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¿La fiesta en paz?

Se fue Juan Salvador, inspirado cantautor, fino guitarrista y sensible aficionado

E

l pasado viernes descansó de luchar consigo mismo y con el mundo el inspirado compositor, cantante, guitarrista, poeta, investigador, dibujante y, por si faltara, sensible aficionado a la fiesta de los toros, Salvador Fulladosa Morales, conocido en el medio musical como Juan Salvador, quien a mediados de los años 70 sorprendió con sus originales composiciones, bella voz y elocuente guitarra, así como con sus versiones en zapoteco de La Martiniana y La Sandunga.

Una auténtica maravilla constituye su última producción guitarrística, titulada Mazunte… cuando lloran las tortugas, verdadera joya musical donde la guitarra, los crótalos y un citar recrean con increíbles sonidos el decir y sentir de los quelonios al desovar en la arena. Avecindado hace años en la ciudad de Oaxaca y arropado por el cariño de su compañera Mati, el prolífico compositor –Hoy comí con el abuelo, Al doblar la esquina, Con estas ganas, Mi padre y mi casa, Sabina y Jacinto, Manuela la loca y muchas más que tal vez alguna radiodifusora atine hoy a tocar– no obstante su ternura desbordada no tenía pelos en la lengua y en repetidas ocasiones sacó de su cada vez más ronco pecho –dejó de cantar tras ser operado de un tumor en la garganta– señalamientos muy claros:

“Es muy grave que en México no exista una regulación respecto de los contenidos educativos que prevalecen en los medios electrónicos de comunicación, lo que reitera que la Secretaría de Educación Pública está representada por Televisa y Tv Azteca… Los talentos mexicanos, para darse a conocer, deben pagar la llamada payola en una industria donde la prioridad es obtener ganancias antes que cuidar la calidad.”

Enfatizaba Juan Salvador: “Aunque no conozcas, si hay verdadera disposición a sentir, sientes. Así he sido como aficionado taurino y mi villamelonismo consciente me impide engolar la voz para señalar el rumbo que debería tomar esta tradición. Tengo una pieza para guitarra titulada Jerónima, inspirada en faenas que le he visto a Jerónimo, uno de los toreros con más sello en la actualidad. Otra composición, Poncerías, es en honor de Raúl Ponce de León, uno de los toreros con más expresión de sentimiento que me tocó ver”.

Realizó una serie de cuartetas por soleares titulada Atril y piano, atril el torero y piano el toro, sobre algunos diestros cuyo desempeño le impactaron emocional y musicalmente. A Manolete: Un atril refulge en platas y está clavado en la arena, y un piano negro en escena debuta en sus cuatro patas. A Procuna: Inicia la partitura en tres compases de fusas un recital de negrura; arte y verdad son las musas. Al Viti: El atril se cuelga un trapo amarillo y carmesí, un pasodoble da capo y una escena de Dalí.

A Calesero: Las gargantas van glissando entre giros de ballet, las flautas tocan minué y al piano le gusta el tango. A Arruza: El atril esconde un arco en su espalda de perfil; el arco busca un violín y el violín a Bela Bartok. A Camino: Cuatro timbales retumban y un bramido corta el viento; es que el piano en su lamento se está acordando de Schumann. A Manolo Martínez: Como Aranjuez de Rodrigo brota de cuerdas bemoles sangre brillante de soles y el piano queda dormido.

Legado musical magnífico a una sociedad cuya esencia se le escurre entre las manos, gracias al nuevo coco Trump y a sus convenencieros opositores seudomexicanos, el de Juan Salvador refleja un espíritu talentoso y lúdico a la espera de ser revalorado y escuchado, incluso por los nacionalistas de ocasión.