Opinión
Ver día anteriorSábado 17 de junio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Oscuridad, silencio, infinito
H

ace unos días, en el Teatro de las Artes del Cenart, el Ensamble del Centro de Producción Musical (Cepromusic), bajo la batuta experta de José Luis Castillo, ofreció un notable concierto, silencioso y oscuro, conformado con música de Sciarrino y Berio.

Introduzione all’oscuro, de Salvatore Sciarrino, es ostensiblemente una obra musical. El oyente supone, entonces, que está construida con melodías, armonías, dinámicas, ritmos y todo lo de costumbre. Pero no. La pieza se desenvuelve en un sutilísimo entorno de suspiros, latidos, soplos, silbidos, chasquidos, clicks, que se mueven (es un decir, porque casi no hay movimiento) durante un largo trecho en un silencioso y poco cambiante pianissimo. Después, la continuidad dinámica se hace más variada y Sciarrino introduce inteligentemente diversos elementos de contraste. El discurso todo es una especie de micro-poética de gran refinamiento, altamente enrarecida y que al concluir pareciera dejar tras de sí, apenas, unas cuantas briznas de un depurado polvo sonoro.

Después de Sciarrino, otro creador sonoro indispensable de nuestro tiempo, también italiano: Luciano Berio. Cualquier reinterpretación de su legendaria Sequenza III para voz sola carga, necesariamente, con la sombra de las ejecuciones de referencia de Cathy Berberian, de manera que el reto se multiplica. La notable mezzosoprano húngara Katalin Károlyi se cuidó mucho de caer en la trampa del homenaje/imitación/repetición, haciendo en cambio una versión muy individual, con un trayecto vocal, físico y gestual al que no puedo llamar equilibrado, porque si algo caracteriza a esta formidable pieza para voz es justamente su heterodoxia conceptual y sonora; en palabras del propio Berio, es una pieza en la que conviven desde los ruidos más burdos hasta el canto más delicado. En cambio, prefiero llamarlo extrovertido, dinámico y energético, con el resultado de que Károlyi logró, en efecto, hacer su propia Sequenza III cubriendo con prestancia esos extremos expresivos a los que se refiere Berio.

Como punto de equilibrio entre Introduzione all’oscuro y la obra que cerró el programa, Infinito nero, también de Sciarrino, el Ensamble del CEPROMUSIC propuso y realizó una decantada improvisación (caos muy controlado, la llamó José Luis Castillo) sobre ideas de ambas obras, designada en el programa como glosa y comentarios. Una buena idea, sin duda, y una realización de impecable fidelidad, si no a la letra, que no era el caso, sí al espíritu de la singular poética de Sciarrino. De nuevo con la participación de Katalin Károlyi, el Ensamble del Cepromusic dio a Infinito nero todo el tiempo y todo el espacio que esta obra, similar en su espíritu a la primera del programa, requiere para su ejecución. Aquí, el manejo del tiempo es mucho más expandido, los vacíos son mayores, los gestos reiterados adquieren a la distancia la dimensión de hitos y señales en un trayecto sonoro altamente sofisticado. Los textos de Santa María Magdalena de Pazzi fueron cantados (y actuados) a la manera disjunta y dislocada de un trance místico, que es precisamente lo que está en su origen.

Además de la calidad de las obras y el alto nivel de las ejecuciones, este concierto de música contemporánea (con buenas pinceladas de teatro) fue doblemente disfrutable porque transcurrió de principio a fin como una unidad indivisible, sin aplausos, sin interrupciones… sin ruido, pues, gracias a la convocatoria hecha por los intérpretes y a la (insólita) buena respuesta del público. Claro, se trató de un público que no es el mismo que escandaliza y ensucia los conciertos tradicionales al menor amago de silencio. Lo único que desvirtuó el notable resultado de este concierto fue un continuo e inútil juego de luces, que no solo fue un redundante elemento distractor que iba en contra de la parca y depurada música presentada (sobre todo la de Sciarrino), sino que pecó del feo vicio de mickeymousear los movimientos lumínicos contra los cambios sonoros. Si la oscuridad es silencio y la penumbra murmullo, y si la música misma lo comunica con callada elocuencia, ¿para qué añadir luz superflua?