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Mujeres: el paso de los derechos abstractos al reconocimiento efectivo

D

esde la segunda mitad del siglo pasado a la fecha, los avances en el reconocimiento de la igualdad de las mujeres han sido notables respecto de los 2 mil años que la anteceden en la historia de Occidente. Sin embargo, parece que estamos ante un reconocimiento abstracto más que efectivo; es decir, un reconocimiento en documentos legislativos, declaraciones públicas y planes de gobierno, pero que no ocurre en la realidad. En este terreno hay enormes deficiencias, de tal manera que podemos preguntar: ¿por qué es necesario afianzar la llamada discriminación positiva en el caso de las mujeres? Es necesaria, porque se pretende obligar por la ley justo aquello que no ocurre de forma espontánea, lo cual indica que aún no hay reconocimiento efectivo en la igualdad de derechos. Sin la obligación de la ley, no habría participación de mujeres en las direcciones partidarias o en los órganos de representación ciudadana o en muchos otros lugares. Y así surge la segunda pregunta: ¿dónde está la raíz de esta ausencia de reconocimiento efectivo?

La raíz está en la llamada pobreza de tiempo de las mujeres. Cuando invitan a mujeres a formar parte de un comité de algún asunto público, es común recibir la declinación a participar argumentando falta de tiempo porque le dan prioridad a la atención de los asuntos del hogar. Es decir, la pobreza de tiempo se debe a papeles fijos en la vida doméstica, por un lado, y a la ausencia de compensaciones del Estado; por ejemplo, la existencia de guarderías es una manera de compensar esas situaciones porque libera a las mujeres de obligaciones domésticas o, en otras palabras, les otorga tiempo libre. El primer factor se atiende o solventa con la llamada Nueva Masculinidad, que estimula a los hombres a diluir los papeles tradicionales; el segundo libera no sólo a las mujeres, sino a toda la familia del anclaje al tiempo doméstico. Lograr estos objetivos significa dar un salto civilizatorio.