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Canadá, ¿lo máximo o no tanto?
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ecientemente, en su columna en La Voz Brava, cuenta Clarisa Landázuri que, unos días antes, una vieja amiga suya canadiense le había enviado por correo veintitantas razones impresas por las cuales se podía considerar a Canadá como un país muy superior, o excepcionalmente extraordinario, con relación a todos los países del resto del mundo.

Pensando en especial en la conducta de Canadá, de veras mundialmente excepcional, por lo que hace a la adopción que hizo, en este siglo XXI de la civilización, de familias enteras de refugiados que salían de Medio Oriente, a oscuras de quién los aceptaría cuando, en condiciones siempre deplorables, por fin alcanzaran algún puerto, si es que lo alcanzaban; conmovida y con verdadera euforia, Clarisa le contestó inmediatamente a su amiga, aún antes de examinar las veintitantas justificaciones de la supremacía de Canadá, que ella, Clarisa, desde la pequeña población de Brava, estaba por completo de acuerdo con su amiga canadiense por lo que hacía a considerar a Canadá como un país admirable y ejemplar a toda prueba.

Algunas de las razones que justificarían la grandeza de Canadá, según el paquete que le envió la canadiense a la mexicana, consistían en que Canadá consume más macarrón y queso que ninguna otra nación en el mundo; que los residentes de Churchill, Canadá, dejan las portezuelas de sus automóviles sin seguro para ofrecer un escape a algún peatón que pudiera toparse con un oso polar; que Canadá tiene más lagos que los que tienen, combinados, los demás países del mundo; que Canadá es el segundo país más grande del mundo, después de Rusia; que las licencias de los automóviles de los territorios del noroeste de Canadá tienen la forma de un oso polar; que Canadá es el país más educado del mundo, ya que la mitad de sus residentes cuenta con al menos una licenciatura; que Canadá tiene la costa más larga del mundo; que en Newfoundland, Canadá, el Océano Atlántico llega a congelarse al grado de que la gente puede jugar hockey sobre él; que, con sus mil 896 kilómetros, la calle Yonge, en Toronto, Canadá, es la calle más larga del mundo; que la frontera entre Canadá y Estados Unidos es la frontera internacional más larga del mundo y, además, no cuenta con defensa militar; que, desde 1984, Canadá carece de armas de destrucción masiva y ha firmado tratados en los que repudia la posesión de las mismas; que, después del ataque a Pearl Harbor durante la Segunda Guerra Mundial, Canadá le declaró la guerra a Japón antes de que lo hiciera Estados Unidos; que la palabra Canadá tiene origen iroqués y significa aldea; que grandes extensiones de Canadá tienen menos gravedad que el resto de la Tierra, fenómeno que se descubrió en los sesentas del siglo XX; que Canadá posee la tercera reserva de petróleo más grande del mundo, tras Arabia Saudita y Venezuela; que el tercer país en llegar al Espacio, después de Estados Unidos y la URSS, fue Canadá, que, según se estableció en 1962, contaba con el programa espacial más avanzado; que en Canadá, México, India e Israel, los billetes bancarios tienen grabadas las cifras en un sistema para ciegos parecido al lenguaje Braille; que el país Canadá tiene una menor población que el área metropolitana de la ciudad de Tokio, y, por último, que, durante la Segunda Guerra Mundial Canadá distribuyó botones, entre la gente que intentaba enlistarse, pero que era rechazada debido a razones médicas, para con ellos demostrar su voluntad y disposición a luchar.

Sigue refiriendo Clarisa que unos días después de esta celebración de Canadá, de casualidad leyó en la prensa el caso de las internacionalmente famosas quíntuples canadienses, nacidas en 1934, notables porque fueron las primeras quíntuples de la humanidad en sobrevivir, asunto que en un principio, pensó Clarisa, debía ser incluido entre las razones que justificaban la grandeza de Canadá.

Sin embargo, lo que la hizo cambiar de opinión respecto de creer que Canadá era un país superior, admirable y ejemplar, fue seguir leyendo el caso y enterarse de que en su momento el gobierno secuestró y explotó a las Quíntuples todo lo que pudo, y que abandonó a su suerte a los padres cuando tanto las hijas como la casa donde nacieron dejaron de ser noticia, de donde no le quedaba más que admitir que Canadá no era sino un país igual de corrupto y despiadado que el resto de las naciones.