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Jazz

Inocente Díaz 1933-2017

A

unque el panteón es el lugar donde habitan los dioses, en México desde siempre nos referimos igual a un panteón que a un cementerio. Luego entonces, resulta sencillo y más que adecuado afirmar que el maestro Inocente Díaz, quien falleciera el pasado 17 de mayo a consecuencia de complicaciones cardiacas, ha pasado a formar parte central del Panteón de los Grandes Músicos Mexicanos.

A pesar de que las pasadas tres décadas de su vida las dedicó básicamente a impartir la materia de conjuntos orquestales en la escuela del Sindicato Único de Trabajadores de la Música, el maestro nunca abandonó ni su sax alto ni su actividad como director de la Orquesta Indiaz (por Inocente Díaz, por supuesto), con la que se presentaba regularmente en los bailes del mismo sindicato.

Habría que apuntar que entre los más grandes recuerdos de mi primerísima infancia resaltan los momentos en que mi papá ponía sus discos de swing y (con toda la soltura y el filin del planeta) se ponía a bailar con mi mamá y, varios años después, con mis hermanas, mi cuñada y mi esposa. Pero cuentan las crónicas familiares que antes de estas sesiones discográficas, mi papá era un irredento y asiduo cliente de los salones de baile donde tocaban las orquestas de Luis Arcaraz, Pablo Beltrán Ruiz, Inocente Díaz y otros tantos héroes de la posguerra.

Inocente Díaz Rincón nació el 5 de marzo de 1933 en Mazatlán, Sinaloa (aunque algunos piensan que nació en Acaponeta); hijo del famoso músico nayarita Inocente Díaz Herrera y la señora Amelia Rincón. A los ocho años empezó a estudiar saxofón y clarinete, y a los 10, acompañado por su papá, viajó a Nayarit para integrarse a la Orquesta Acaponeta, donde ya tocaban los trompetistas Chilo Morán (todavía adolescente) y Genaro Morán (padre de Chilo).

En 1950 realizó su primer viaje a la Ciudad de México y Chilo Morán lo ayudaba con algunos jales eventuales, pero un año después Luis Ortega lo hizo regresar a Sinaloa para tocar el clarinete y el primer sax alto con la orquesta Los Chanitos. No fue sino hasta cumplir los 21 años que decidió irse a radicar al Distrito Federal y desde entonces figuró como saxo principal en las principales orquestas de la época, como la de Gonzalo Curiel, Chucho Zarzosa, Gonzalo Cercera, Chucho Rodríguez, Carlos Tirado y Pablo Beltrán Ruiz.

Con Beltrán Ruiz tocó de 1962 a 1975, cuando Dámaso Pérez Prado lo llamó para convertirlo en el primer saxofón de su orquesta e irse a una extensa gira por varias ciudades de Japón. El contubernio entre Inocente Díaz y Pérez Prado duró ocho años, hasta que el saxofonista decidió independizarse, formar su propia orquesta, la Indiaz, y dedicar parte de su tiempo a la docencia, a compartir sus conocimientos con las nuevas generaciones.

“No hay muchos como Inocente –nos dice Adolfo Díaz, gran saxofonista y hermano del maestro–; él era de los pocos músicos que podían transcribir cualquier tema en un instante. Tenía un talento muy especial; antes de estudiar armonía él ya hacía arreglos desde la época de Los Mochis.”

“Inocente Díaz es un referente para la música mexicana –opina Germán Palomares, gerente de la estación de radio Horizonte 107.9–. Perteneció a la generación inmediatamente posterior a la de Chilo Morán y Víctor Guzmán. Pero además de buen músico fue también gran líder sindical: durante varios años fue secretario del trabajo del SUTM. También fue maestro de muchas generaciones y forjador de muchos músicos en su orquesta. Le gustaban las Big Bands.”

Y hay herencia de sangre, por supuesto. En abril de este 2017, durante el Mazatlán Jazz Fest, pude escuchar a Gerson Leos, multinstrumentista, compositor y arreglista sinaloense que figura, sin vuelta de hoja, entre los mejores jazzistas de su generación (Mazatlán, 1988). Gerson, sobrino nieto de don Inocente, nos dijo: Es de los músicos más completos que he conocido; tal vez no tanto en conocimientos musicales como en experiencias de vida, cómo se expresaba con los diferentes géneros musicales. Era una persona muy completa, no nomás como músico; aunque había tocado con demasiada gente y tenía un espíritu muy diferente para pensar, para hablar, para expresarse.

Descanse en jazz.