Opinión
Ver día anteriorLunes 5 de junio de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Raíz y fronda
E

l inabarcable legado que día a día nos regala el patrimonio cultural indígena de México no es sólo suma de pasados: es la expresión vibrante de la diversidad social que a lo largo de milenios ha florecido en los territorios geográficos y simbólicos que hoy forman nuestra patria y nos permiten hablar de lo que somos. Es fuente y cauce de lo que buscamos ser.

El acervo crece en cada parpadeo, es infinito. Cada comunidad crea puentes casi invisibles que permiten tejer un entramado de relaciones, de valores, signos y significados para compartir. La generosidad crece y crece a borbotones de formas casi imperceptible. El proceso de creación no se da en un solo día. Es largo. Como nos ha enseñado Juan Rulfo, “…la vida no es una secuencia. Pueden pasar los años sin que nada suceda y de pronto se desencadena una multitud de hechos”. Es un largo transcurso de vida comunitaria en el que se trasciende a la muerte, al tiempo. A través de él se va estableciendo una comunidad de experiencias de las que encuentran luz una comunidad de valores. Es esto lo que hace nacer y vivir a las comunidades originarias de hombres y mujeres en todos los paisajes de la geografía humana de nuestro país.

Con este fulgor, las comunidades indígenas de México se nos manifiestan a través de la forma del reparto del honor y de la forma del reparto y uso de los bienes. La relación íntima de la agricultura y la ganadería, la compenetración de las tierras de labor, del espacio pastoril y de la parcela boscosa ha sido, sin duda, la expresión más significativa de su cultura rural. Si vemos bien y afinamos la mirada, a ella debemos agregar un rasgo sin el cual no podríamos comprender la vida de estas comunidades: la organización simbólica y festiva de su vida religiosa. La sensibilidad de las culturas indígenas de México no ha separado la vida material y la vida religiosa, las labores y las creencias. Los trazos de su creación no son morales. Son trazos para convivir. Así es hoy, así ha sido a través de los siglos. Así ha sido el arte con el que despliegan sus días.

Juan Rulfo lo entendió. Quizá por eso dijo que en México nunca muere nadie, o más bien, nunca dejamos que se mueran los muertos. Por eso somos ricos. Gracias al universo indígena en México todo es herencia. Todo es arte. La esencia universal de toda la heredad se despliega en nuestros días. Solo tenemos que abrir los ojos, abrir el corazón para entender que la cultura indígena nos regala en sus manifestaciones un mundo donde el ensueño se confunde algunas veces con la vida. Quizá por tal aserto la raíz y la fronda del inabarcable árbol del arte indígena es tan nuestra y a un tiempo tan universal.

Por eso es de celebrar que ya circula entre nosotros el libro Arte y memoria indígena de México, un primer atisbo serio a uno de los acervos patrimoniales más importantes de nuestro país, el que comenzó a formarse en el Museo Nacional de Artes e Industrias Populares, que creció y fue cobijado en el Instituto Nacional Indigenista, y cuya custodia ahora recae en la responsabilidad de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas.

Creado a modo de introductorio catálogo, allí Sol Rubín de la Borbolla nos cuenta con detalle la génesis que con sabiduría y compromiso tejieron Alfonso Caso, Daniel Rubín de la Borbolla y un grupo universal de eruditos enamorados que recorrieron con tesón todos los caminos de nuestros territorios para heredarnos manifestaciones esenciales de la sensibilidad de la expresión del arte más acabado que en el mundo se ha creado. Octavio Murillo Álvarez de la Cadena nos comparte la vida, la grandeza y los milagros del acervo y las mil y un maneras con las que se busca ser conservado. Con generosa erudición Alejandro de Ávila Blomberg nos comparte una lectura de las obras más luminosas de nuestra historia textil para navegar en los cauces de la creación de una historia cultural de México que nos recuerde que en nuestra sangre navega la sensibilidad de mil y un pueblos indígenas que tejen nuestros días con hilos y caminos de luz.

El arte indígena es fuente y cauce de la sangre esencial que en todas nuestras venas corre. Es poesía que se ve, se huele, se escucha, se transmite, se siente. Así entiendo por fin la invitación de Jean Marie Gustave Le Clézio cuando nos dijo: “Siempre hay que acordarse de la proclamación de Platón, tal como la transcribe Emerson: Poetry comes nearer to vital truth than history (La poesía se acerca más a la verdad vital que la historia). Sí, hoy más que siempre el arte indígena de México es poesía, es nuestra raíz y nuestra fronda.