Opinión
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Campaña sucia
C

on el aparente desgano de columnista, informado a trasmano por interesados confidentes, se filtra de manera cotidiana la especie de un AMLO autoritario y mesiánico. Él es el partido y quien decide todo lo que a su interior acontece, difunden con harto coraje mal disfrazado. En especial cuando se refiere a la designación de algún candidato de Morena a cualquier puesto de elección. Aunque no sea este aspecto el único detalle alegado. La lista de pruebas se extiende hasta la definición de las tesis partidarias, del programa gubernamental o a la campaña electiva en curso. Y no dejan de tener cierta razón, aunque les falte mencionar lo mero importante: en primer lugar, el trabajo previo de aquellos elegidos y el diseño conceptual de conjunto. La captación de los liderazgos locales y el balance regional como factor decisivo de fuerzas e intereses que se revela, con pertinencia, ante la presencia de un AMLO ubicuo. Tampoco se relacionan las detalladas reglas que rigen la selección de la mayoría de los postulantes, todos sujetos a una puja interna que bien puede terminar, como es el caso de las asignaciones plurinominales tan preciadas, con el azar de una tómbola.

Morena es un partido político en formación y su impulsor fundamental es, precisamente, AMLO. Por ahora y, por un trecho temporal indeterminado, no es posible –ni conveniente– separarlos. Él es el núcleo rector que impulsa la agrupación y, por tanto, mucho de lo que acontece y se decide respecto de su vida orgánica, se interrelacionan con fuerza inocultable. Pero de ahí a declamar hasta el cansancio que los de Morena están atados a un dedo superior al estilo del priísmo más rancio, es una franca exageración mal intencionada. Todavía más exagerado es suponer la existencia de un fundamentalismo ciego, mágico, de los morenos. No hay, como se sostiene en la crítica, férreos dictados inapelables. Tal especie soslaya que, sobre AMLO, convergen muchas opiniones divergentes y fundadas emitidas por militantes, de calidad probada, que ayudan a cristalizar criterios para la acción. Bien puede hablarse de presiones de muy distintas categorías capaces de enderezar desviaciones o enriquecer posturas causantes de polémica. Y su procesamiento atiende a criterios que son encontrados con frecuencia: la crítica sobre tesis y actos, incluso los de corte personal, quedan expuestos a examen, corrección o controversia. El equipo que en la práctica cotidiana se ha formado sufre un decantamiento constante en funciones y personas. Cierto es, también, que un número elevado de sus miembros han permanecido cerca de AMLO por dilatado tiempo. Pero, en lo relativo a las campañas electorales, dicho equipo se expande y depura permitiendo un crecimiento considerable. Las exigencias de logística, plan de gobierno, comunicación política, integrantes de un futuro gabinete y demás parafernalia así lo imponen.

El concierto de acusaciones, ataques, entrevistas y demás movimientos que se vienen observando en la CDMX, en pos de la factible candidatura a la jefatura de gobierno, se prestan, con escaso o sin rigor periodístico alguno, al golpeteo sobre AMLO. Él será, añaden con sobrada fraseología de visionarios, quien escoja al candidato de Morena. Y en pos de tan autoritaria designación se van clarificando posturas y criterios que, en la práctica, son reducidos, groseramente, a uno solo: la simple voluntad del gran dedo elector, herencia imborrable de la nostalgia priísta de AMLO, añaden con toda la jiribilla de enterados misteriosos.

Lo cierto es que, dada la importancia de la elección de la ciudad capital, las pasiones, ambiciones e intereses en juego se vayan calentando a medida que se escurren los días de este año peliagudo. Tres son, al menos por ahora, los contendientes por Morena. Los tres aspirantes a tan alta posición ya han sido señalados con puntualidad por ellos mismos. Cualquiera de los tres con los merecimientos suficientes para ser seleccionados. Lo interesante de este proceso se agranda cuando se constata que, Morena, lleva, en esta capital, una ventaja significativa sobre los demás partidos. Todas las encuestas así lo descubren. De ahí que dicha selección implique, con aceptable seguridad, su posterior triunfo. Tanto Martí Batres como Ricardo Monreal hacen su trabajo montados sobre dos sillas: la de sus posiciones oficiales y los preparativos de diversa índole que una candidatura implicaría. Parecida situación presenta la delegada por Tlalpan, Claudia Sheinbaum. Lo distintivo de esta última son dos aspectos, uno, su conocida y reconocida cercanía con AMLO y, dos, los apoyos que, no sin aristas delicadas, recibió de tres de sus colegas delegados. En su primer aspecto se especula que, de plano y sin duda alguna, será ella la escogida por AMLO. Es este un supuesto que soslaya, sin recato y poca imaginación, tanto la trayectoria profesional de Claudia como su rigurosa preparación académica. La identificación con el pensamiento básico del partido o su intransigente honestidad la capacitan como factible candidata. Claudia cumpliría a cabalidad con las exigencias de un puesto de tan alta responsabilidad. Pero, en última instancia, son dos los factores que inclinarán la balanza por uno de los tres suspirantes: el trabajo desarrollado en sus encomiendas actuales y la posibilidad probada (encuestas) de triunfo en las urnas. Lo demás será complemento.