Opinión
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Trump y nosotros
D

ilucidar, dirimir, esclarecer… Tales son las tareas del momento. Todo lo demás sale sobrando. El efecto Trump es apabullante y oscurece el razonamiento porque el no lo puedo creer adormece el pensamiento. Y sin embargo, Trump se mueve, y nosotros tenemos que hacerlo también.

Trump nos ha humillado y amenazado como nadie lo había hecho. Tan sólo por eso no debería tener ninguna credibilidad de nuestra parte. La cuestión es, sin embargo, que este señor habla por millones de sus compatriotas que votaron por él y lo llevaron a la presidencia del país más poderoso del mundo que resulta, además, ser nuestro vecino. Y, entonces, más nos vale prestarle atención. Nuestra ya larga sociedad comercial y de inversiones en particular ha sido puesta en la picota por el nuevo mandatario.

El presidente Trump ha ostentado poderes que no tiene y nos amenaza con armas que no están a su disposición de la noche a la mañana. Pero tiene a su servicio todo el poder imaginable en lo que toca a modular y distorsionar la imagen y la información sobre sus prójimos, relaciones y subordinados. De eso se trata el poder que con los días descubre Mr. Trump desde el salón Oval y el conjunto de la Casa Presidencial. De ahí su tono y talante amenazadores, sus bravatas, sus retos, que no son más que los de un retador de callejón que se sacó la lotería atómica.

Los modos del nuevo presidente estadunidense no son los reconocidos por la liturgia del poder imperial. La inteligencia instalada y diseminada profusamente por el globo fue puesta en el banquillo de los acusados por su comandante en jefe y a estas alturas resulta prácticamente imposible saber el estado de ese arte en sus propias instalaciones centrales.

Sus razones tendrán, dirá el paciente observador de esta escena insólita. Es el principio del fin del imperio estadunidense, dirá el impaciente activista, pero entre ambos extremos se ubica el pasmo que aún domina el ánimo de la mayor parte de la opinión mexicana.

De esta opinión más que atribulada ha podido emerger tortuosamente una añeja convicción que marcó buena parte de la historia mexicana contemporánea: la de que algún tipo de acción unificada es indispensable en circunstancias como ésta que, por otro lado, no parece tener precedente entre nosotros.

De ahí la legitimidad de la convocatoria a defender el interés nacional, hecha por el Grupo Nuevo Curso de Desarrollo (http://nuevocursodedesarrollo.unam
.mx/
) o las dirigidas a reconstituir alguna versión de la unidad nacional que pueda ir más allá de otras experiencias del pasado. Malas palabras para la democracia silvestre y desparramada que nos marca, donde más que un orden democrático propiamente dicho reina el más caótico culto de la libertad. Pero son nociones esenciales para montar una nueva interlocución con y entre los mexicanos que, a su vez, sea funcional para una negociación con Trump y su gobierno, que hasta la fecha es todo menos transparente.

No será posible avanzar en la concreción de estos propósitos sin un programa que asuma la realidad mexicana anterior al ascenso de Trump. Tampoco habrá lo que el país y el gobierno requieren si no se ponen por delante los intereses y necesidades de la mayoría, así sea de modo gradual y sinuoso.

En los planos de la economía política hay que sacar las consecuencias cercanas y lejanas de las andanadas trumpianas y sin renunciar a lo obtenido en 30 años de libre comercio trilateral mirar hacia adentro y poner en el centro al mercado interno y una reindustrialización que sustente al primero así como a su crecimiento. Las coincidencias en esta temática esbozadas por el ingeniero Slim, el dirigente de Concamin, Manuel Herrera, y el empresario Daniel Servitje no deberían ser puestas de lado o soslayadas, sino entendidas como un intento por parte de la empresa por asumir la realidad y empezar a declinar políticamente la necesidad de un cambio de curso. Luego, esperemos que pronto, tendrá que abordarse la siempre rejega asignatura de la redistribución social, de los empleos y los salarios, de la protección y la seguridad sociales, que conforman un vector indispensable para darle a dicho cambio una viabilidad inmediata y para el largo plazo.

Tendremos que navegar contra corriente, pero no hacerlo no puede sino llevarnos a un naufragio mayor del que difícilmente podríamos recuperarnos. La defensa del interés nacional mexicano es la mínima respuesta que podamos imaginar al abuso que de dicha noción ha hecho Trump antes y después de iniciar su gestión. Pero esa defensa podrá avanzar sólo si las fuerzas y actores sociales y políticos construyen un tejido de concertación y entendimiento que a su vez les permita acordar en lo fundamental.

Por esto es que no puede sino sorprender el llamado a la unidad, pero no con el presidente Peña, como si la política formal y el poder constituido pudieran ser puestos entre paréntesis. Riesgosa operación, la que Trump nos ha puesto enfrente. Pero obligada si queremos subsistir en este banquete global donde sólo parecen haber quedado los restos.

El mundo y sus estructuras contrahechas, con sus enormes desajustes en los mercados laborales, en las ideologías con las que buscamos ubicarnos ante sus turbulentos cambios, en las relaciones de poder y de gobernantes y gobernados, pudo haber entrado ya en el sin fin de mudanzas superiores, donde la metáfora de los hoyos negros apenas sirve de consuelo o de placebo, razón de más para plantearnos en serio la gran tarea de hacer compatible la unidad con la diversidad, la democracia con la justicia y la libertad. Nada menos.