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Aún existe la solidaridad que se creía perdida, exalta rescatista

Jóvenes viven el mismo horror de los lejanos relatos del 85

Tras el sismo, Nayeli recorrió la ciudad por 10 horas con un tesoro: comida

 
Periódico La Jornada
Jueves 21 de septiembre de 2017, p. 20

Para Mitzi y Érik, la tragedia que azotó a la Ciudad de México el 19 de septiembre de 1985 eran sólo historias que escuchaban de sus mayores. No podían imaginar el terror y el desastre que dejó en la capital el sismo de hace 32 años. Se trataba de relatos lejanos. Pero hace un par de días vivieron el mismo horror.

El terremoto del martes los marcó. El viejo edificio que habitan, en la calle de Mina, colonia Guerrero, soportó la intensa sacudida de la Tierra, que resultó aterradora para estos jóvenes de 20 y 23 años, respectivamente. Aún no se reponían del susto, cuando tomaron un par de palas y salieron a las calles, ya que también habían escuchado que hace más de tres décadas el apoyo juvenil fue clave.

Tras un rato de andar, a las 16 horas llegaron a la colonia Doctores, a la calle de Bolívar, donde una fábrica de textiles se vino abajo. Ahí, los voluntarios rescataron a siete personas con vida. Érik y Mitzi trabajaron hasta entrada la madrugada, regresaron a casa para descansar, recuperar fuerzas y seguir en la batalla ayer, muy temprano.

En un principio fue aterrador. Fue increíble ver convertido a escombros algo tan sólido como un edificio, saber que había gente atrapada, sepultada e imaginar cómo estaban sufriendo. Y a la vez vernos ahí, trabajando, pensar que quizá toda esa labor (para el rescate) no sería suficiente, confiesa el joven.

Sorpresivo fue ver la solidaridad de cientos de personas, como habían escuchado en esas historias que sus mayores narraban: Cuando veía alguna noticia o escuchaba algo sobre el terremoto del 85, pensaba que era algo que nunca viviría. Hoy es diferente. Lo más chido fue ver la unión de la gente. Con eso te das cuenta que todavía existe la solidaridad que se creía perdida por la corrupción y la delincuencia, repara Mitzi.

Una llamada telefónica interrumpe la entrevista. Deben correr junto con la brigada a la que se sumaron para atender una urgencia cerca de Nativitas: al parecer un edificio está por desplomarse.

Nayeli Aguilar tiene experiencia en estas crisis. No es de las que se apresura para salir a la calle. Sabe que su aporte no estará en la fuerza para remover escombros o buscar sobrevivientes, sino en apoyar a los voluntarios.

Después del terremoto recorrió la ciudad 10 horas con un preciado tesoro: comida. Llegó a la escuela Enrique Rébsamen, a dos inmuebles que se derrumbaron en la colonia Santa Cruz Atoyac y finalmente a la Condesa. Sus alimentos fueron la gloria para los voluntarios.

Preparó varios kilos de huevo, tres pasteles, café y jugos. En este tipo de crisis se necesita comida preparada. Había muchos alimentos, pero empaquetados o enlatados. Los brigadistas necesitaban comer lo más rápido posible para seguir removiendo escombros. La gente se volcó en ayuda, pero por momentos no sabían qué hacer, recuerda.

Fatiga que rindió frutos

Vladimir Estrada vive a unos pasos del edificio que se desplomó en la esquina de Ámsterdam y Laredo, en la Condesa. Fue de los primeros voluntarios que llegó a los escombros del inmueble. Al principio, narra, eran apenas 50 personas. 

La resaca del trabajo de horas son perceptibles en el rostro, brazos y manos de este hombre de 43 años de edad que llegó a la colonia hace siete años. Destaca la importante labor que jugaron decenas de albañiles que laboran en construcciones aledañas. Salieron como hormigas dispuestos a apoyar. Trajeron todo su equipo. Fueron quienes comenzaron a organizarnos y los primeros en cavar profundo.

El polvo cubría toda su cara y su cuerpo denotaba la fatiga de la intensa jornada. Sólo paró dos horas para dormir y regresar. El trabajo rindió frutos: presenció el rescate de dos personas; en la zona se habló de hasta 20 rescatados. Estoy muy cansando, pero no importa, seguiré.

Miguel es productor de televisión y actos de música. Se enteró que se necesitaban –de manera urgente en los sitios devastados– grandes luminarias para las labores nocturnas.

Él y su equipo abandonaron las locaciones para hacer llegar cuatro de sus cinco plantas de luz –la quinta intentaron robarla en el trayecto– para colaborar por 12 horas con el rescate. Esto representó mover al menos a 15 de sus colaboradores y a sus proveedores que se están rifando a muerte para ayudar a la gente, ya que la renta por cada uno de esos equipos asciende a 9 mil pesos por medio día.