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México SA

Inversión en el suelo

Menor a la de 1980

Modelo disfuncional

M

ás con ganas de cumplir el protocolo que por convencimiento, la Coparmex decidió celebrar lo que denomina buenos pronósticos recién previstos para la economía mexicana (un aumento de dos miserables décimas de punto porcentual en la expectativa de crecimiento 2017), pero lo políticamente correcto ya no le alcanzó para más, porque tras lanzar la flor de inmediato advirtió sobre los factores críticos que enfrenta esa misma economía, entre ellos, de forma destacada, la falta de inversión y la creciente inflación, que tienden a evaporar las señales positivas sólo registradas en el Olimpo tecnocrático.

No es que la agrupación patronal descubra el hilo negro, pero queda claro que al gobierno peñanietista le da por su lado al catalogar de buena nueva el citado aumento de dos décimas de punto porcentual e intentar ubicar la ausencia de inversión y la creciente escalada de precios –que a estas alturas afecta por igual a consumidores y productores– como meros problemas de coyuntura, la cual, dicho sea de paso, se ha prolongado por tres y media décadas.

El lugar común se repite en el ámbito oficial y en la cúpula empresarial, y en esa tesitura se mueve la Coparmex al afirmar que la economía mexicana ha mostrado un crecimiento mejor que el esperado al inicio del año, a pesar de la incertidumbre que existe en los mercados internacionales. Ello, dice, porque las señales son positivas, como lo demuestra la revisión al alza del crecimiento económico por el Banco de México para ubicar la estimación del PIB de 2017 en línea con el nuevo pronóstico de la Secretaría de Hacienda, a un rango de crecimiento que va de 1.5 a 2.5 por ciento, con respecto a la estimación de 1.3-2.3 previamente señalada. Hay que destacar que esta es la primera revisión al alza que se realiza por el banco central desde el primer trimestre de 2012.

¡Albricias!, pero a la patronal se le olvidó un pequeño detalle: en materia de crecimiento, el pronóstico original para 2017 (de la Secretaría de Hacienda, por medio de los Criterios Generales de Política Económica para el presente año) fue de entre 2 y 3 por ciento, de tal suerte que por muchas ganas y reacomodos de José Antonio Meade y Agustín Carstens, la perspectiva ni lejanamente resulta mejor a la esperada por el simple hecho de que a estas alturas –ya considerada la revisión al alza– resulta medio punto porcentual inferior a la aprobada por el Congreso.

Lo cierto es que de cinco pronósticos económicos consecutivos (2013-2017), el equipo de genios instalados en la Secretaría de Hacienda ha fallado cinco al hilo, lo que –ese sí– constituye un récord en los anales de esa dependencia del Ejecutivo. Justo es decir que esa reiterada metida de pata es atribuible a quien se pavoneaba como ministro del (d) año para terminar de aprendiz de diplomático. Ello, porque cuando José Antonio Meade se instaló en la oficina principal de la SHCP el paquete económico de 2017 ya estaba armado y con la firma de Luis Videgaray.

Y otro elemento positivo destacado por la Coparmex es la cotización del peso frente al dólar, que observa una significativa apreciación respecto de los niveles alcanzados al inicio del año y que se ubica en el rango de 18.19 pesos por dólar en días recientes, niveles no observados desde agosto de 2016, previo a las elecciones de Estados Unidos. ¡Qué bueno!, pero hasta donde la memoria da, el tipo de cambio comenzó el sexenio peñanietista en 13 por uno, es decir, que la buena nueva cambiaria que destaca la organización patronal es que la masacrada moneda mexicana sólo se ha devaluado 40 por ciento. Entonces, si eso es lo bueno, cómo estará la malo.

Pero el hecho de que la ausencia o insuficiencia de inversión es presentada como algo coyuntural, cuando en los hechos ha sido la constante desde hace ya muchas décadas. En este sentido, el Instituto para el Desarrollo Industrial y el Crecimiento Económico (IDIC) aporta elementos de juicio, no sin antes destacar que la evolución del producto interno bruto se mantiene en niveles inferiores a los que se requieren tanto para elevar el bienestar de la población como para mejorar la capacidad productiva del país en el ámbito global. Y la causa fundamental es la falta de inversión, y las reformas estructurales aplicadas de los años 80 del siglo pasado no han logrado generar un cambio en la dinámica de inversión.

Así, el IDIC subraya que las cifras son contundentes: entre 1980 y 1989 la inversión pública disminuyó a la mitad en términos reales. De acuerdo con el Inegi, entre 1993 y 2015 la variación de la inversión pública creció a una tasa promedio negativa de -0.1 por ciento. ¿Qué implicación tiene? Hoy se invierte no sólo menos que en 1993, sino la mitad de lo que se realizaba en 1980.

Sin inversión no hay crecimiento, advierte el citado instituto, y es claro que durante los pasados 35 años la parte pública dejó de cumplir su parte. Ello dejó la responsabilidad en la parte privada. El problema es que el entorno macroeconómico no ha sido propicio para fomentarla. Entre 1980 y 1989 la inversión privada no creció en términos reales, fruto de la década perdida. Si bien existió una recuperación durante la década de los 90 (aumento de 10 por ciento en promedio anual), la primera década del nuevo milenio mostró que ello no era sustentable, porque fueron flujos extraordinarios generados por la privatización, la apertura económica y la adopción de un modelo de exportaciones basado fuertemente en la maquila.

Entre 2000 y 2009 el crecimiento de la inversión privada fue solamente de 2.6 por ciento como promedio anual. La crisis de 2009, la competencia china y el agotamiento del modelo maquilador provocaron que la inversión perdiera fuerza. Si bien existió recuperación entre 2010 y 2012, cuando el promedio de incremento de la inversión privada se elevó a 7 por ciento, también debe recordarse que ello ocurrió al mismo tiempo que la parte pública disminuía 5.7 por ciento. Entonces, se requiere una nueva estrategia de política económica, pues la aplicada en los pasados 35 años no es suficiente. De ese tamaño es la coyuntura.

Las rebanadas del pastel

Mejor, imposible: así como Hilario Ramírez Villanueva (alias Layín) dice que la solución es robar poquito, el contralor de Ciudad de México, Eduardo Rovelo, aporta su granito de arena en asuntos de corrupción: como es imposible eliminarla, dice, entonces hay que mantenerla en niveles tolerables, y es de suponer que él se encargaría de fijarlos.

Twitter: @cafevega