Opinión
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Enseñar a protestar
M

illones de mexicanos, con millones de modos honestos de vivir, exigen que cada quien haga su trabajo, y que lo haga bien. Es una demanda de elemental justicia, puesto que lo que piden no es un capricho: los gobernantes deben atender las necesidades y trabajar en las demandas de la sociedad a la que representan.

La indignación no es nueva y crece cada día más. Las calles de nuestro país han visto desfilar las protestas, que por años han congregado diferentes causas y movimientos. Sin embargo, este sexenio ha registrado una innumerable cantidad de manifestantes, casi todos con el mismo motivo: protestar contra las malas acciones del gobierno, contra el mismo grupo en el poder.

El paquete de las llamadas reformas estructurales ha tenido una suerte de dados cargados hacia los grupos empresariales. Mientras los discursos demagógicos abanderan las transformaciones, detrás del telón se frotan las manos, en espera de múltiples ganancias, los intereses privados.

Este es el México del siglo XXI. Este es el país que ha sido mancillado y que adolece, como si padeciera mal de gobierno crónico. La sociedad había sido permeada por la política social de la dádiva, que no es más que un tranquilizante, una sustancia que no mitiga, pero que mantenía adormecida a la población.

Hace tiempo se advirtió: si no se dan instrucciones de civismo a nuestro bajo pueblo, a cada rato lo veremos injuriado impunemente. En efecto, la educación tiene un papel trascendental en la vida pública del país. Esa cita textual pertenece al periódico Regeneración, publicado el 15 de octubre de 1900. De una primera lectura, la cita parece un lugar común, pero si resaltamos su contexto histórico, nos daremos cuenta de que está trillada repetidamente, no la frase, sino nuestra dignidad.

En todo momento, la tarea educativa tiene que atravesar esta cruda realidad. En las escuelas, concurren alumnos y docentes que caminan las mismas calles para llegar día a día. Lo que pasa afuera no es ajeno a los temas de la clase. Y como vecinos del mismo país, a los profesores nos toca mediar los conflictos, dar interpretaciones del diagnóstico y ser portadores de las malas noticias.

El gremio magisterial ha mantenido también su lucha por varios sexenios, y ha demandado mejores condiciones laborales, incrementos al salario, capacitación, seguridad, prestaciones y, en este sexenio, se ha agregado la lucha contra la reforma educativa. Además del trabajo en las escuelas, profesores y profesoras han tenido que organizarse para levantar la voz, y mantenerse vigentes en la lucha.

Muchos medios de comunicación y gran parte de la opinión pública han señalado en forma despectiva todas las protestas del magisterio. Sin embargo, la sociedad ha percibido la legitimidad de la lucha, da crédito a los levantamientos y apoya a los maestros.

En las escuelas se ha mantenido un arduo trabajo en beneficio de los pequeños. Los profesores enseñan a leer, escribir, sumar, multiplicar, analizar, comprender, participar. El plan de estudios vigente (que van a eliminar) tiene una estructura sólida y suficientemente congruente en las prescripciones que se plantean para los estudiantes de educación básica.

Entre los campos formativos que se trabajan está: desarrollo personal y para la convivencia, que incluye la formación cívica y ética, en primaria y secundaria. Es una asignatura para la formación de identidad mexicana y construcción de la ciudadanía. Desde ese espacio curricular se analizan documentos como nuestra Constitución, y se han revisado las prerrogativas de los artículos tres, 27 y 123; también se orienta a niños y jóvenes para tomar decisiones, encarar conflictos y participar en asuntos colectivos.

Las recientes protestas por el incremento al precio de la gasolina están desbordando los límites de la paciencia. No sólo es la gasolina, sino la canasta básica y todo lo que se mueve en el país. No sólo es esta vejación, sino que es la gota que derramó el vaso que se fue llenando de abusos, corrupción, beneficios descarados a muchos empresarios, gastos excesivos, bonos injustos a los servidores públicos, vales de gasolina a los funcionarios, la Casa Blanca, reformas laborales que atropellan derechos de los trabajadores, narcotráfico, feminicidios, desaparecidos, Tlatlaya, Ayotzinapa, Apatzingán, gobernantes saqueadores…

Como sabemos, la lista se ha vuelto interminable. Entre tanto, los profesores han predicado con el ejemplo. La lucha magisterial ha reportado algunas pérdidas y ganancias. La gente que debe protestar ahora ya no se detiene. En las escuelas hay que agregar la revisión del artículo nueve constitucional, del derecho a protestar; ahora más que nunca tiene que volver a valer. No hay que perder de vista que los derechos se satisfacen, no se conceden. A más de 100 años de distancia, vale revivir la esencia del periódico Regeneración, para reconstruir la dignidad y la conciencia de nuestro país.

* Jefe de redacción en Voces Normalistas