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19/S: El dolor y la esperanza

Sus casas se dañaron el 19 de septiembre; ayer evacuaron hogares provisionales

Damnificados por el sismo del martes reviven el miedo con el nuevo temblor

Habitantes de Ámsterdam 25 reconocen que sabían que el inmueble estaba en mal estado

 
Periódico La Jornada
Domingo 24 de septiembre de 2017, p. 13

Alejandro Amador ayer dormía profundamente, pero se incorporó de un brinco después de que lo despertaron en su hogar provisional, en la colonia Del Valle, porque otra vez la tierra se movía. Un pantalón y zapatos en la mano, y sobre todo el miedo que regresa al cuerpo, revivieron las imágenes terribles del pasado 19 de septiembre.

Alejandro aún no nacía cuando el terremoto de 1985 sacudió a la Ciudad de México. Los sismos y sus efectos no representaban un miedo particular en su horizonte, pero hoy es distinto. Desde el terremoto de la tarde del martes, cuando salió corriendo y el edificio donde vivía, en Ámsterdam 25, en la colonia Condesa, se vino abajo. Alcanzó a llegar al pasillo que da a la calle y que de manera asombrosa resistió el derrumbe. Salió ileso. Algo cambió en él. Después del miedo provocado por un nuevo sismo, piensa que no quiere volver a caminar por esta que, durante años, fue su calle.

Yo estaba consciente de que el edificio estaba en malas condiciones, relata su pareja, Manuel Fernández. Decidí vivir en este edificio porque la renta era más baja que el promedio en la zona; hoy soy consciente de que fue responsabilidad mía y esta es su consecuencia.

No es el único que admite que el edificio se encontraba en mal estado desde hacía tiempo. Una vecina que escucha a unos metros dice, como culpándose a sí misma. Estaba mal, pero queríamos vivir en una zona bonita y con una renta más barata.

Ahora hacen guardia frente a lo que fue su hogar. Todos parecen una familia unida por la zozobra que empiezan a ocultar con buen ánimo. Una parte del edificio quedó en pie, los habitantes de esos departamentos guardan la esperanza de poder recuperar algunas pertenencias prácticas y documentos. Están asimilando su condición de damnificados.

Damnificados con privilegios que no tiene la mayoría de la población, precisa Manuel, eludiendo todo sentimentalismo. Tenemos buenos empleos y apoyo de nuestros trabajos. Hay quien se quedó sin nada de verdad.

La tapatía Karina Cervantes tampoco vivió 1985 y por eso la narrativa de ese año tenía poco sentido para ella: era historia vieja y trauma de chilangos. Desde que el terremoto la dejó sin hogar, la alojaron en la calle de Aguascalientes, en la colonia Roma. Ahí la sorprendió la alarma del sábado. Salió corriendo en pijama y pantuflas.

¡Puta madre!, exclamó mientras corría, otra vez no, no me quiero morir en un temblor. Puto miedo colectivo.

Y el miedo se diseminó por la ciudad, por el recuerdo fresco de la tragedia del martes y una sensibilidad todavía frágil. El 17 de septiembre, en la colonia San Rafael, una colonia sin daños serios, una casona antigua sepultó el viejo taller de reparación de bicicletas del Tío Toño, como apodan al dueño. Él alcanzó a salir, pero su negocio quedó desahuciado.

Ayer volvía para sacar los cacharros que aún quedan dentro. Por la mañana lo sorprendió el sonido repetitivo de la alarma a una cuadras de lo que queda de su local; pensó que ya no quedaría nada en pie, pero ahí seguía como lo había dejado, apuntalado y con amenaza de derrumbe.

No sé qué voy a hacer, dice mientras trajina con fierros polvosos, perdí casi todo porque yo vivo de este oficio que me enseñó mi padre, al que se dedicó toda su vida. No he pensado qué voy a hacer, pero tal vez trabaje aquí en la calle: aquí sufrí un accidente que me sacó el ojo. Estoy tuerto, diabético y viejo, pero vivo, listo para seguir, porque para eso quedamos vivos, ¿o no?