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¿La Fiesta en Paz?

Políticos toreros Inversiones sin estrategia pero frecuentes

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ANDRÉS ROCA REY. El joven diestro peruano Andrés Roca Rey durante la pasada corrida-inauguración del Centro de Espectáculos Acrópolis, en PueblaFoto Notimex
L

a palabra torero define al que se dedica a lidiar toros, al que tolera a personas insufribles o al vendedor ambulante que ofrece artículos sobre una manta en la banqueta y burla a inspectores y policías levantando su puesto cuando vienen por él. Por su parte, los inefables políticos acostumbran saltarse a la torera todo lo prometido en campaña al soslayar sistemáticamente obligaciones y compromisos.

En ambas actividades hay exponentes buenos, regulares, malos e impresentables, no sólo por reincidentes, sino sobre todo por el entusiasmo que imprimen a su reiterada incompetencia no obstante el daño que causan. Y si bien a falta de capacidad y profesionalismo hoy prevalecen la ineptitud, el saqueo impune y el cinismo, se ha tirado al ruedo un exitista especializado en desplantes o valentía emergente, que a falta de ideas sustentadas que estructuren su faena recurre a la verborrea altisonante y a poses intimidatorias.

Como candidato a la presidencia de Estados Unidos, calificó a los migrantes indocumentados de México de violadores, traficantes de drogas y asesinos, lo que exigía, por lo menos, una respuesta similar y ubicadora, pero no, prevaleció –¿prevalecerá?– la amedrentada sensatez.

Parafraseando al futuro mandatario gringo habría que exigir a los prósperos pero poco empáticos promotores taurinos mexicanos: Make bullfight great again, o en traducción libre Recuperen la grandeza de la tauromaquia, no dando corridas a tutiplén sin publicidad, encareciendo entradas y carteles con toritos descastados para los que figuran y corridas muy serias para diestros noveles, como la de ayer con soberbios joséjulianes, sino con equilibrio en reses y alternantes.

Pero este político torero que pretende no tener facturas por pagar ante sus megapoderosos patrocinadores y una ciudadanía esperanzada y que trae preocupado al mundo tras convertirse por arte de birlibirloque en el próximo presidente de Estados Unidos, no es tan torpe como se exhibe y ya en 1987 escribió el libro The art of the deal (digamos El arte de cerrar tratos), donde sugiere factores de negociación como:

Conozca su mercado (por eso en su país atrapó a los votantes indignados y marginados, no sólo a racistas y reaccionarios); eleve la voz y escandalice con sus declaraciones (medios y redes no lo sueltan); mantenga los costos bajos (algo absurdo en nuestra irresponsable clase política), y devuelva el golpe (pero con más contundencia que la sonrisita de su sorprendida contrincante). Ya llegó, a ver qué le permiten hacer.

Acá, un ingenuo aficionado –¿hay de otros?– comentaba muy serio: Ojalá Margarita Zavala llegue a la Presidencia de la República. ¿Para qué?, pregunté. Para que desde tan alta investidura alguien apoye a la fiesta de toros de México. Estás en un error, repliqué. Después de López Portillo, que no hizo nada por la fiesta pero se exhibió en plazas de toros, los demás en materia taurina han gobernado Groenlandia, incluidos los aficionados de clóset Fox y Calderón, que en público jamás volvieron a mencionar la palabra tauromaquia. Engallado argumentó: Como primera dama Margarita fue a una corrida en la Plaza México. Y no regresó ni influyó en su voluntarioso marido para intentar que los taurinos mexicanos de Forbes cometieran menos torpezas, así que deja de soñar, le dije.

Se fue Fidel. Si alguien supo enfrentar marrajos, sortear cornadas, seducir públicos, estructurar faenas contra viento y marea, exhibir a maletas y tirarse a matar con convicción, ese fue el comandante.