Opinión
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Piratas y puritanos
E

lias Canetti, premio Nobel de literatura 1982, describe y tipifica en pocos renglones a los ingleses, holandeses, alemanes, franceses, suizos, españoles y judíos. En 10 páginas perdidas de su libro Masa y poder pudo categorizar, diferenciar y comparar, de manera magistral, a cada país y sus habitantes.

De Inglaterra dice que aún muestra el más estable sentimiento nacional que hoy por hoy el mundo conozca y que su muy mentado individualismo está concatenado con su relación con el mar: El inglés se ve como capitán de un pequeño grupo de hombres sobre un navío: en su derredor y debajo de él el mar. Está casi solo como capitán incluso en gran parte aislado de la tripulación.

Europa se habría ahorrado muchos de los sinsabores del Brexit si hubiera recordado este texto, que además de la buena prosa, es una buena lección de historia, geografía y sociología.

Por su parte, el estadunidense John Steinbeck, premio Nobel de literatura 1962, en su libro El invierno de mi desazón, examina con una demoledora lucidez la perversa influencia del dinero, la inmoralidad y la codicia de la sociedad norteamericana. La novela se sitúa en un viejo pueblo de Nueva Inglaterra, no identificado, donde el protagonista, descendiente de una familia de orgullosos peregrinos del Mayflower, se debate entre la resignación de ser el dependiente de una tienda y el orgullo de pertenecer a una de las familias fundadoras y vivir en una casona Main Street. La rutina se rompe cuando las circunstancias le permiten despertar su ambición y liberarse de los escrúpulos. Steinbeck describe a los ancestros y al protagonista como piratas y puritanos.

A diferencia de Canetti, en Steinbeck no hay pretensiones de dar lecciones de historia o sociología, simplemente utiliza la historia de un fantasma familiar para, de manera magistral y contundente, calificar al protagonista y esa gran porción de la sociedad norteamericana. Su profundo ojo crítico para analizar la sociedad norteamericana le valió que en su pueblo, Salinas, California, se quemaran sus libros en una pira.

Y el cuento viene a cuento por ser un signo de los tiempos que nos han tocado vivir. En la novela el dependiente de la tienda denuncia al dueño, que además de ser italiano era ilegal y al ser deportado se queda con el negocio. En la vida real, la repulsa a la migración ilegal ha conducido a Donald Trump y su pandilla a apoderarse del país.

Otro buen ejemplo de esta doble moral es la famosa Texas Proviso, una disposición legal de 1951 que eximía de culpa a los empleadores de indocumentados y considera ilegales a los trabajadores que no cuentan con papeles en regla y solicitan trabajo. Se portan como piratas explotando la mano de obra barata e indocumentada, pero no tienen una sanción legal.

Para corregir esa situación, en 1986 se legisló en sentido contrario y se impusieron sanciones a los empleadores que conscientemente contrataran trabajadores sin documentos. Otra vez, la ley viene a proporcionar el resquicio de salida, basta decir que no sabía que estaba cometiendo un delito. Un criterio de inocencia manifiesta que aplica para unos y no para otros.

El futuro presidente de Estados Unidos es y ha sido un pirata para los negocios y se presenta ante las cámaras como un hombre de éxito que se escandaliza de su contrincante y promete que va a mandarla a la cárcel. Durante la campaña afirmó sin tapujos que no pagaba impuestos porque el sistema se lo permitía. No era culpa suya.

Del Tratado de Libre Comercio (TLC) ha dicho que es un desastre y el peor negocio que haya podido hacer Estados Unidos. Quiere renegociarlo de acuerdo con sus intereses y, si no aceptan sus condiciones, se retira del negocio. Con la ventaja de ser el más fuerte, te pone el cuchillo en el pecho y te obliga a decidir, empujas o empujo, tú verás.

En México tenemos tristes experiencias de negociación con piratas y puritanos. Primero nos declaran la guerra, invaden el territorio y se quedan con la mitad del país. Luego, ya con la pistola en la sien, los puritanos se justifican y nos compran el territorio anexado. Por arte de magia la anexión y el despojo se transforman y pasan convertirse en una operación de compraventa.

Hace más de 20 años que se construye el muro fronterizo. México no ha podido hacer nada al respecto, salvo indignarse y rasgarse las vestiduras. Estados Unidos tiene derecho a construirlo y esa propuesta ha sido el caballito de batalla de los republicanos para justificarse ante sus electores de que velan por su seguridad.

Pero Trump ha ido mucho más allá, no sólo quiere construir un lindo muro, quiere que México lo pague. Ante los suyos aparece como un padre protector que vela por el bienestar del pueblo, frente a sus vecinos se presenta como un pirata. Y se vuelve a repetir la historia. Si no me pagas, ya veré la forma de cobrarme. Y hay mil formas de hacerlo.

La propuesta de gravar las remesas es descabellada. Las remesas mexicanas son sólo una parte pequeña del multimillonario negocio de las transferencias en Estados Unidos. Es prácticamente imposible que el gobierno se inmiscuya en este tipo de negocios, donde el dinero es propiedad inalienable del que lo posee. Más aún cuando se trata de salarios de los cuales ya se devengaron impuestos. La libre circulación del dinero es un principio fundamental del sistema y ahí está Western Union y todos los bancos para defender sus intereses.

El futuro vicepresidente Mike Pence ya se pronunció al respecto y dejó caer una posible vía para la extorsión. Según esto el TLC tiene un cláusula de seguridad fronteriza a la que México se ha comprometido y esa sería la carta de negociación para justificar su salida del acuerdo o forzar la renegociación. Volvemos a lo mismo, el alma puritana los obliga a buscar una justificación, un resquicio legal; el corazón de pirata los invita a aprovecharse de la situación.

Hay piratas que no dudan en meter la mano debajo de una falda y al mismo tiempo son tan puritanos que dicen defender la vida.