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El legado de Obama: un ensayo
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l aproximarse los días últimos del octenio de Barack Obama, los balances de su gobierno y las evaluaciones de su herencia han cubierto amplios espacios en los medios del mundo. En algunos que vi, el saldo casi siempre cayó del lado positivo y el legado fue en general apreciado. Es claro que al presidente siempre le preocupó cuál sería el juicio de la historia, para abundar en una expresión manida y, en particular, tras la derrota de su partido en la elección de noviembre –en la que perdió por una ventaja superior a 2.8 millones de votos–, le preocupó cuál sería el destino de su herencia. El 10 de enero, en Chicago, al presentar su discurso de despedida, dio la impresión de saber bien que ambos, balance y legado, le son favorables y lo serán más con el paso del tiempo. Fue una oración cargada de idealismo e inspiración. Al dar la espalda a los muchos motivos de desaliento y frustración, intentó que fueran olvidados –antes de que una nueva y brutal realidad fuerce a recordarlos y tenerlos presentes.

Puede argumentarse que el componente más fuerte del balance de Obama es el que se relaciona con el empleo y los salarios. En su primer mes de gobierno, en enero de 2009, la tasa de desocupación del país, empujada por la crisis financiera del año y medio anterior, alcanzaba a 7.9 por ciento de la fuerza de trabajo. Casi ocho años después, en noviembre de 2016, se había abatido a 4.6 por ciento, cifra que muchos analistas consideran compatible con el pleno empleo. No se trata de mejoras momentáneas, sino, como señaló la Junta de la Reserva Federal al anunciar el alza de la tasa de fondos federales el 14 de diciembre último, de avances sólidos. El aumento de 8 por ciento en el número de empleos, entre las fechas citadas, se situó dos puntos por encima del crecimiento de la población en el periodo, cifrado en 6 por ciento, y equivalió, en números absolutos, a más de 2 millones de nuevos empleos por año en el último quinquenio. Con Obama, la economía estadunidense proporcionó más empleos a una fuerza de trabajo creciente. También terminó pagándole mejores salarios. Como informó The Economist en su ejemplar de Año Nuevo, a finales de 2016 se aceleró el alza generalizada del salario medio por hora. En noviembre llegó a 2.9 por ciento, quizá el nivel máximo compatible con el objetivo de inflación. La mejora fue notable –dice la revista–, aunque tardía para el presidente saliente.

Otro elemento mayor del legado de Obama es la reforma del sistema de salud. Entre 2009 y 2016, se amparó, mediante el programa motejado Obamacare, a más de 20 millones de estadunidenses, con lo que se abatió en 39 por ciento la población sin acceso a seguro de salud y se redujo a menos de nueve de cada 100 personas el número de quienes continúan en esa condición. El programa conoció altibajos y superó obstáculos varios. Para fines de 2016 estaba básicamente estabilizado. ¿Por qué entonces el gobierno de Trump y los republicanos en el Congreso otorgan la máxima prioridad a eliminarlo? Precisamente porque está funcionando y demuestra que la acción gubernamental puede, en efecto, mejorar la vida de la gente. Una verdad que ellos prefieren que nadie conozca, contestó Paul Krugman ( NYT, 30/11/16).

Una parte del legado que destaca en un comienzo de siglo dominado por el estancamiento es la recuperación de la dinámica de crecimiento económico, así haya sido parcial e insuficiente. El crecimiento real del producto interno de Estados Unidos del cuarto trimestre de 2008 al tercero de 2016 fue de 15 por ciento, menos de 2 por ciento al año como media aritmética. A pesar de su evidente modestia, fue un comportamiento menos desfavorable que el de la mayor parte de las economías avanzadas, en especial las de la zona del euro. Permitió, como subrayó Obama en Chicago, que en 2015 y quizá 2016 mejorase en alguna medida el ingreso real de todos: hombres y mujeres; todos los grupos étnicos y en casi todas las regiones.

Sin embargo, y aquí aparece la primera gran sombra del legado, la economía tuvo un comportamiento claramente sesgado hacia el capital y las empresas: las cotizaciones en las bolsas de valores crecieron, en el mismo octenio, 180 por ciento (algo más de 22 por ciento como media anual) y las utilidades de las empresas en 112 por ciento (14 anual). Por su parte, el ingreso medio real de las personas registró un alza apenas marginal. (Steven Rattner, 2016 in graphs, NYT, 3/1/2017.)

Este sesgo explica la explosión de la desigualdad manifiesta no sólo en los años de Obama, sino en los tres decenios más recientes. Un indicador poco citado, la esperanza de vida a partir de los 50 años de edad: las personas del quintil de ingreso más alto tienen, a esa edad, mayor y creciente expectativa de supervivencia que las del quintil inferior. Lo contrario ocurre con las más pobres, cuya sobrevivencia esperada fue menor (un trienio para las mujeres y medio año para los hombres) en 2010 que en 1980. Esta expectativa, en cambio, aumentó para las personas más ricas (5.7 años para las mujeres y 7.1 para los hombres) en igual lapso. Moraleja: los ricos no sólo viven mejor, sino que viven más.

La mayor decepción –a contrapelo del Nobel de la Paz que apresuradamente se le otorgó al inicio de su primer periodo de gobierno, como reflejo de la esperanza generalizada que despertó su elección, en el polo opuesto de la angustia e inquietud esparcidos por la de su lamentable sucesor–, Obama no cesó de perfeccionar el arsenal nuclear estadunidense. Fue, podría decirse, el proliferador (vertical) en jefe. Otra, que afectó muchas de las opciones abiertas a su gobierno, fue su obsesión conciliadora: ofrecer concesiones para tratar de obtener avances. Aun cuando fue evidente que los republicanos no aceptarían ninguna reforma migratoria racional, siguió ofreciéndoles la carnada de las deportaciones para intentar convencerlos. También se ganó el mote de deportador en jefe.

Cierro este desordenado e incompleto recuento narrando un shock personal. Hace unas semanas, después de la derrota demócrata, Obama vivió su momento Trump. En respuesta a algún periodista, afirmó estar convencido de que, si la ley le hubiera permitido ser candidato por tercera ocasión, le habría ganado a Trump. Me estremeció escuchar de Obama una baladronada característica de su sucesor.