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No Sólo de Pan...

De solidaridad memoriosa y proyectiva

E

l archipiélago que forma la República de Cuba, con sus 111 mil kilómetros cuadrados (tomando en cuenta la ilegal ocupación de Guantánamo por Estados Unidos) y sus cerca de 11 millones 400 mil habitantes, logró estar en el sexagésimo séptimo lugar mundial del Índice de Desarrollo Humano (IDH) en la escala de la Organización de Naciones Unidas (ONU) y en el tercer lugar de América Latina en 2015.) Y esto pese a la guerra ideológica masiva liderada por Estados Unidos. Por otra parte, Cuba es reconocida por la Organización de Naciones Unidas en tasa cero de analfabetismo y sus niños y jóvenes se sitúan en altos niveles de matemáticas, lectura y escritura, a pesar de no contar con educación privada y elitista. También son mundialmente conocidos los éxitos literarios, cinematográficos, musicales y dancísticos, en artes plásticas de autor y artesanías y, no se diga, en varias especialidades médicas y farmacéuticas, sin que exista en ese país medicina privada, al contrario, su población, incluidos los extranjeros en suelo cubano, gozan de servicios integrales y gratuitos de salud, sin contar con la asistencia médica cubana a otros pueblos de África, las Antillas y Sudamérica. Otros datos de la propia ONU dan cuenta de que Cuba es el único país del mundo que cumple los dos criterios de desarrollo sustentable: el desarrollo humano alto y la huella ecológica sustentable.

Y todo ello pese al infame, ilegal y alevoso bloqueo impuesto por Estados Unidos desde hace 56 años, por el que se limitó el acceso de los cubanos al comercio de sus productos y la adquisición de otros provenientes del mundo, habiendo obligado a las autoridades y al pueblo cubanos a vivir durante los últimos 25 años (desde la desintegración de la Unión Soviética, que no se sumó al bloqueo) a una suerte de autarquía alimentaria, para no mencionar sino el vital problema que interesa a esta columna.

En efecto, si ya Cuba era mono productora de azúcar y tabaco antes de la Revolución del 26 de julio, el intercambio de estos productos con la URSS y otros países socialistas por productos suficientes y variados para surtir indiscriminadamente las mesas cubanas, impidieron al gobierno diversificar su producción alimentaria; por lo que, al romperse esta vía de avituallamiento, comenzó el llamado Periodo Especial, cuyas restricciones alimentarias fueron heroicamente resistidas por los cubanos e hicieron propagar los dichos de los detractores de siempre –por intereses personales, desinformación o mala fe– del régimen cubano, para descalificarlo, ya no sólo la pretendida falta de libertad de pensamiento y expresión que exigen sólo para permitir a los voceros de Estados Unidos minar la confianza de los cubanos en su proyecto de país, sino usando como argumento definitivo contra su socialismo la reducida oferta de alimentos: yo estuve en Cuba y vi que no había nada para comer, sólo comen cerdo, frijoles y arroz, he visto pobres muertosdehambre en las calles y el campo…, frases traídas y llevadas por turistas e incluso por beneficiarios de tratamientos médicos y de alta escolaridad en diversas especialidades.

Yo, en cambio, habiendo ido desprejuiciada a Cuba, regresé maravillada porque había visto en ese país un ensayo de nueva humanidad, donde constaté –entre otras cosas– el trabajo no sólo alegre sino serio, honesto y responsable de los pequeños propietarios y cultivadores de huertos, hortalizas y criaderos, cuyos productos trocaban entre sí para subsanar las carencias impuestas desde el extranjero, productos con los que preparaban platillos para el consumo familiar o colectivo en ocasión de fiestas y hasta para el turismo, que cada vez llena más Paladares instalados por el gobierno o por particulares, donde se pueden saborear la ajiaca de res, cerdo y pollo con tubérculos, maíz, plátano, chayote y calabaza, o el congrí de frijoles bayos, y los moros y cristianos de frijoles negros, ambos con arroz y muy especiados; los plátanos en tostones o en mariquitas, los tamales, diversas legumbres, el cerdo traspasado por una vara y asado lentamente en fuego de leña… y, en temporada, las langostas que hoy viajan a cambio de divisas, pero que volverán a la dieta de los cubanos, con la solidaridad de los hombres y mujeres de buena voluntad del mundo, movidos por la memoria de la lucha de este pueblo y para proyectar nuestro propio futuro independiente.

A semejanza de quienes vencieron el hambre y la desnutrición, sin consumir chatarra ni cocacola, y lograron un desarrollo humano y ecológico que, en México, a más de 100 años de periodo revolucionario, sólo hemos ido otros 100 años para atrás en la historia.

¡Viva para siempre, en Cuba y América Latina, el legado moral del comandante Fidel Castro!