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El acuerdo petrolero y sus posibilidades
E

n economía, como en política, la mayoría de los acuerdos no nacen de las intenciones, sino de las necesidades. Al acuerdo que hace unos días concretaron las naciones de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP, el mayor cártel mundial en ese rubro) para reducir sus volúmenes de extracción, se le suma el celebrado ayer en Viena por 11 productores ajenos a dicha organización, entre los cuales se encuentra México, que se comprometieron a hacer lo propio. La finalidad de la medida –factor de unión entre competidores que regularmente se disputan sin tregua el mercado mundial– es elevar su valor, que hace un par de años sufriera un dramático descenso y así se quedó.

En su momento, la caída de los precios sacudió fuertemente las economías de los países productores, pero en contrapartida permitió generar esperanzas de abaratamiento en los costos de las industrias que utilizan derivados del petróleo como materia prima esencial (transportes, química, plásticos y un largo etcétera). En la mayoría de los casos, no obstante, no se produjo tal mejoría; en cambio, el descenso de los ingresos por venta de petróleo obligó a los gobiernos de las naciones productoras a relaborar sus estrategias económicas, entre otras razones porque se daba por supuesto que el producto no recuperaría nunca el valor de, por ejemplo, el año 2008, cuando alcanzó sus máximos históricos. Y esa recomposición económica, restringida a una de las grandes fuentes de ingreso fiscal del Estado, pasó por un recorte drástico del gasto público, lo que implica falta de fondos para los servicios sociales y las diversas necesidades que dicho gasto tiene que cubrir.

Por otra parte, la repercusión que el petróleo más barato tuvo para las grandes compañías productoras (las cuales, según sus directivos, necesitan un crudo a mínimo 70 dólares por barril para ser rentables) se hizo sentir también en las bolsas, los bancos y el sistema financiero en general. Esta suma de hechos sirve para entender cómo se liga un fenómeno eminentemente macroeconómico (la cotización del petróleo) con el ciudadano común, que no ha visto ni tiene interés en ver un barril del producto, pero padece a diario las consecuencias de la austeridad estatal y la inestabilidad financiera.

Haciendo una síntesis elemental, puede decirse que el abaratamiento del petróleo no produjo ninguno de los buenos efectos que prevé para el caso la más ortodoxa teoría económica, pero sí todos los malos.

La medida de recortar la producción frente a un mercado sobresaturado puede que no dé los resultados esperados a corto y mediano plazos; de hecho, la Agencia Internacional de Energía (perteneciente a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, que intenta unificar las políticas energéticas de sus países miembros) pronostica que el próximo año seguirá habiendo más oferta que demanda de crudo, por lo que no alienta muchas expectativas de los petroprecios. Por otro lado, el empleo de fuentes de energía limpias, si bien aún está muy lejos de representar una alternativa real para la sustitución de hidrocarburos, experimenta un proceso de aceleración que también puede incidir para que los requerimientos petrolíferos no empujen hacia arriba los costos del insumo.

El establecimiento de un acuerdo como el de Viena pone de manifiesto la preocupa-ción de las naciones productoras ante la perspectiva de que el crudo mantenga su cotización actual; queda por ver si el acotamiento logra incrementarlo, y si un eventual aumento no se refleja en subida de precios de las gasolinas y derivados porque, de ser así, cabría concluir que el valor del hidrocarburo puede bajar o subir, pero para la ciudadanía no existe mayor diferencia.