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Carmen, Bicentenario, etcétera
L

eón, Gto. Se da la tercera llamada, se hace el silencio. En medio del silencio, resuena desde las alturas del teatro una solitaria voz femenina que exclama: ¡Gracias, Alonso Escalante! Y de inmediato, un largo, espontáneo, cálido y numeroso aplauso, que ahí queda para quien lo quiera escuchar; aplauso mucho más elocuente que los desplegados, los oficios burocráticos, la truculencia y las raras explicaciones no pedidas.

Esto sucedió el domingo 13 en el Teatro del Bicentenario de esta ciudad del Bajío, antes de la primera de cuatro funciones (13, 15, 17 y 19 de agosto) de la ópera Carmen, de Georges Bizet, última producción realizada bajo la mano conductora de Escalante, cuyos meritorios resultados fueron una buena muestra de lo que ha sido la programación operística a lo largo de la breve pero sustancial existencia de este recinto, que se ha establecido firmemente como un sólido espacio para eso que llaman arte lírico. ¿Cuánto durará este status, dadas las actuales circunstancias, no sólo las locales, sino las que marcan un inquietante empobrecimiento cultural por doquier?

El éxito de cualquier Carmen, si se me permite la perogrullada, depende de la Carmen del momento. Ésta, en León, fue interpretada deliciosamente por la mezzosoprano italiana Alessandra Volpe, quien se parece a Carmen, se mueve como Carmen, canta como Carmen y seduce como Carmen; luego entonces, es Carmen. Uno de varios méritos de la cantante: la variedad de colores vocales aplicados a esta rabiosa gitana que vuelve locos a los hombres. Buena presencia escénica, buen equilibrio entre el desparpajo y la maldad, canto alternativamente rudo y fluido, agilidad física y vocal fueron las bien afiladas armas escénico-musicales de Alessandra Volpe.

La experta dirección escénica de Mauricio García Lozano pasó, entre otras cosas, por dar a los personajes complementarios diversas tareas teatrales y danzables (éstas, con la complicidad del coreógrafo Marco Antonio Silva) como un bienvenido respiro frente al tradicional deambular sin ton ni son o al baile regional de función escolar que suelen ir aparejados con esta ópera. El coro de niños, fresco, dúctil y divertido, bien integrado con el resto del reparto. García Lozano optó por enfatizar el lado abyecto y suplicante de Don José, bien comprendido y realizado por el tenor José Manuel Chu, y a la vez convertir en una especie de rockstar del ruedo al Escamillo bien cantado por el barítono Armando Piña. Entre lo mejor logrado de esta Carmen, el alto contraste planteado por el director de escena entre ese volcán hormonal que es la gitana epónima y la pinta de niña ñoña de una Micaela muy bien caracterizada y cantada por Marcela Chacón. Y para no quedarse corto, García Lozano se fue duro y directo a perfilar los asuntos edípicos que mortifican a Don José: insólitamente, Micaela se lo come a besos… ¡los besos que le envía su madre! (Doctor Freud, favor de reportarse a camerinos). Diversas pinceladas de humor, bien colocadas, hicieron fluir con prestancia la parte teatral de la ópera. Para el áspero y violento final de la obra, los responsables del diseño urdieron una potente y eficaz metáfora visual de la sangre, envuelta en una funcional, dinámica y atractiva escenografía de Jorge Ballina.

En el foso, una orquesta ad hoc, sonora pero no atronadora, con la que José Areán, director concertador, logró un balance dinámico sutil y efectivo, de esos que pocas veces se aprecian en nuestros teatros de ópera. Para ello, Areán supo aprovechar las bondades acústicas del Teatro del Bicentenario y, al interior de un buen rendimiento orquestal general, logró varios momentos musicales muy convincentes. En las músicas militares de Carmen, por ejemplo, trompetas muy bien perfiladas, y muy bien sonadas. Hay pocas cosas tan difíciles de lograr como el hacer que un caballito de batalla tan galopado como Carmen fluya con ligereza sin perder su peso dramático; ese fue precisamente el mérito de esta más que satisfactoria producción del Teatro del Bicentenario, una producción que, según me dicen quienes han venido a este recinto con frecuencia, fue congruente con el buen nivel general que ha sido aquí el sello de los siete años recientes.