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Ediciones Era publica Los niños están locos, libro del autor que reúne 13 relatos

Héctor Manjarrez utiliza un lenguaje muy bien esmerilado para escribir cuento
 
Periódico La Jornada
Martes 9 de mayo de 2017, p. 8

Decía Julio Cortázar que escribir cuentos era como andar en bicicleta, pero sin las manos en el manubrio: si no se mantiene el equilibrio, se cae. Así que al escribir este género no te puedes caer de la bicicleta, hay que tener muy bien esmerilado el lenguaje y entender mucho a los personajes, expresa el escritor Héctor Manjarrez (Ciudad de México, 1945), quien publica un nuevo libro de relatos, Los niños están locos.

Publicado por Ediciones Era, reúne 13 cuentos en los que habla del paso de la niñez a la adolescencia y de adolescente a adulto.

Lo que me da el cuento es una forma de microcosmos; hacer las cosas en pequeño para entender lo más grande, explica en entrevista con La Jornada.

–¿Cuál género es el que más lo divierte?

–Varía mucho, porque hay novelas con las que me he divertido; otras con las que he padecido. No es por género que sufro o disfruto, sino por el libro en sí mismo, por los personajes.

–¿Por la literatura en sí misma?

–Sí. Por ejemplo, La maldita pintura es un libro breve, aunque me tomó mucho tiempo, pues me daba miedo lo que estaba sucediendo con los personajes; entonces escribía otras cosas, porque no quería estar con ellos y escribí Rainey el asesino, que también sucede en Inglaterra y es una novela muy corta, una nouvelle en la que ocurren cosas horribles, pero que no me angustiaban; le sucedían a los ingleses y los argentinos, no a mí.

–¿Ocurrió algo así con alguno de los cuentos de Los niños...?

–Tan dramáticamente, no. El de los abuelos quizá, el racismo de ellos, había visto cómo maltrataban a los indígenas y escribí no sé cuántas versiones hasta que logré unas muy decantadas, sintetizadas y procuran ser objetivas de cómo esa abuela y ese abuelo míos se comportaban con los indígenas.

Sin nostalgia, sólo horror

Aunque el libro habla de la niñez y la adolescencia, el autor no lo hace desde la nostalgia ni por ese momento del crecimiento ni por la ciudad que retrata y que ha cambiado demasiado con los años.

“No hay nostalgia, creo que hay horror por esa niñez, por lo que nos hacían a los niños. Estoy poco autorizado para hablar sobre mi propio libro. La del autor es una voz poco autorizada, pero creo que el maltrato a los niños era constante y a nadie le avergonzaba; bueno, a los niños sí, pero a los adultos no, y era visto como normal. Así son las cosas, si te portas mal te va mal.

“Siempre me llama la atención que la generación anterior a la mía, es decir, la de Elizondo, Pacheco, Monsiváis, estoy hablando de los que eran chilangos, siempre se refieren a la Ciudad de México con añoranza. No entiendo qué añoranza pueden tener de una urbe que era tan provinciana, abusiva, tan sumisa, tan lameculos, tan con el Presidente, con el regente, con el que pasara enfrente.

La Ciudad de México de mi infancia y principios de mi adolescencia es una metrópoli en la que se veía el Ajusco y los volcanes, eso que ellos añoran mucho, pero donde el maltrato a los débiles era uso y costumbre. Luego me fui de aquí y cuando regresé me encontré con una megalópolis que me gusta muchísimo más que aquella ciudad provinciana y bien portada de los años 40, 50 y 60 del siglo pasado.

–Los niños siguen siendo muy violentos.

–Sí.

–No sé si eso tiene que ver con la violencia circundante que a ellos los afecta también de esa manera. No sé si lo dirán los sicólogos o los escritores.

–Quién sabe quiénes sean los que realmente puedan decirnos qué pasa. La literatura no explica, sólo cuenta, narra y a veces propone hipótesis, pero yo por lo menos no planteo una explicación sobre cómo eran las cosas o por qué eran los adultos como eran, sólo que así eran.