiante, para hacer mi tarea en los intervalos de inactividad.

Ellos y muchos voluntarios más sacaron entre el 19 y 20 de septiembre a más de 20 personas vivas, según recuerda. Y de repente, el jueves, el trabajo se detuvo. Ya teníamos localizadas a personas atrapadas y habíamos hecho los túneles. Las autoridades nos hicieron a un lado. Dieron prioridad a las brigadas internacionales que fueron llegando: israelíes, españoles, estadunidenses, japoneses, chilenos, panameños. Desde entonces, a los mexicanos, aunque somos especialistas en búsqueda y rescate, solo nos dejan como auxiliares, cortando varilla, trozando losa. Y lo hacemos de buena gana, pero me pregunto por qué. ¿Somos malinchistas? ¿Por razones políticas? ¿Por atender bien a nuestros invitados?

Desde el jueves por la noche, cuando sacaron a dos mujeres y un hombre, no se ha logrado ningún otro rescate con vida.

Ritual de exequias

Abundan los puntos de atención de sicólogos y siquiatras. Y bien que se requieren. Pero también hay dos sacerdotes que se hacen cargo de la salud espiritual de los creyentes. A las cinco de la tarde de este miércoles oficiaron conjuntamente una misa frente al derrumbe. Una docena de personas sentadas en unos catres, que son la viva imagen del dolor, atienden el servicio religioso.

Se lee el ritual de exequias, el pasaje de la resurrección de Lázaro según el evangelio de San Juan, y en la homilía se exalta y agradece el milagro de la sociedad civil organizada, en la que todos ayudan, todos se encuentran en el mismo calvario.