Opinión
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Mar de Historias

El padre de la novia

A

codada en la mesa de la cocina, Mayra –una joven vestida de negro, con anillos en la nariz y hombros tatuados– hojea un álbum de fotografías. A muy corta distancia, Irene –madura, bajita, sin maquillaje– saca del gabinete un juego de copas y las mira una a una a trasluz.

Irene: Priscila ya no tarda en llegar. Te pido de favor que terminando el concierto se vengan derechito para acá. Mientras mi hija no llega no puedo dormir.

Mayra: Sí, sí, no se preocupe. (Señala una foto.) Y estos, ¿quiénes son?

Irene (acercándose): Mi primo Julio y Daniel, mi vecino. Cantaba en la iglesia en donde me casé. Tenía una voz preciosa. Espero que la haya conservado. Hace muchos años se fue a Orlando.

Mayra: ¿Por qué?

Irene: Por seguir a alguien: otro hombre. Eso se decía, pero no me consta.

II

Irene escucha la risa de Mayra y se aproxima a la mesa en donde la amiga de su hija continúa mirando el álbum fotográfico.

Irene: ¿Qué estás viendo que te hace reír tanto?

Mayra: A este tipo. (Inclinándose más sobre la imagen donde un hombre aparece al lado de Irene.) Trae chueca la corbata y el traje le queda inmenso. ¡Parece payaso!

Irene (apropiándose del álbum): No parece, era payaso.

Mayra: ¿Y por qué fue a su boda?

Irene: Porque ese tipo, como le dices, era mi padre; bueno, sigue siéndolo aunque ya no viva.

Mayra: Priscila nunca me ha dicho que su abuelo trabajara de eso. Déjeme ver más fotos.

Irene: ¿Para seguir burlándote de mi padre?

Mayra: No. Discúlpeme, no sabía... ¿Vive?

Irene: No. Va para 19 años que murió, dos después de que nació Priscila. (Apoyada en la mesa.) Las personas que lo conocieron aún lo recuerdan y lo extrañan.

Mayra: ¿Y usted?

Irene: Muchísimo. (Emocionada.) Me encantaba ayudarlo a vestirse y a maquillarse de payaso. Él me enseñó cómo hacerlo.

Mayra: Su padre, ¿actuaba en algún circo?

Irene: Sí, pero cuando cerraron el Camarena no quiso presentarse en ningún otro y empezó a trabajar en las plazas, en los mercados o en plena calle. (Luego de una pausa.) Ahora me doy cuenta de que fui muy estúpida.

Mayra: No la entiendo.

III

Irene: Cuando él iba por el rumbo de mi escuela y mis compañeros lo veían, me avergonzaba porque además casi siempre iba borracho. El día de mi boda también; pero antes de la ceremonia desapareció como una semana.

Mayra: ¿Él no estaba de acuerdo con que se casara?

Irene: Sí, ¡cómo no! Hubo petición de mano y todo. A pesar de que Marco no le simpatizaba, aceptó nuestro matrimonio.

Mayra: Entonces ¿por qué desapareció antes de que usted se casara?

Irene: No lo sé. Ya te dije: volvió a la casa el mismo día se mi boda. Llegó hecho un asco, medio borracho, con su único traje todo sucio. Lo vi por el espejo, parado en la puerta de mi recámara, cuando estaba poniéndome la corona y el velo de novia. Fingí no verlo ni notar el moretón en su mejilla… Si supieras cuánto me pesa ese recuerdo.

Mayra: La verdad es que él se portó mal con usted. Tenía razón para estar molesta.

Irene: Sí, pero en aquel momento debí decirle algo; sin embargo, me quedé callada mientras él seguía a mis espaldas, esperando un gesto, una palabra, algo.

Mayra:¿Y su mamá?

Irene: No me gusta hablar de ella. Todavía me duele su ausencia. Murió. Su vida fue una cadena de sueños fracasados, entre otros el de verme en traje de novia y tener nietos. Sé que habría sido una abuela maravillosa con Priscila, aunque conmigo fue muy dura.

Mayra: Perdone lo que dije de su papá…

Irene: Olvídalo, pero entiende: para que él pudiera asistir a la ceremonia, un vecino le facilitó un traje. Mi padre era muy bajito, así que el saco y los pantalones le quedaban inmensos. El pobre se veía tan mal, tan... Noté que algunos invitados se reían.

Mayra: ¿Y usted qué hizo?

Irene: Acercarme a mi padre y abrazarlo muy fuerte. (Guarda el álbum en un cajón.) En fin, no sé para qué hablo de cosas tristes cuando debería estar contenta: mañana es mi aniversario de bodas. Hace muchos años que me casé y sigo viendo a mi padre reflejado en el espejo, mirándome como si yo fuera a emprender un viaje muy largo. Quien lo emprendió fue él, al poco tiempo. Priscila casi no lo recuerda.