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La cinta En el séptimo día es una historia que confirma que en la comunidad está el poder

Supervivencia y futbol en un barrio de inmigrantes de NY

Dirigida por Jim McKay, se estrenó en el festival de cine independiente BAMcinemaFEST

No participan actores, sino mexicanos que emigraron a EU, algunos de ellos sin documentos

Foto
McKay comentó que deseaba que la película fuera bilingüe, “porque ese es el futuro de este país… crear algo donde todos podamos sentarnos juntos en un mismo lugar, como aquí lo acabamos de hacer”. La imagen es un fotograma de la película donde aparece Fernando CardonaFoto Charles Libin
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 27 de junio de 2017, p. 9

Nueva York.

Durante el estreno de la película En el séptimo día se dieron dos espectáculos: la misma película, sobre un grupo de trabajadores mexicanos inmigrantes en un barrio de Nueva York, y el que dieron los del elenco de la cinta –trabajadores inmigrantes mexicanos–, quienes se vieron por primera vez en la gran pantalla como actores, según comentaron ante el público al final de la función.

En el séptimo día nadie descansa, ni en la película dirigida y con guion de Jim McKay, pero en la historia cotidiana de un grupo de inmigrantes mexicanos en un barrio en Brooklyn que sobrevive gracias a su incesante voluntad, humor, práctica del futbol y, lo más esencial, la solidaridad, valor del que trata la película, estrenada en el festival anual de cine independiente de la Brooklyn Academy of Music, BAMcinemaFEST, considerado entre los más importantes de esta capital cultural.

El reparto está integrado casi en su totalidad por no actores, muchos de ellos inmigrantes mexicanos, entre ellos varios indocumentados. Sentados entre el público durante la exhibición del filme –la primera vez que se veían en la pantalla– fueron invitados por el director a subir al escenario al final de la proyección y decir algunas palabras. Uno tras otro comentaron que nunca imaginaron esta posibilidad, que agradecían la oportunidad de participar y aprender cómo se hace una película. Ahora somos actores, bajitos, no de los famosos todavía, pero actores, comentó uno.

La película cuenta la vida cotidiana de un grupo de trabajadores poblanos en Sunset Park, Brooklyn. Algunos son repartidores de algún restaurante o lavaplatos; uno es encargado de limpiar una tienda de videos y artículos pornográficos –pinche chamba que me tocó–; otro es cocinero, hay uno que trabaja en un deli; algunos viven amontonados en un departamento, y todos forman parte de un equipo de futbol de la liga local del barrio.

Juegan cada semana en el parque Sunset y logran ganar la semifinal para llegar al campeonato en juego que se verificará en domingo. Pero su jugador estrella tiene que anunciar que su patrón, dueño de un restaurante, le ordenó trabajar en su día libre, por lo que no podrá participar.

Los días de la semana pasan mientras el personaje principal, José (Fernando Cardona) trata de resolver el gran conflicto entre jugar y perder su chamba o trabajar para acabar de reunir el dinero que necesita para que su compañera embarazada en México pueda migrar y vivir con él de este lado. Mientras, la película se realiza en ese y otros barrios colindantes, y ofrece un vistazo a múltiples dimensiones: los otros inmigrantes, los gringos acomodados y los conflictos y sorpresas del pequeño universo dentro de la gran metrópoli en que trabajan y viven sus compañeros.

Una de las escenas más conmovedoras es cuando se reúnen los compañeros en un departamento y bromean, se enojan, ríen, cocinan y comen, en una exhibición muy sencilla y básica de solidaridad y del traslado de su cultura para soportar la distancia.

Hay una escena que resume en parte uno de los mensajes de la película: José busca a un cura del barrio para que lo aconseje qué hacer con su dilema. En el papel del cura, Juan Carlos Ruiz –quien en la vida real ha sido cura y es líder comunitario y cofundador de la Coalición Nuevo Santuario– le comenta que lo de la chamba, donde debería de tener derecho a días de descanso, no se puede resolver de manera individual, que en la comunidad está el poder y que hay que organizar una respuesta colectiva, un sindicato, como un equipo de futbol.

La forma en que se resuelve el drama, o sea, lograr que José siga trabajando y juegue, es resultado de ingenio, humor y solidaridad –incluyendo hasta un gringo desconocido que se suma a la hazaña– y ofrece la esencia, sin moños o sentimentalismo, del día a día de una existencia frágil y feroz a la vez.

En la última escena, algunos de los amigos van caminando por la calle en Nueva York y pasan frente a un músico mexicano –Zenén Zeferino, cantante y compositor veracruzano–, quien lleva sombrero y guitarra, y canta Flores en el desierto.

Gran parte de la película está hablada en español, y en un par de momentos hasta en mixteco, con subtítulos en inglés y español. McKay comentó después de la función que deseaba que fuera completamente bilingüe, “porque ese es el futuro de este país… crear algo donde todos podamos sentarnos juntos en un mismo lugar, como aquí lo acabamos de hacer”.

Esta película marca el retorno a la pantalla grande de McKay después de 12 años dedicados a ser director de varios episodios de algunas de las series dramáticas más importantes de televisión de los tiempos recientes, entre ellas The Wire, Treme y Mr. Robot, y otras más comerciales, como Law and Order. Anteriormente, McKay dirigió cuatro producciones independientes: Girls Town, Our Song, Everyday People y Angel Rodriguez.

McKay también fundó, junto con el músico Michael Stipe (REM) la productora C-Hundred Film Corp.

Al final de la cinta, después de los créditos, aparece una frase que dice: La lucha continúa.