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Todo es ejercicio de belleza: Xirau
A

semejanza de Stéphane Mallarmé, Ramón Xirau puede ahora decir: Je me fus fidèle (Me fui fiel). Si el poeta francés escribe en pretérito esta frase, cuando aún puede hacerlo en presente pues sigue en vida, al menos en la engañosa apariencia que da a los otros, utiliza el pasado porque se considera muerto desde el fallecimiento de su hijo –otro vaso comunicante de Xirau con el autor de L’après-midi d’un faune.

Ramón se fue fiel. Fiel a su infancia y a sus sueños de infancia. Época de descubrimientos y asombros. De ella emana su poesía forjada de encantaciones ante la aparición maravillada de las criaturas, así sean algunas de ellas apenas visibles al ojo humano, que atraviesan por la vida aunque no sea sino un instante. Poesía forjada por la inocencia que nunca perdió. Mirarlo mirar era verlo reaparecer niño, enfrentar desafiante y confiado al tiempo, hacerlo desandar su paso para escuchar hablar al viento. Asistir a encuentros y revelaciones.

Xirau afirmaba que si escribía su poesía en catalán es porque ésta fue su lengua durante la infancia. Su poesía brota de esos primeros tiempos vividos en Barcelona antes de llegar a México, desterrado, a sus 15 años. Poemas hechos de nostalgias y de búsquedas de lo que fue: lo imposible de encontrar, lo desaparecido.

Tuve la suerte de ser presentada por Salvador Elizondo a Ramón Xirau en 1967 en la Facultad de Filosofía y Letras. Poeta y filósofo, poseía un don pedagógico que enseñaba la lectura y la crítica a la vez. Lo observaba leer silencioso, en ocasiones musitando las palabras leídas en voz queda, una manera de percibir su música y de hacerlas cantar. Durante un tiempo colaboré con Elizondo en el programa Los libros al día, dirigido por Xirau en Radio Universidad. Nos encontrábamos a media mañana en los jardines de esa estación. Ramón llegaba poco antes que nosotros, quizá para respirar la calma sólida de los árboles, quizá también para echar un último vistazo al libro del cual haría la reseña y la crítica.

Como me costaba trabajo comprender la particular articulación de las palabras propia a Xirau, quien farfullaba sus frases con los labios entrecerrados para sostener entre ellos su eterno cigarrillo, Salvador me dio el consejo, a la vez prudente y peligroso, de responderle siempre con un simple ; es decir, de asentir a cuanto él me dijera. Nada más que uno de mis lo hizo arrancar el cigarro de su boca casi de un manotazo para decirme, separando al fin sus labios, en voz bastante alta: ¿Cómo que sí? No, quise decir no, Ramón, me apresuré a aclararle sin saber a qué cosa dije no. Por fortuna, Xirau no me pidió más explicaciones, satisfecho de mi negativa y sin duda contento de poder a volver concentrarse en la lectura de unas hojas, lectura que no le impedía seguir su plática.

Poco después me publicó en la revista Diálogos, que dirigía en El Colegio de México, un cuento titulado Rey Lopitos. De ese relato, saldrían dos novelas: Una breve, publicada en Canadá, King Lopitos. Otra, más extensa, Castillos en el infierno. Debo reconocer, y como me decía José Emilio Pacheco: el reconocimiento es una forma del agradecimiento, que el apoyo entusiasta de Xirau me impulsó a escribirlas. Y no cabe duda que su crítica generosa empujó a otros a lanzarse en el ejercicio de la escritura.

Ramón era un hombre bondadoso, siendo la bondad, para mí, la más alta forma de la inteligencia. No creo que existan hombres malvados que no sean esencialmente estúpidos. De esa bondad innata en Xirau se derivaba su generosidad. Si sus críticas literarias eran agudas y severas, fueron siempre constructivas. Nunca escribió sin admiración y entusiasmo, pues su poesía como su prosa brotaba de la celebración.

De espíritu trovadoresco, sus raíces en la poesía provenzal dan a sus poemas al mismo tiempo la simplicidad de la forma y la revelación del hallazgo poético del festejo:

“Todo es sencillo, todo claro.

Mirad:

el mundo es tal como se ve.”