Opinión
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Golpe Bajo

Decepción

L

a decepción es mayor que las expectativas. Y las había muy grandes en ese combate tan esperado entre Saúl Canelo Álvarez y Julio César Chávez júnior.

Nadie terminó satisfecho, ni el mismo Canelo, porque no tuvo rival enfrente.

Chávez júnior se moría de miedo desde que se anunció el combate. Siempre se mostró inseguro. Y en el cuadrilátero lo confirmó. Fue un bulto que ni para entrenar sirvió al pelirrojo, quien lo dominó de principio a fin, y si no lastimó más al hijo de JC, fue porque no quiso hacerlo. Aún así le dejó un ojo casi cerrado, la mandíbula inflamada y el orgullo destrozado.

Fue un triste encuentro. Penoso. Julio debería retirarse después de esa nula exhibición. Hasta debería darle vergüenza cobrar, porque, simplemente, no peleó. No tuvo carácter ni espíritu.

Me faltó tirar golpes. Traté de hacer lo que me decía Ignacio Beristáin, pero me faltó, respondió Chávez al terminar el combate. No hacían falta explicaciones, todos nos habíamos dado cuenta de lo que sucedió en el cuadrilátero.

Callado, su padre vio con tristeza e impotencia la caída de su hijo, el dolor se reflejaban en su rostro. Su hijo lo miraba avergonzado. No pudo trascender. Jamás será como su padre, a quien todos reconocen como una leyenda. Ni la sombra siquiera. El apellido le ha pesado siempre. Su padre lo ha eclipsado y en vez de hacerle un favor con sus consejos, lo ha presionado, lo hace dudar. Le roba los reflectores. No lo ha dejado crecer. Le impuso ser boxeador desde niño, quería verse inmortalizado en los logros de su hijo. No será así.

Y el júnior tampoco se ha esforzado en lograrlo. Creyó que el éxito en el boxeo era pegar duro y resistir golpes. Ya se dio cuenta que no es suficiente. También hace falta saber boxear y tener el deseo de sobresalir, de luchar. Y para ello se necesita tener confianza en sí mismo y no la tuvo. La ha perdido desde hace tiempo.

Su único logro fue prepararse como nunca, bajar de peso y evitar una multa de un millón de dólares. Físicamente estaba bien, pero mentalmente no.

Chávez sembró dudas. No porque arreglara el encuentro para perder y ganar por debajo del agua, sino porque subió a pelear bloqueado, con miedo. No hizo lo que sabía ni lo aprendido. No hizo nada, se ofreció al sacrificio. Algunos sicoanalistas interpretarán que de esa manera se desquitó del padre.

Y el Canelo lo tundió, pero no quiso demolerlo. Lo exhibió y con eso le causó más daño. El retiro para Chávez es la salida más decorosa.

Ahora Canelo Álvarez deberá demostrar que es el gran peleador que todos creen cuando enfrente en septiembre al peligroso kazajo Gennady Golovkin en Las Vegas.