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Nosotros ya no somos los mismos

La bronca que derivó en la monstruosidad en Tlateloco y una riña fiera y clasista ante el Código Penal

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Aprehensión de los líderes estudiantiles del mitin celebrado el 2 de octubre de 1968 en TlatelolcoFoto colección de Manuel Gutiérrez Paredes /Archivo Histórico de la UNAM
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brí el baúl mundo, del que hace ya tiempo comuniqué a ustedes su inauguración (recordando en esa ocasión el Cajón de sastre, de Miguel Ángel Granados Chapa, las Rebanadas del pastel, por las cuales comparte Carlos Fernández-Vega información a la que jamás tendríamos acceso sin las acciones que nos comparte con su México SA y algunos otros periodistas de renombre que, al final de sus columnas, destinan un párrafo para mencionar temas que por su interés e importancia no pueden dejar simplemente de registrar o, que anuncian para su tratamiento dentro de la agenda inmediata).

Pues que me sumerjo y en el piso superior del baúl y encuentro una relación de temas tan olvidados como sugerentes. Por ejemplo: ¿por qué la bronca que se desató entre la prepa Isaac Ochoterena, incorporada a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), y una voca del Politécnico, ubicadas en torno a la Ciudadela durante 1968, llegó a convertirse en uno de los detonantes de la represión generalizada contra las escuelas públicas de educación superior (las normales rurales, entre otras) y culminar, finalmente, con el monstruoso crimen de Tlatelolco, y en cambio una riña fiera y clasista (mi papá es socio de Baillères y le gana la licitación al tuyo, que es un simple empleado de Larrea), entre los Caínes descendientes del padre Marcial Maciel, rápidamente se decoloró y pasó de las páginas de nota roja a las rosas de las revistas del corazón? Seguramente recuerdan ese broncón que tuvieron los júniors de los colegios Cumbres e Irlandés, pues dada la alcurnia de los contendientes se convirtió en trending topic que cimbró de emoción a los simpatizantes de ambos bandos. Pues, pese a que estos violentos desfogues de los inminentes yuppies (comprensibles por la represión sexual de que son víctimas desde que nacen hasta cuando son ya unos verdolagones) rebasaron los amplios espacios en los que campean sus instituciones y llegaron a la vía pública en la que afortunadamente no toparon con una quijada burro (muerto, por supuesto), pues estos jóvenes Caínes habrían llevado su ira a consecuencias fatales. Había que verlos como heroicos cruzados golpear al enemigo. Se lanzaban unos contra otros como si esos otros fueran infieles o estudiantes de algún CBTI, un CCH o una normal rural. Nosotros bien sabemos que ambos ejércitos, en el fondo eran, son lo mismo: vestimenta, relojes, autos de lujo, guaruras y, por supuesto, semejantes valores, formas de vida (de vidas: ésta y la otra, la que nos venden diciéndonos que es para siempre). Tan coléricos y rabiosos estaban que ni cuenta se dieron de que su grito de batalla era el mismo también: ¡Guerra, guerra contra Lucifer!

La comisión de delitos varios fue evidente, pero, ¿quién puede asegurar que las leyes –que se dice deben tener carácter general– no pueden exceptuar a los mirreyes (siempre que demuestren fehacientemente serlo)? No hubo un solo consignado, ni una investigación disimuladora, una consignación concienzudamente mal sustentada para garantizar que un juicio ajustado al debido proceso dejara a los gladiadores exentos de toda culpa. El Código Penal se ha convertido en un instrumento exclusivo para castigar a quienes viven en la carencia, la marginación y la ignorancia. Los papás de los alumnos de los colegios Cumbres e Irlandés llegaron a un acuerdo con las autoridades y les ofrecieron que ellos y los maestros les harían ver a esos aguerridos jovencitos que habían cometido algo más grave que delitos, pecados. Los primeros les acarrearían condenas fácilmente conmutables; los segundos, penitencias: recen el Santo Rosario esta semana, no olviden el Ángelus tres veces al día o tomen la vía rápida para la absolución automática: redoblen los óbolos, los diezmos y la compra de indulgencias plenarias y bendiciones papales, ya vieron que el maléfico Martín Lutero fue sepultado por la verdad histórica.

Fuerzas policiacas intervinieron y con exceso de violencia golpearon a estudiantes y allanaron las instalaciones de la vocacional. Para muchos se trató tan sólo de un desmán policiaco más, en un sexenio en que parecía que, en todo momento, la autoridad tenía la enfermiza necesidad de mostrar su bestialidad para asegurar su capacidad de sometimiento y control sobre el pueblo que lo había elegido como la mejor opción para gobernar la República. Muchos acontecimientos posteriores comprobaron que se trataba de una estrategia para registrar no sólo la capacidad de tolerancia popular a un gobierno despótico, autoritario y profundamente conservador, sino también para detectar a los ciudadanos y las organizaciones que se consideraban más decididas a no aceptar la consigna de callar y obedecer el resto del sexenio y que, además, quisieran aprovecharla celebración de la olimpiada México 68 para dar a conocer a la comunidad internacional la realidad de la democracia mexicana. La estrategia era provocar a los sectores progresistas para que ellos se denunciaran y exhibieran sus dirigencias, su capacidad de convocatoria, lugares de influencia, relaciones con funcionarios del gobierno, intelectuales y artistas de renombre, clérigos progresistas o personal de las embajadas. Colorear el mapa geográfico y político, para ubicar y aislar, diferenciar y poner en la mira a quien lo mereciera.

Como que sí hay diferencias en el trato deparado a quienes responden a sus instintos, y los que tratan de ser congruentes con sus ideas. ¿La comparación anterior deja alguna duda?

Volví a equivocarme. Se trataba en esta columneta, únicamente de enunciar los temas pendientes de platicar y que se habían venido acumulando, pese a mi interés por hacerlo.

Tomé el asunto de los pirrurris al tiempo que encontré otros casos de indígenas (hombres y mujeres) presos desde hace años sin que se dicte sentencia sobre los delitos que se les imputan o, siquiera se inicie la averiguación imprescindible. A los que no hablan español no se les ha proporcionado el traductor a que la ley obliga. Como suele sucederme, me encendí y me seguí de frente. Corrijo. Temas pendientes. 1) Las declaraciones del jefe de Gobierno de Ciudad de México: a) cinco años de hechos no de política. ¿Será consciente de la sinrazón que con nuestros impuestos publica diariamente en la prensa?; b) la unidad sí, pero sin condiciones –declara don Miguel Mancera– o, como quien dice: dar dado. ¿Y los principios?, ¿las convicciones?, ¿el ideario?, ¿el programa? ¿Venga la unidad, si es útil y rinde beneficios? Y me falta alguna otra declaracioncita que no tiene desperdicio. 2) Que ya regresaron los hijitos del presidente Anaya, después del curso intensivo de conocencia y amor a México, que tomaron en la prestigiada y no tan onerosa escuela High Meadows School, de la ciudad de Atlanta. Ahora se tienen que conformar con un colegio de Las Lomas. O, ¿qué esperaba, que los iban a matricular en el Madrid, en el Luis Vives o un Montessori? 3) Y nos quedan las delincuenciales y orates amenazas vertidas por lo que queda de Vicente Fox, contra López Obrador y Nicolás Maduro, después de los terribles daños que le ha ocasionado el tifón Martita. La sola formulación pública de lo que él, en su desquiciada mente considera que es lo que debe hacer contra los dos políticos mencionados, es un delito plenamente tipificado. No pido para este demente profesional que se le prive de la libertad (que lo merece), sino que se le exhiba públicamente, mientras se considera imprescindible su definitiva internación en un centro de salud mental.

El relato de mi experiencia personal no tiene mayor importancia, porque he vivido pocos trances de esta naturaleza y todos sin mayores complicaciones. Ahora, sin embargo, había un elemento diferente: dos hijas. La primera era una puberta de 14 años cuando el sismo de 1985, la otra nació un mes antes en ese año. Ahora, para mí, eran tormento doble: yo las veo endebles, inútiles para muchas acciones físicas, para resistir el embate de los elementos, el trabajo arduo, peligroso, permanente. Como yo, seguramente muchos padres, menos onderos debemos, con orgullo y humildad, disculparnos con las que solemos llamar nuestras princesitas, pero que en el ridículo tratamiento, incluimos nuestro real sentimiento: las hijas son un pasivo familiar. Cada una es nuestro tesoro, por eso la obligación, pensamos, es su protección. Cuánto me place haber tenido el tiempo y la oportunidad de reconocer mi estúpido comportamiento. Yo, el liberal, progresista, racional, no está liberado de los prejuicios y el dogma. ¿Podemos seguir platicando?

Pd: si me hubiera sido posible cambiar toda mi columneta a cambio de la reproducción del poema de Juan Villoro, con gusto lo habría hecho.