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¿La Fiesta en Paz?

No transigir con empresarios taurinos doble pe, poderosos y pendejos: Lumbrera Chico

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Tres jornaleros pensantes y taurinos durante una mesa redonda en la ciudad de Puebla: Lumbrera Chico (derecha), Horacio Reiba (centro) y Leonardo PáezFoto archivo
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principios de los años 90, en su restaurante-bar cercano a la Plaza México, la inolvidable Gloria Rizo me presentó a Jaime Avilés y Ortiz, el columnista taurino Lumbrera, quien en una servilleta de tela, rodeado de mirones, daba los últimos trazos, con plumón y ceniza, al bello dibujo que recreaba un lance ejecutado en la corrida de esa tarde. A su Qué tal de trámite, respondí con un efusivo Oye, enhorabuena por tu hijo, qué bien escribe, y lo maté de emoción y orgullo, pues recién había aparecido La rebelión de los maniquíes, una selección de reportajes de gran calidad periodística y literaria.

Quien besa a mi hijo, endulza mi alma, entonó entonces Lumbrera, surgiendo una relación que al poco tiempo devendría tauromáquica amistad, pues con estos Jaimes el que no supiera lidiar se embarullaba. Cuando se enteró de que me habían despedido (1997) del Ovaciones adquirido por Televisa y que dirigía Jacobo Zabludovsky, Avilés se comunicó con su hijo, éste con Carmen Lira, directora de La Jornada, y ella, con su amplio sentido de periodismo y la pluralidad que la distinguen, aceptó al tal Páez como crítico taurino en uno de los diarios más inteligentes y cuestionadores de habla hispana.

En tiempos de cinismo informativo y parloteo disfrazado de análisis, en los toros y en lo demás, como torpe apuntalamiento de un sistema que hace décadas solito exhibe su falta de grandeza y pobre oferta de espectáculo debido a la mezquina y colonizada imaginación empresarial, a la pasividad de los gremios y a la connivencia de las autoridades, voces críticas como la de Jaime Avilés Iturbe, Lumbrera Chico, recuperan su verdadera dimensión, así como su congruencia para honrar la memoria de su padre, el talentoso Lumbrera y su insuperable columna Crónica de crónicos o a qué plaza fui, publicada semanalmente en La Jornada, donde no sólo se pitorreaba de los figurines importados y sus reiteradas ventajas llamándoles Quique Pose, Josemari Transanares o el Niño de la Batea, sino que exhibía, con sus propias palabras, la desvergüenza o postración de críticos como especializados y sus convenencieras crónicas.

La indignación de los Avilés, padre e hijo, le resultó ofensiva al aturdido e intocable operador taurino de los Alemán, agrediéndolos verbal y físicamente durante la novena corrida de la desastrosa temporada 97-98 en la Plaza México, y años después (2012) interponiendo una demanda por daño moral contra Lumbrera Chico, quien acabaría ganándola al año siguiente, no obstante la complicidad de un juez que pretendió apoyarse en leyes hacía años derogadas. Haber dañado tan nefasta empresa a la fiesta de los toros en la capital del país durante 23 autorregulados años, no ha merecido demanda alguna por parte de la indiferente afición ni de las decorativas autoridades en nuestro fallido estado de derecho.

El genial fotógrafo taurino Armando Rosales El Saltillense, cuya Tauromaquia sigue a la espera de un editor talentoso, le preguntó una ocasión a Lumbrera Chico en inolvidable charla cantinera el porqué de su crítica sistemática a la empresa de la Plaza México, a lo que Jaime Avilés respondió: porque es indigno transigir con empresarios taurinos doble pe, poderosos y pendejos. El pasado lunes, tan excepcional y apasionado periodista descansó de lidiar con éstos. Honrar su memoria nos obliga, a algunos, a continuar por esa línea de sustentada intransigencia en defensa de la dignidad humana del torero y de la dignidad animal del toro de lidia.