Opinión
Ver día anteriorLunes 27 de febrero de 2017Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Toros
Toros titubeantes
L

a plaza estaba soleada cuando llegué esta tarde. Las esculturas toreras que adornan la entrada al coso dan una larga afarolada a la muerte en los pitones de los toros. Los de la Estancia, espléndidamente presentados, descastados. Los bureles vacilantes le complicaron el quehacer a los toreros, que en su afán de triunfar tornaron la corrida larga y aburrida. La suerte de varas desapareció por no ser necesaria. Las corridas al carecer del toro bravo y pujante agonizan. No es la misma que dio motivo a los poetas para ejemplificar la identidad entre el duende sexual y la muerte.

Ese duende que se encuentra en el arco vacío. Si de verdad se tiene hay que sentirlo para comprenderlo. Lleno como está de aspiración melancólica y vaga. Aire mental que sopla con insistencia sobre la cabeza de los toreros muertos. El duende torero que busca la muerte y la burla con arte. No el toreo mistificado que hemos visto en la temporada con toros con edad, bien presentados pero de embestir titubeante y difícil. Al margen de que algunos poseen clase, si se les encuentra la distancia para torearlos. El caso del segundo de Ignacio Garibay, al que ahogó metido entre los pitones sin encontrarle la distancia en que planeaba, en especial por el lado izquierdo.

El toreo requiere del toro pujante de astas asesinas, símbolo de una terrible visión del mal. La muerte sobre la tierra y el pensamiento demoniaco. El toro representante de pensamientos y sensaciones siniestras y destructivas. Continuidad de uno mismo y determinante de la sensación de muerte en el toreo.

En la misma forma el cante hondo es la sensación de puñalada que rasga el vientre por el sentido quejumbroso del cantador. Saeta en la noche que llora por mucho tiempo buscando cante y rasgueo. ¿A dónde vas seguidilla con ritmo sin cabeza? ¿A dónde vas sin toros pujantes?