Opinión
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Hace más de 400 años
H

ace poco más de un año, al finalizar octubre, caminaba por primera vez por entre los árboles de hojas mudables en Central Park para visitar con el corazón acelerado la Frick Collection.

Queríamos revivir la infinitud del tiempo frente a una obra, acompañados. Ese instante fugaz en el que convivimos con todas nuestras épocas, nuestras memorias, nuestras esperanzas y que, como en un relámpago, nos hace vivir en todas las dimensiones de la existencia para recordarnos quiénes somos y quiénes queremos ser.

Ella ya había elegido. Quería vivir ese instante frente a la Comntesse D’Haussonville de Ingress, la sutil y delicada dama azul de moño rojo pintada en 1845, pero se encontraba de viaje por España.

Con azoro frente a tantas obras maestras yo mantuve mi decidida emoción por plantarme frente al Tomás Moro, de Hans Holbein El Joven, firmado en 1527. Y es que recordaba que en este 2016 se cumplían 500 años de la publicación de su Utopía. También por esa razón, en cuanto supe que iríamos a la Frick, no paré de pensar en don Silvio Zavala. Recordaba la admirada lectura que hice en los años ochenta del siglo pasado de su La utopía de Tomás Moro en la Nueva España de 1937 y reviví la conversación que tuve con él en el amanecer de este siglo después de comer en el patio de una casona en Morelia.

Mientras cambiaba la luz de la tarde me contó de su vida errante por París, de sus apasionadas discusiones con André Malraux y del personaje al que más admiró: Vasco de Quiroga. Hablaba de él como si lo conociera, como su admirado amigo, como del creador de un mundo nuevo, de un hombre nuevo.

Me confesó su emoción cuando se dio cuenta de que su ensayo histórico sobre las influencias de Moro sobre Quiroga lo estaba escribiendo 400 años después de que don Vasco estuviera componiendo su Información en derecho y sus Reglas y Ordenanzas para el gobierno de los Hospitales de Santa Fe de México y de Michoacán.

En la añosa sala de lectura del palacete donde se aloja la Frick Collection, frente al retrato de Moro, supe la razón de mi deseo de ponerme frente a él. Era el mismo que adornaba como frontispicio el capital estudio de don Silvio y, frente a la obra, ésa con la que uno puede conversar, vivir nuevos mundos, sentirse restaurado, mi corazón dio un vuelco. El mismo que sentí cuando don Silvio Zavala, en aquella larga sobremesa de Morelia, me dijo con todas sus letras: hace más de 400 años.

Esas palabras exactas eran la frase mágica que abría todos los recuerdos que los hombre y mujeres de la meseta purépecha me compartían en la medianía de los años 80, cuando comenzaban a narrarme la historia de los tiempos de sus ancestros. Los tiempos que suceden cuando se vive en comunidad y se nos transmite la memoria que comparten los signos de su vida en común. Con la magia del lenguaje comunitario se recrea la textura de la tierra, se hace gala de la luminosidad de sus paisajes, se honra la riqueza de su cultura, se conocen los ritmos y los tiempos de su historia. Así se aprende que nadie vive solo.

Pero esto no fue siempre así. Silvio Zavala nos mostró que Vasco de Quiroga inició en 1531 unas nuevas formas de organización de los indios en el nuevo mundo después de que había leído y traducido con atención la Utopía de Tomás Moro que había visto la luz en 1516, apenas 15 años antes.

Estas formas comunitarias parecen ser la expresión en la vida del poema que José Emilio Pacheco le dedicó a Heráclito cuando escribió: Fuego es el mundo que se extingue y prende/ para durar eternamente. Metáfora de lo efímero de la vida humana y a la vez de lo perenne del pensamiento y las obras que quedan como raíz para la posteridad. Así la obra de Vasco de Quiroga en Michoacán.

Como don Antonio de Mendoza leyó a Leon Battista Alberti en su De re aedificatoria, en su edición de 1502 para fundar en la Nueva España el reino de lo bueno, lo justo y lo bello; así don Vasco leyó y tomó como la cartografía de sus sueños de humanismo a Tomás Moro y su Utopía publicada en 1516 y la hizo realidad en muchos de sus entrañables sentidos. Más de 400 años después, en la historia narrada por los indígenas purépechas, la vivencia del sueño de don Vasco pervive. Así me lo contaron.