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El sueño de Rivera
D

iego Rivera tuvo el sueño desde los años 30 de crear un museo que albergara la colección de arte prehispánico que había comenzado una década atrás y que crecía cotidianamente; logró conjuntar cerca de 60 mil objetos.

Para albergarlos convocó a su amigo el arquitecto y pintor Juan O’Gorman para que le ayudara a diseñar un museo en un gran predio de cuatro hectáreas que había adquirido en Coyoacán. El material fue la piedra volcánica negra de ahí mismo, que se formó por la explosión del volcán Xitle. La idea era reflejar la profunda riqueza de la herencia prehispánica y su presencia en el México moderno; todo tenía que tener un significado.

La construcción, que comenzó en 1941, está inspirada en la forma de un teocalli con influencias teotihuacanas, mayas y mexicas; tardó 23 años en concluirse. Diego planeaba que fuera el centro de una ciudad de las artes, pero sólo se terminó el museo, la plaza central, la pinacoteca, la galería y las áreas verdes se acondicionaron como espacio escultórico.

Con la idea de vivir y trabajar en el lugar, Diego supervisó con gran dedicación el desarrollo de la construcción hasta su muerte en 1957. Su hija, la arquitecta Ruth Rivera, continuó con el proyecto junto con O’Gorman y el apoyo económico de Dolores Olmedo, amiga y mecenas del artista. Finalmente, el museo quedó terminado en 1963 y, con la excelente museografía de su amigo el poeta Carlos Pellicer, se inauguró en septiembre de 1964 el que se nombró Museo Diego Rivera-Anahuacalli.

En 1955 Diego había dispuesto que junto con este museo, la Casa Azul, donde Frida Khalo nació, vivió con él y murió, fueran administrados por un fideicomiso que formó con el Banco de México.

Es una imponente construcción de tres niveles. En la planta baja se recrea el inframundo. Hermoso ónix translucido en los ventanales, filtra tenuemente la luz, lo que evoca la penumbra de esa zona oscura. En la entrada se levanta un altar inspirado en el Templo Mayor, con piezas de distintas culturas precolombinas.

El primer piso se dedica a la vida terrenal, que se refleja con la luz natural que se filtra por los amplios ventanales.

El segundo piso reproduce lo que iba a ser el estudio de Diego Rivera. Aquí se muestran los bocetos originales del mural que realizó para el Rockefeller Center de Nueva York. La obra fue mandada destruir porque el artista se negó a borrar la imagen de Lenin. Diego lo volvió a pintar en el Palacio de Bellas Artes donde lo podemos admirar.

Los techos de cada nivel lucen originales mosaicos realizados con piedras de colores, técnica de colado que fue una innovación en ese momento. Aparecen representados dioses prehispánicos, sapos, hoz y martillos. Su corazón y el de Frida, su hermano gemelo José Carlos María, quien murió cuando tenía un año y medio de edad, y una serie de figuras y personajes estilizados al estilo de Diego. En esta labor fue esencial el apoyo de Juan O’Gorman, quien después utilizó esa técnica en los murales de la Biblioteca Central de Ciudad Universitaria.

Ahora se presenta la exposición Apropiaciones, de la fotógrafa Cristina Kahlo. La conforman 300 miradas, instalaciones y fotografías realizadas en diversas técnicas y formatos, que establecen un diálogo con las piezas prehispánicas.

Para la comida los invito al restaurante, galería, escenario, Casa Iturriaga, situado en Miguel Ángel de Quevedo 690. Es la casa donde vivieron el historiador, diplomático y mexicanólogo Jose E. Iturriaga Sauco y su esposa. Fue el primero en impulsar el rescate del Centro Histórico.

Su hija Yuriri, etno cocinera, colega de estas páginas, quien ha tenido varios restaurantes, entre otros, en París, Francia, ofrece una deliciosa comida con especialidades francesas y una que otra de distintos países. Una sabrosura es la ensalada tailandesa, al igual que la sopa de camarones con leche de coco. Los caracoles, la pata de cerdo empanizada con salsa béarnaise y la lengua de ternera no tienen pierde. De postre, el éclair au chocolat.