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Tel Aviv revela planes para retirar acreditaciones a periodistas

Israel y Arabia Saudita, unidos contra la televisora Al Jazeera
 
Periódico La Jornada
Sábado 12 de agosto de 2017, p. 22

Si tanto sauditas como israelíes exigen el cierre del canal de televisión por satélite qatarí Al Jazeera, algo debe estar haciendo bien. Poner en alianza a los sauditas cortadores de cabezas y a los ocupantes israelíes es, después de todo, una especie de logro.

Pero no nos pongamos muy románticos al respecto. Se sabe que cuando los sauditas ricos enferman, vuelan en sus jets privados a Tel Aviv para ser atendidos en los mejores hospitales israelíes. Y cuando los cazabombarderos sauditas e israelíes emprenden el vuelo, podemos estar seguros de que bombardearán a chiítas –ya sea en Yemen o Siria, respectivamente– y no a sunitas.

Y cuando el rey Salman –o más bien el taimado príncipe heredero Mohammad– apunta el dedo a Irán como la mayor amenaza a la seguridad del Golfo, podemos estar seguros de que Bibi Netanyahu hará exactamente lo mismo, por supuesto remplazando seguridad del Golfo por seguridad de Israel.

Aun así es un extraño asunto que, cuando los sauditas marcan el ritmo de la supresión de medios, sean apoyados por ese adalid de la libertad, la democracia y los derechos humanos conocido en cantos y leyendas como Israel, o el Estado de Israel o, como Bibi y sus cuatachos del gabinete quieren que sea, el Estado Judío de Israel. Así que examinemos brevemente la más reciente demostración de tolerancia israelí hacia la libertad de expresión que todos apoyamos, cuidamos, adoramos y consideramos la piedra fundamental de nuestra democracia, etcétera. Porque esta semana Ayoob Kara, el ministro israelí de Comunicaciones, reveló planes para retirar las acreditaciones a los periodistas de Al Jazeera asignados a Israel, cerrar su oficina en Jerusalén y eliminar las transmisiones de la estación de los proveedores locales de cable y satélite.

Esto, anunció Ayoob Kara –druso israelí (y por tanto ministro árabe del Likud) que ha apoyado toda su vida la colonización por judíos del territorio árabe ocupado en Cisjordania– producirá una situación en la que los canales con sede en Israel informarán con objetividad. En otras palabras, amenazarlos. Meterlos al redil.

Hace mucho tiempo Bibi Netanyahu acusó a Al Jazeera de incitar a la violencia en Jerusalén, en especial al informar sobre los recientes asesinatos en esa ciudad; pero, como prácticamente todos los periodistas dentro y fuera del país que han osado criticar al Estado han sido acusados alguna vez de incitar al odio, de antisemitismo y otras mentiras, eso es sólo rutina.

En lo personal, la información de Al Jazeera desde Israel me ha parecido bastante deplorable; su cortesana reverencia al Estado se ilustró de manera dolorosa cuando su presentadora en Qatar expresó al aire a un vocero israelí las condolencias del canal por la muerte de Ariel Sharon, el monstruoso ex ministro de Defensa que fue responsable de la masacre hasta de mil 700 palestinos en el campo de refugiados de Sabra y Shatila en 1982.

Sin embargo, en realidad Ayoob Kara ha seguido el ejemplo de los árabes. Y lo reconoce. Dijo que su país tenía que tomar medidas contra medios que la mayoría de los países árabes han definido como partidarios del terror, y sabemos que es cierto. Así que Israel, al parecer, ahora recibe lecciones de países árabes sobre libertad de los medios. No sólo de los sauditas, claro, sino de casi todos los países árabes, cuyos libérrimos medios –uno piensa de inmediato en la prensa liberal irrestricta de Egipto, Siria, Jordania, Argelia y, sí, casi todos los medios del Golfo– son bastiones de la verdad, recios opositores de los regímenes autoritarios, protegidos constitucionalmente del abuso dictatorial. Disculpen la risa hueca. Pero, ¿así es como Israel quiere definirse?

Pues, al parecer, sí. Porque si en realidad existe una alianza no escrita entre Arabia Saudita e Israel, entonces todas las opciones –como solían decir los presidentes estadunidenses y la secretaria Hillary Clinton– están sobre la mesa. Encarcelamiento sin juicio, ejecuciones extrajudiciales, abusos contra derechos humanos, corrupción, régimen militar; digámoslo de una vez: todas estas características pertenecen a casi todas las naciones árabes musulmanas sunitas… y a Israel en los territorios que ocupa. En cuanto a ser partidario del terror (vuelvo a citar al ministro israelí Kara), uno debe preguntarse primero por qué los árabes sunitas del Golfo han exportado sus combatientes –y su dinero– a los islamitas sunitas más despiadados de Medio Oriente. Y luego preguntar por qué Israel nunca ha bombardeado a esas mismas viles criaturas -de hecho, preguntar por qué ha atendido en sus hospitales a combatientes heridos del Al Nusra sunita, en otras palabras, Al Qaeda, los perpetradores del 11-S–, mientras ataca al Hezbolá chiíta y a la Siria gobernada por alauitas (chiítas), y amenaza con atacar al mismo Irán chiíta, proyecto del cual, debo añadir, Kara es ardiente defensor.

Tampoco debemos olvidar que el demente presidente estadunidense y su extraño régimen forman parte también de la confederación antichiíta de sauditas e israelíes. Las obscenas ventas de armas de Trump por 350 millones de dólares a los sauditas, su señalamiento de Irán y su desprecio a la prensa y los canales de televisión internacionales lo hacen parte integral de esa alianza. De hecho, cuando uno piensa en uno de los predecesores más cuerdos de Trump –George W. Bush, que también odiaba a Irán, se postraba ante los sauditas y de hecho habló con Tony Blair de bombardear el cuartel de Al Jazeera en Qatar, el mismo que se aseguró de que la acaudalada familia Bin Laden fuera sacada de Estados Unidos después del 11-S–, este contubernio estadunidense-saudita-israelí tiene una historia comparativamente larga.

Como soy un optimista irracional, existe un ángulo inocente en mi arañado pellejo de periodista que aún cree en la educación, la sabiduría y la compasión. Aún existen israelíes honorables que demandan un Estado para los palestinos; existen sauditas ilustrados que objetan el demente wahabismo sobre el que se funda su reino; hay millones de estadunidenses, de costa a costa, que no creen que Irán sea su enemigo ni Arabia Saudita su amigo. Pero el problema actual tanto en Oriente como en Occidente es que nuestros gobiernos no son amigos nuestros: son opresores o amos, supresores de la verdad y aliados de la injusticia.

Netanyahu quiere cerrar la oficina de Al Jazeera en Jerusalén. El príncipe heredero saudita Mohammed quiere cerrar la oficina de Al Jazeera en Qatar. Bush bombardeó las oficinas de Al Jazeera en Kabul y Bagdad. Theresa May decidió ocultar un informe gubernamental sobre el financiamiento al terrorismo para no molestar a los sauditas, que es precisamente la razón por la que Blair dio por concluida una investigación policial en Reino Unido sobre un supuesto soborno de la firma británica BAE a funcionarios sauditas 10 años antes.

Y nos preguntamos por qué vamos a la guerra en Medio Oriente. Y por qué existe el Isis sunita, nunca bombardeado por Israel y financiado por los árabes sunitas del Golfo, cuyos salafistas sunitas son mimados por nuestros despreciables presidentes y primeros ministros. Será mejor echarle un ojo a Al Jazeera… mientras siga por allí.

© The Independent

Traducción: Jorge Anaya